UN NUEVO PACTO SOCIAL
“Es la juventud que, sin más ley de servicio obligatorio que la escrita en su alma ansiosa del bien y amante de la Patria, se alista bajo las banderas que representan una gran causa nacional”.
Enrique Mac Iver
Son días de desasosiego e incertidumbre. Una crisis política e institucional se ha cernido sobre Chile y no se avizoran caminos de salida en tanto la mirada prevaleciente sea la del corto plazo y la ciudadanía permanezca ajena. Como hace un siglo, radica el problema en una cierta crisis moral entroncada con un limitado accionar público y una escasa disposición política para abordar las cuestiones centrales. A comienzos del siglo XX se anhelaba mirar al país más allá del transitorio esplendor del salitre, hacia un desarrollo para asegurar un mejor futuro para la niñez y la juventud: reforma de la Constitución, creación de oportunidades educacionales, protección al trabajador y sus derechos, instauración de políticas de Estado para un necesario bienestar social. Solo en la década del veinte, y a raíz de un nuevo liderazgo, se comenzó a escuchar el clamor que venía de todas partes y que tenía como protagonistas principales a los trabajadores y a los estudiantes.
En forma similar existe hoy una protesta que se generaliza, ya no como una expresión de rebeldía e insatisfacción generada por grupos obedientes a ciertos intereses políticos sino como expresión de un amplio descontento ciudadano. El mismo emana de la insatisfacción juvenil, de una clase media que se siente desprotegida, de regiones apartadas del centro donde se toman las decisiones, y de los más pobres, víctimas de una distribución del ingreso contrastante con los “éxitos económicos”. También cunde desaliento porque no se ha logrado definir satisfactoriamente las políticas educativas y porque se arriesga la sustentabilidad del crecimiento por no protegerse suficientemente el medio ambiente. Por doquier existe un reclamo que no es adecuadamente atendido por políticos, partidos y las distintas coaliciones, mal catalogados todos en la escala del aprecio ciudadano, y arrastrando tras sí a las propias instituciones de la república. Esta decepción lleva a la ciudadanía a excluirse de necesarias decisiones y así se colabora a profundizar la crisis.
El país precisa un acuerdo nacional que trascienda a los conglomerados políticos vigentes, y que funde su mirada en el largo plazo, ofreciendo una propuesta hacia una ciudadanía que espera con desconcierto y sin un imprescindible liderazgo para abordar un cambio sobre la base de un nuevo pacto social. Tal acuerdo nacional debe contener al menos siete ámbitos sobre los que es necesario tener acuerdo para transformarlo en orientaciones para la nueva administración de Gobierno, cuya responsabilidad debiera estar en encauzarlo hacia su efectiva concreción.
Modelo económico para el largo plazo, que defina las bases esenciales de la estrategia de desarrollo de Chile haciendo primar el interés social y perfilando la solución a graves problemas como pensiones y salud pública.
Descentralización efectiva del país, para que las decisiones radiquen en regiones especialmente en materia de inversión y desarrollo.
Educación como eje central de la política pública para recuperar una educación pública que, a todo nivel, instaure el necesario referente en los objetivos de equidad y calidad haciendo de la educación la fuente del mayor capital social.
Internacionalización e integración económica, especialmente en Latinoamérica, que promueva los diferentes ámbitos productivos y regionales, para internacionalizar la PYME y para que los beneficios del crecimiento económico y la diversificación y expansión del comercio sean un factor de equidad y progreso.
Un Estado activo, que lidere el desarrollo económico, que tenga iniciativa responsable para estimular el crecimiento y facilitar la estabilidad económica, sin abandonar su responsabilidad primaria en política social abarcando pensiones, salud y seguridad, en investigación científica y tecnológica, y en la promoción de la innovación y el emprendimiento, y en el financiamiento activo de la educación.
Protección del medio ambiente, logrando un equilibrio que sea al mismo tiempo garante de un crecimiento sostenible y de una matriz energética suficiente.
Construcción de un nuevo escenario político, con una efectiva refundación de los partidos en un pacto en pro del país del futuro, implicando también una nueva Constitución Política generada con efectiva participación.
Chile debe ser capaz de lograr un acuerdo a través de un diálogo más allá de las contiendas electorales. Necesita un nuevo pacto social que convoque a la ciudadanía a participar, y que así aísle a los promotores del caos y a quienes ven en la política solo un medio de financiamiento. Un acuerdo que debe comenzar a producirse desde ya, para que provea las bases de desenvolvimiento del futuro gobierno, asentado en buenas prácticas ciudadanas y en un abierto compromiso nacional y público.
CAPÍTULO I LA CRISIS REPUBLICANA: PRELUDIOS DE SU EXPLOSIÓN 1
En este trabajo, del año 2012, se mencionan los fundamentos de la crisis que afecta al país y que se va profundizando día a día. Se mencionan siete retos que es indispensable abordar para evitar una crisis mayor. Dentro de esos retos se mencionan: consensuar una estrategia nacional de desarrollo, introducir cambios en la institucionalidad, descentralizar al país para dar mayor énfasis a las regiones, introducir mejoras indispensables en la educación para la productividad, la equidad y la buena ciudadanía, impulsar una adecuada internacionalización, promover un Estado activo y eficiente y desarrollar políticas de cuidado ambiental y definición sobre la matriz energética .
“Me parece que no somos felices…”, escribía hace poco más de cien años don Enrique Mac Iver, reflexionando sobre la crisis que por entonces vivía Chile, cuando primaba el descontento y se manifestaba un profundo malestar ciudadano. Radicaba el problema en una crisis moral entroncada con una escasez de iniciativas para proveer los servicios públicos que permitieran servir adecuadamente los requerimientos de la población. “El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”, postulaba admonitorio. Y, en efecto, pocos años más tarde se profundizaría aquella protesta, marcando la cúspide de un reclamo social que afligía al país desde inicios de siglo y que tenía también mucho que ver con la necesidad de transformar la institucionalidad vigente. Los problemas se abordaron tardíamente, al costo de conflictos y enfrentamientos que podrían haberse minimizado si tal situación se hubiese enfrentado ante sus primeros síntomas. Sin embargo, no existió la disposición de los políticos para abordar cuestiones que eran entonces centrales: reforma de la Constitución, creación de mayores oportunidades educacionales, protección al trabajador y sus derechos, instauración de políticas de Estado sobre el necesario bienestar social. Se anhelaba mirar al país más allá del transitorio esplendor del salitre, hacia una industria capaz de sustituirlo y de asegurar así un mejor futuro para la niñez y la juventud. Los políticos simplemente no escucharon el clamor que venía de todas partes y que tenía como protagonistas principales a los trabajadores y a los estudiantes.
Llama poderosamente la atención cuánto se parece aquel inicio del siglo XX con estos años de principios del siglo XXI. Hoy el país disfruta de los buenos resultados de las exportaciones de cobre, que alimentan con notorio esplendor nuestras arcas fiscales. Y también el país ha logrado desarrollar una infraestructura vial y comunicacional moderna y efectiva, que le pone a la cabeza de muchos otros países subdesarrollados. El ingreso per cápita se ha triplicado en pocos años y domina un ambiente de expansión económica y estabilidad de precios que hace a muchos mirar distante hacia atrás días de pobreza, desequilibrios económicos y notoria escasez. La cobertura de la educación alcanza hoy cifras comparables a los países más avanzados, la salud se moderniza crecientemente y las inversiones pronostican un mayor desarrollo de los servicios y de muchas industrias beneficiosas al crecimiento del país. Se nos distingue internacionalmente entre los países con mayor estabilidad macroeconómica, mejor ambiente para la inversión y también dentro de aquellos donde campea una destacada competitividad económica. Todos esos logros se sitúan dentro de una generación, la cual ha tenido la oportunidad de ver el salto social y económico que nunca nuestros antecesores pudieron apreciar. Y, al parecer, ¡no somos felices!
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