Julio Alejandro Pinto Vallejos - Luis Emilio Recabarren
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Dicha impresión se fortalece cuando se analiza la orientación eminentemente electoralista que Recabarren confirió a La Vanguardia desde su fundación a mediados de enero, y que la huelga de febrero solo vino brevemente a interrumpir. Escribía en efecto en su primera editorial que ese impreso “llegaba en las horas más importantes”, y explicaba: “Dentro de poco el pueblo debe concurrir a las urnas a elegir o reconocer la representación que tiene en el Congreso y municipios, y esta vez es menester que el pueblo pobre abra los ojos para ver la realidad de su situación y comprender cuáles son sus derechos en presencia de su miseria actual ocasionada casi directamente por la clase llamada dirigente”. El Partido Demócrata, continuaba, “compuesto del elemento proletario”, era el llamado a conducir ese proceso, y La Vanguardia se comprometía a “mantenerse en el terreno de la cordura para ejercer su misión como corresponde a este Partido que lucha por el bien popular” 103.
El “terreno de la cordura” así enunciado incluía demandas tales como la elección popular de los jueces, el mejoramiento de los servicios públicos, la retención en la zona de al menos una parte de las rentas generadas por el salitre (una reivindicación con claras resonancias actuales), incluso un homenaje al primer aniversario de la Revolución rusa de 1905 104. Pero no incluía, seguramente, un estallido social “descontrolado”, que pusiera en peligro la normal realización de los comicios. En una asamblea realizada el 18 de febrero –es decir, pocos días después de la matanza de la Plaza Colón– Recabarren y los dos candidatos demócratas a municipales declaraban que el progreso y engrandecimiento del Partido Demócrata era la única garantía para “el verdadero mejoramiento y bienestar de las clases proletarias y productoras del país”, y hacían “pública y solemne declaración que en las corporaciones en que vamos a ser representantes vuestros mantendremos en todo su brillo y esplendor el espíritu progresista de los modernos ideales que la clase explotada sustenta”. Sus acciones en dichos cuerpos, concluían, se atendrían estrictamente a “la voluntad de los de su clase”, en tanto que su palabra “vendrá a ser solo la palabra del soberano pueblo consciente” 105. Un par de semanas después Recabarren era electo diputado por los distritos de Tocopilla y Taltal, uno de los seis candidatos demócratas que resultaron inicialmente vencedores a nivel nacional (de los cuales a la postre, por diversas maniobras en las “calificaciones” o revisión oficial de los votos que debía verificar el Congreso, solo quedarían tres 106). Aunque las prácticas electorales de la época no favorecían precisamente la expresión espontánea de la voluntad popular, atravesadas como estaban por la compra de votos (el “cohecho”) y la intervención más o menos descarada y violenta en los locales de votación, por esta vez la apuesta había rendido los frutos deseados.
El triunfo electoral puso término a la primera de las tres grandes estadías nortinas de Recabarren, y significó su regreso al centro geográfico y deliberativo de la política nacional. No era la primera vez que llegaba a esa representación un candidato demócrata u obrero, pero sí lo era para las provincias salitreras, y para un dirigente cuya carrera solo había alcanzado visibilidad nacional desde ese lejano territorio. Tal vez por esa razón, la recepción que se le brindó a su llegada a Santiago, junto con su correligionario electo por Valparaíso, el mecánico Bonifacio Veas, fue excepcionalmente entusiasta. Se aglomeraron para ese efecto en la estación del ferrocarril al puerto (el actual Centro Cultural Estación Mapocho) “numerosas asociaciones obreras”, las que marcharon hasta la Plaza de Armas acompañando a sus diputados bajo los sones de La Marsellesa 107. Ya instalado en la capital, Recabarren retomó rápidamente sus actividades habituales, entre ellas una conferencia dictada en conjunto con su compañero de militancia, el carpintero y periodista obrero Ricardo Guerrero, para los herreros y cerrajeros santiaguinos que a la sazón se hallaban en huelga 108. Como era de suponerse, se contrajo igualmente a la fundación de un “diario obrero demócrata” para respaldar su labor parlamentaria y propender al “restablecimiento del equilibrio social”, y seguramente también para ganarse el sustento en una época en que los diputados no recibían dieta 109. Fue este el famoso periódico La Reforma, primer medio informativo obrero de aparición propiamente diaria, que actuó por largo tiempo como uno de los principales portavoces de la opinión política popular.
La llegada de Recabarren también coincidió, sin embargo, con nuevas turbulencias al interior de su partido, desencadenadas por los desplazamientos y negociaciones que ya comenzaban a provocar las elecciones presidenciales que debían verificarse ese mismo año. Balmacedistas y conservadores habían levantado la candidatura del liberal Fernando Lazcano, en tanto que una poco usual alianza de radicales, nacionales y liberales (denominada “Unión Liberal”) proclamaba al nacional (“montt-varista”) Pedro Montt, quien eventualmente obtendría la victoria. En su propia convención presidencial, inaugurada el 4 de junio de 1906, el Partido Demócrata se debatió entre tres alternativas: apoyar a uno u otro de los dos candidatos “principales”, o levantar una candidatura propia. De acuerdo a una práctica bastante establecida, la dirigencia “reglamentaria”, encabezada por el caudillo Malaquías Concha, se inclinó por la opción lazcanista, a la que calificó de la “menos dañina” para los intereses obreros.
En la opinión del historiador “oficial” de ese partido, Héctor de Petris Giesen, su propia pequeñez y carencia de medios obligaban a la Democracia a pactar con las coaliciones dominantes para “conservar siquiera una mínima parte de la representación parlamentaria”, expresión de “cordura” y de “instinto de conservación” que supo encarnar consistentemente el liderazgo de Malaquías Concha 110. “Las características del juego electoral de la época”, concuerda hasta cierto punto Sergio Grez, “empujaron a reglamentarios y doctrinarios a implementar las más variadas políticas de alianza [...], so pretexto de obtener y defender cupos de concejales y parlamentarios para las fuerzas de ‘la Democracia’” 111. En esta ocasión, sin embargo, y pese a que su fracción “doctrinaria” no fue consistentemente adversa a ese tipo de componendas, los flamantes diputados obreros Recabarren y Veas no compartieron dicho diagnóstico. Así, al triunfar la postura lazcanista levantaron su propia convención demócrata para proclamar la candidatura autónoma de su correligionario Zenón Torrealba, de larga trayectoria asociativa (como se vio, había sido uno de los pilares del Congreso Social Obrero) y fuerte prestigio entre las filas del partido (tres años después se convertiría en diputado demócrata por Santiago). Se renovaba así el ya crónico cisma entre “reglamentarios” y “doctrinarios”, que de alguna manera presagiaba el surgimiento de un partido identificado explícitamente como socialista no muchos años después 112.
Al mismo tiempo que se verificaba la nueva ruptura demócrata, la resistencia de Veas y Recabarren a prestar el juramento reglamentario para ocupar sus sillas parlamentarias provocó un incidente premonitorio de otros más serios por venir. En palabras de Bonifacio Veas, dicho juramento constituía “una cuestión de conciencia que la Cámara no puede imponer a cada uno de sus miembros. Nosotros no creímos necesario jurar en nombre de creencias o mitos que no aceptamos”. Haciendo por su parte una acalorada apología de la verdad como “máxima virtud que debe poseer y cultivar el ser humano”, Recabarren argumentaba que “respetuoso de las creencias ajenas, he presenciado el juramento que en conjunto prestaron los señores diputados; pero al mismo tiempo declaro que, en mi conciencia, no existe Dios, ni existen los Evangelios”. Y concluía, desafiante: “Yo he venido a este recinto en virtud de la voluntad popular y no tengo para qué invocar el nombre de una divinidad en la cual no creo, para que esa divinidad sea testigo de mis promesas”. Este despliegue de honestidad fue aprovechado por la bancada conservadora para impugnar la incorporación de los diputados obreros a la Cámara, puesto que a su entender no se había cumplido un requisito fundamental para validar dicho acto. Tras una larga discusión, la mayoría de la Cámara se dio por satisfecha con el juramento nominal y condicionado que terminaron prestando Recabarren y Veas, y aprobó su incorporación 113.
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