Julio Alejandro Pinto Vallejos - Luis Emilio Recabarren

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Una nueva biografía de Recabarren, impulsor del movimiento obrero y fundador de la izquierda chilena contemporánea, contextualizada en su tiempo, que nos aporta elementos importantes de reflexión y contraste para el S. XXI.

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Detrás de esta confrontación, sin embargo, había mucho más que una simple diferencia religiosa. Así quedó demostrado pocas semanas después en la propia Cámara de Diputados, cuando el radical Enrique Rocuant impugnó la elección de Recabarren por Tocopilla y Taltal, representando a su correligionario Daniel Espejo, derrotado en dichos comicios. La reclamación había sido entablada meses antes por el propio Espejo, alegando incorrecciones e irregularidades varias en las mesas receptoras de Sierra Gorda, Caracoles y Tocopilla. Ausente por enfermedad, Recabarren no pudo asumir su propia defensa (lo hizo un radical contrario a la impugnación), y cuando la materia se llevó finalmente a votación quedó excluido de la Cámara por una mayoría de 38 votos contra 1, más 19 abstenciones. Indignado, Bonifacio Veas abandonó la sala antes de la votación, protestando violentamente por “la conducta de los que desconocen los derechos de los representantes de las clases trabajadoras”. Incorporando de inmediato (aunque “presuntivamente”) a Daniel Espejo en el lugar arrebatado a Recabarren, la Cámara dispuso la repetición de la elección cuestionada para fines de agosto 114.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse desde una perspectiva actual, no fueron necesariamente las ideas “disolventes” de Recabarren las que motivaron esta doble tentativa, a la postre exitosa, de impedir su acceso a la Cámara de Diputados. Sin considerar que las mismas ideas eran sostenidas por Bonifacio Veas, quien sí pudo conservar su silla parlamentaria, la reacción de una parte importante de la prensa “burguesa” en defensa de Recabarren sugiere que también influyó en esta coyuntura la disputa presidencial que ya había fracturado al Partido Demócrata. Así, El Mercurio de Santiago –partidario de la candidatura Montt– censuraba en su edición del 22 de junio el acto de “ciego partidarismo político” en que una “mayoría ocasional” de la Cámara, movida por “odios sectarios”, había privado de su investidura a “uno de los pocos hombres en Chile que ha llegado hasta el Congreso exclusivamente en virtud del voto popular, por la simple, libre y espontánea voluntad del pueblo elector”. Podían condenarse “sus principios considerados como destructores del orden social”, podía incluso lamentarse que “tales principios se hayan abierto tanto camino en el pueblo como para impulsarlo a enviar al Congreso al representante más genuino de las ideas agitadoras”, pero no podía en función de esas prevenciones cometerse la injusticia de excluirlo de un cargo para el cual había sido legítimamente elegido. Por su parte, El Ferrocarril de Santiago, sin compartir “las ideas antirreligiosas del señor Recabarren”, ni el “credo filosófico de este ilustrado representante demócrata”, igualmente fustigaba a la “mayoría ocasional” (los mismos términos de El Mercurio) que había desconocido su investidura parlamentaria, refugiándose en “simples prescripciones reglamentarias para festinar el debate sobre las elecciones de Antofagasta” 115.

Incluso el diario radical La Ley, uno de cuyos correligionarios había sido favorecido por la maniobra (promovida además por un diputado de igual militancia), calificaba la exclusión de Recabarren como algo que debía ser “sinceramente lamentado por el país”. “A su ingreso a la Cámara”, afirmaba en su editorial del 21 de junio, “el diputado demócrata había dado muestra de una presencia de espíritu, de una energía de carácter y a la vez de una facilidad de expresión que revelaban en él condiciones llamadas a hacerlo un miembro útil y distinguido del Congreso”. Como si eso fuera poco, el afectado representaba “tendencias nuevas” en el Partido Demócrata, que prometían llevar a “este joven partido por rumbos diversos de los que ha traído hasta ahora, acercándolo realmente a los intereses y aspiraciones populares”. Lamentablemente, a la postre habían primado consideraciones mezquinas de la “fracción lazcanista” que, empeñada en castigar al emergente líder demócrata por no plegarse a esa candidatura, había desconocido su legítimo triunfo electoral 116.

La atribución de su exclusión de la Cámara al bando lazcanista fue corroborada por el propio Recabarren en una nota publicada en su diario La Reforma pocos días después de consumados los hechos. “Los lazcanistas”, decía allí, “despechados por mi negativa para acompañarlos en esta campaña, encabezados por Malaquías Concha, formaron el cambullón, valiéndose, además, de la irritación que se produjo en las filas conservadoras por el juramento”. Exoneraba en cambio explícitamente de toda culpa a la Unión Liberal, pese a la conducta de “tres radicales traidores” que no debía hacerse extensiva al conjunto de dicha alianza, respecto de la cual declaraba no tener motivo alguno de queja, “porque realmente me consta no puede ser responsable de este crimen” 117. Al publicar su propia versión de este incidente varios años después, en su folleto “Mi juramento en la Cámara de Diputados”, Recabarren insistía en atribuirlo al “grupo lazcanista despechado porque no pudo obtener mi cooperación a la candidatura Lazcano”, aunque ahora se cuidaba de agregar a esas motivaciones “el odio a los ideales de mejoramiento de los obreros”.

No es fácil separar en esta compleja trama las aprehensiones que efectivamente suscitaban el discurso y la praxis de Recabarren de los intereses electoralistas más inmediatos. En el mismo editorial en que fustigaba su expulsión de la Cámara, El Mercurio de Santiago reconocía que “el diputado de Antofagasta ha sido durante los últimos años el caudillo de las agitaciones populares en el norte del país y se le ha culpado de promover disturbios, de encabezar desórdenes y motines”. Por su parte, un “Manifiesto Demócrata” publicado por la fracción de Malaquías Concha días después de la ruptura partidaria denunciaba “las teorías anárquicas sustentadas y hasta llevadas a la práctica por los Diputados señores Recabarren y Veas”, a quienes acusaba de sostener que “por los medios más violentos, tales como huelgas y asonadas callejeras, se despierta y aviva en el pueblo los sentimientos de independencia y libertad, no importando el sacrificio de cientos de vidas para alcanzar los fines”. Se atribuía incluso a Recabarren la afirmación de “preferir a un tirano, como Montt, para despertar la conciencia dormida del pueblo y llevarlo a derribar las Bastillas de los grandes señores de Chile” 118. Enfrentado a esta última acusación, el aludido clarificaba que “lo que yo he dicho y sostengo es que la Presidencia del señor Montt significa la tiranía contra todos los abusos, contra los atentados al tesoro nacional, en una palabra, el señor Montt será tirano con los logreros y los ladrones” 119.

Como lo evidencian estas expresiones, la línea divisoria entre la pugna interna del Partido Demócrata y el posicionamiento en la campaña presidencial podía tornarse bastante borrosa, otorgando a lo menos alguna credibilidad a quienes acusaban a Recabarren de favorecer “objetivamente”, o incluso “subjetivamente”, la candidatura de Montt. A la luz de la responsabilidad que le cupo posteriormente a este mandatario en actos represivos como la matanza de Santa María de Iquique, no deja de ser una imputación incómoda. Tal vez así se explique que en su publicación retrospectiva de estos hechos Recabarren haya optado por omitir las sesiones en que se produjo su primera expulsión, fuertemente marcadas por la disputa electoral, incluyendo en su folleto solo la del juramento y las que meses después, cuando la elección de Montt ya era historia, confirmaron definitivamente la investidura parlamentaria de Espejo.

Porque en el intertanto, específicamente el 26 de agosto de 1906, se había repetido la elección para diputado por Tocopilla y Taltal, atribuyéndose ambas candidaturas la victoria y acusando a la otra de cometer diversos fraudes (según el periódico demócrata La Reforma, Recabarren venció esta vez por 2882 votos contra 2834 para Espejo 120). Llegada nuevamente la discusión a la Cámara de Diputados, la posición del radicalismo fue esta vez, ya superadas las contemplaciones provocadas por la campaña presidencial, de apoyo irrestricto a su correligionario Espejo. En consecuencia, la elección de este último fue ratificada, en sesión de 26 de octubre, por 32 votos contra los dos de los demócratas doctrinarios Veas y Leiva, más tres abstenciones, incluyendo la de Malaquías Concha. Recabarren quedaba así definitiva y formalmente expulsado de la Cámara.

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