—Mery, son cosas del pasado. Mamá seguro te tiene afecto.
—Irónico que ella también tenga nombre de flor, y que esa precisamente simbolice la inocencia infantil, espejo de su actual estado mental.
Ambos se quedaron en silencio.
—¿Por qué será que tu madre solo recuerda el nombre de tu hermano? Ese bueno para nada. Incluso, a veces olvida el propio, el tuyo y el de tu hermana. Pero no el de tu hermano, ese…
—No hables mal de Guillermo. Dios sabe que está muy ocupado.
—Él no merece nada bueno de mi parte, le ha hecho mucho daño a la familia.
—Mery, nadie merece juzgar a nadie. Y no olvides que él es quien paga las cuentas, incluso tu salario. Mejor dime si mamá ya se durmió.
—Sí, señor, la pobre sufre mucho. Da lástima verla; hace tan solo unos años era la mujer más influyente del país, su forma de vestir terciaba las tendencias de moda de los personajes de la farándula; gobernantes y empresarios buscaban su consejo. Mírela ahora en lo que se ha convertido. Definitivamente esa enfermedad es el diablo.
—¡Mery! Cuántas veces te he dicho que no menciones a ese señor en esta casa. Cuida tus palabras.
—Lo sé, lo sé. Siempre se me olvida. Ya te lo he dicho, ese epíteto para mí es natural, una muletilla, es como decir: ¡Cielos!
—Tampoco maldigas y menos en mi presencia.
—Está bien, lo intentaré, a veces olvido que eres un cura. Tu mamá se quedó dormida. Insiste en que don Alfonso no la deja dormir.
—¿Otra vez pidió que sacaran de la habitación el retrato de papá?
—Sí, otra vez lo hizo, y también lo confundió con las pesadillas. Qué cosa tan rara. Hoy me di cuenta en dónde he visto un doble de su difunto padre. Casi no me acuerdo y cada vez que veía el retrato como que se me quedaba atorado un pensamiento; ¿has visto el retrato de John Keats?
—No, ¿quién es?
—Fue. —Mery hizo una pausa y notó que la mirada de Gabriel huía, endureció la voz y exclamó con aire de regaño que Keats fue un poeta británico del siglo XIX admirado por doña Margarita, pues la anciana tenía un poemario con la recopilación de todos los poemas, ilustraciones a color del propio autor y una reseña bibliográfica.
—No lo conozco. No sabía que gustabas del arte. Hasta donde sabía solo el deporte te movía las fibras.
—Odio las artes tanto como las odiaron mis padres, que Dios los tenga en su santa gloria. Y tú sabes que nunca tuve talento para esas cursilerías.
—Si lo recuerdo bien…incluso te causaba dificultad hacer una pelota con plastilina.
Mery arrugó la frente. Gabriel tenía razón, lo único que ella podía hacer bien con las manos era propinar golpes y así lo hizo, a lo grande, mientras le duró la universidad.
—Aunque no lo parezca me gusta leer y ahora con tanto trasnocho leo de todo. —Lanzó una mirada de reproche—. He leído tres libros de tu madre, uno de ellos el poemario que te conté. Allí está el retrato del poeta y es igualito a tu padre. No lo recordaba bien, él siempre fue muy del trabajo y de viajes. En verdad don Alfonso fue un adonis, lástima que tan solo Ana sacó sus facciones. No sé por qué tu madre dice que….
—Que es un demonio blanco. —Terminó la frase con tono de aflicción.
Mery percibió cómo la última palabra se había desenrollado de la legua de Gabriel hasta convertirse en una soga de diez metros que se anubada en la garganta con ánimo de estrangularlo. Los dos se callaron y una ráfaga de aire helado dejó una huella sobre la pared, ambos vieron unas gotas de rocío arañando la pintura hasta desaparecer en el zócalo. Mery se estremeció y estuvo a punto de arrojarse en los brazos de Gabriel; sin embargo, él la detuvo con una mirada inquisidora.
—Me pregunto quién personifica, en la mente de su madre, a ese demonio. Y por qué ella le tiene tanto miedo.
—Puede ser por el parecido del poeta con papá y por los temas de las poesías, ¿de qué tratan los poemas?
—Hay mucho amor, amor contrariado de ese que deja nostalgia y rabia… ¡Ah!, si bien lo recuerdo hay un poema que puede estar relacionado. Es una historia de dolor y pena, creo… creo que tienes razón, Gabriel. El primer poema es sobrecogedor, de amor y muerte, belleza y asecho. En el que una serpiente aparece… —Mery frunció la boca y arrugó la frente—. ¡Es eso! Es el poema, la mente de su madre asocia la imagen del autor con el retrato de su padre y este con la historia narrada en el poema.
—¡Lo descubriste! felicidades, ahora todos en casa dejarán de ver fantasmas. —Mery intuitivamente miró hacia la pared, la huella húmeda dejada por las gotas estaba allí como arañazos, demostrándole que ambos se equivocaban—. Mejor no prestes atención a las alucinaciones de mamá, su cabeza está llena de creaturas enigmáticas para nosotros. —Suspiró—. La enfermedad la condujo a un deplorable estado de conciencia. Verás que mañana se levantará sin saber nada y como de costumbre te preguntará quién es ese buen mozo pintado en el cuadro.
Mery hizo una mueca de aprobación y volvió a mirar la pared.
—Mujer, todo esto debe ser difícil para ti; tanto trasnocho, afanes y cuidados quiebran hasta al más fuerte. Mejor ve a descansar. Ah, y, por cierto, cambia a Mozart por Queen, esa fue la banda musical preferida de mamá, tanto que Innuendo se convirtió en la canción de cuna de mi hermana.
Mery no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿La anciana fue una Queener?… Le era difícil imaginar en el pasado a doña Margarita con su recatada y pulcra figura rockeando al ritmo de los armónicos de una de las bandas más populares del siglo pasado. Una visión de ella cantando con los pulgares en alto le causó risa. La mirada de Gabriel la interrumpió, se sacudió el mechón rubio que le caía sobre la frente y recompuso el semblante.
—Si es difícil para mí debe ser horrible para la familia, en especial para ti. —Gabriel, era el más sentimental de todos. Con tendencia a enfermarse de solo pensar en las dificultades, máxime si él no veía soluciones y había que dejarlas en manos de Dios; qué ironía, la confianza en una mente con falta de carácter deja de ser una cualidad y se convierte en un defecto—. No se preocupe, es mi trabajo. Váyase, usted termine el rosario, llene una copa con ese sabroso vino Cabrini que tiene guardado junto al paquete de hostias dentro del primer cajón de la mesa de noche y métase en cama medio borracho y medio bendito. Yo me quedaré cerca de su madre por si se levanta. ¡Ah! Por cierto, ¿por qué le recomendó salir? Decir mentiras no es lo suyo, ¿cierto?, por qué le llena la cabeza de cucarachas.
—¿Salir? No te entiendo.
—Ella me lo confesó antes de quedarse dormida. Que los tales defensores mañana se la van a llevar.
—¡Yo sé a qué se refiere! —Suspiró—. Es misericordia. Cuando todo se ha perdido el único hilo de fuerza que le queda a una persona es la esperanza. Mamá se sentirá mejor si sabe que puede salir y disfrutar del día, ver la gente deambular por las calles con sus pintas y extravagancias; mirar las montañas, sentir el aire en la cara, ver el cielo y el vuelo de las aves. Esa idea la hace soñar, ¿te das cuenta? Mamá pone cara de felicidad cuando se lo digo; su mirada se vuelve vidriosa y se pierde en la fantasía de su mundo ideal. Ese sueño la fortalece ante la enfermedad, ¿lo entiendes, Mery? Las enfermedades incurables provocan una guerra en quienes las padecen; por eso los sueños ayudan a encontrarle sentido a la lucha interna y a sobrevivir a nosotros mismos.
—Discrepo de tu concepto. No solo de sueños se vive y mucho menos cuando la enfermedad lo impide. El dolor es un ladrón. Para una persona como su madre la realidad gira al derredor de agujas y pastillas, dolores y calambres; unos cuantos minutos de sol al día y atender las pocas visitas de las almas caritativas que se dignen visitarla para distraerla con chismes de personas que no recuerda o no conoce. Doña Margarita perdió las pasiones, ya no pinta acuarelas, tampoco lee y nunca viaja. Esta casa es su cárcel, el mundo es una pared infranqueable y está sola con su enfermedad y con su locura. ¿Sabe qué es una persona sin pasiones? … es una roca, es un costal vacío, un ente sin alma y sin personalidad. En esas condiciones soñar no es fácil, ¿qué puede soñar una persona sin recuerdos? Una persona a quien despiertan cada tres horas para monitorearle los signos vitales. En mis veinte años de profesión he conocido a estos pacientes más que usted en sus años de ministerio. Para ellos es más importante recibir amor y que sus familiares les procuren momentos de confianza y alegría. Lo único que valoran es que una persona honesta se siente a su lado y los mire con afecto y agradecimiento, les provoque una sonrisa y se aparten del miedo que les causa sentir los pasos de la muerte.
Читать дальше