Por lo tanto, una perspectiva permanente para la comprensión del proceso de envejecimiento es contemplar los aspectos demográficos y epidemiológicos que nos permitan, desde una mirada de curso de vida, avanzar en su estudio, exploración y posicionar la importancia del tema para la educación y la investigación.
Bibliografía
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Notas
2* Médica. Profesora de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, Universidad del Rosario (Colombia). Directora del Instituto Rosarista para el Estudio del Envejecimiento y la Longevidad.
3** Estudiante de Medicina, Universidad del Rosario (Colombia). Miembro del Semillero de Investigación en Salud Pública.
4** Estudiante de Medicina, Universidad del Rosario (Colombia). Miembro del Semillero de Investigación en Salud Pública.
5Economía plateada: la economía plateada se entiende como la oferta de bienes y servicios para el sector de la población mayor, entendiendo esta como potencial consumidor, que puede generar crecimiento económico y nuevos empleos. Busca adaptar los negocios y la economía al envejecimiento de la población (Leśna-Wierszołowicz, 2018).
Vejez, juventud e infancia: una síntesis sobre las representaciones sociales de las edades
Claudia Mónica García López*6
A partir de las representaciones iconográficas y de fuentes escritas disponibles, los historiadores han señalado que en el mundo occidental no solo han existido varias clasificaciones de las edades de la vida, con rangos de edad diferentes, sino que, además, las edades construidas en siglos anteriores no coinciden con las etapas de la vida que conocemos hoy. Por ejemplo, en la enciclopedia científica Le grand propiétaire de toutes choses, del siglo xvi, se definía la infancia como el periodo que iba desde el momento en que el niño nacía hasta los 7 años (Ariès, 1960, p. 22). Según esta enciclopedia, a la infancia le seguía la pueritia, hasta los 14 años, y luego la tercera edad o adolescencia, que duraba hasta los 21, 28, 30 o 35 años, dependiendo de los autores. En este contexto, la adolescencia se entendía como la persona que era lo suficientemente grande para tener hijos y que podía crecer hasta el tamaño que la naturaleza le tenía asignado. Por juventud se comprendía la época de la mayor fortaleza, que duraba hasta los 45 o 50. Esa fortaleza se refería a la capacidad de ayudarse a sí mismo y a otros.
La senecté (senectud), a medio camino entre la juventud y la vejez, se definía como la etapa en la que la persona, si bien no es vieja, ya le ha pasado su juventud. Luego le seguía la vejez, hasta los 70 años o hasta la muerte. La última parte, de la vida, la senil, era la etapa que duraba hasta el retorno a las cenizas y polvo, de donde surgimos originalmente, según el autor de Le grand propiétaire de toutes choses (Ariès, 1960, p. 22). Estas nociones de las edades del siglo xvi no eran universales —existían otras clasificaciones—; pero además no correspondían a la comprensión moderna de la infancia, juventud o vejez. Ciertamente, y gracias en parte a las teorías psicológicas de Sigmund Freud (1856-1939) y Jean Piaget (1896-1980), nuestra sociedad ha aceptado que el niño pasa por unas etapas de desarrollo cognitivo y psicológico diferentes a las del joven o adulto; que la adolescencia es una etapa de la vida en la que el joven está completando su desarrollo psicosexual, y que la adultez comenzaría, por lo menos en el ámbito legal, cuando el joven adquiere ciudadanía y derecho al voto. En últimas, las ideas sobre las etapas en la vida de los individuos que nosotros identificamos como infancia, juventud y vejez han cambiado con el tiempo.
Cada sociedad y cada comunidad científica atribuyen significados diversos a la división de las edades, combinando criterios físicos y socioculturales. Igualmente, alrededor de las etapas de la vida se han consolidado saberes y prácticas especializadas como la pedagogía, desarrollada desde el siglo xvii, o la psicología, el psicoanálisis y la gerontología del siglo xx, y que han consolidado la noción que tenemos hoy sobre las edades. En este capítulo queremos argumentar que las ideas sobre las etapas de la vida que llamamos infancia, adolescencia, juventud y vejez las construimos no solo basados en atributos físico/naturales (pubertad, etc.), sino también a partir de la cultura a la que pertenecemos. Aquí se presenta, entonces, una síntesis de algunos momentos significativos en el surgimiento y definición de las ideas modernas —es decir, las ideas que aún son vigentes hoy— de infancia, juventud y vejez siguiendo de cerca las investigaciones clásicas de historiadores y sociólogos como Philippe Ariès, Pierre Bourdieu, entre otros autores. Se espera aproximar al lector a las nociones socioculturales que dan forma a nuestra visión moderna de las edades y a que reflexione sobre el poder que se ejerce a través de la distinción entre las edades en la sociedad occidental.
Infancia
Según el historiador Philippe Ariès (1960), en su estudio sobre la infancia y la vida familiar, la idea moderna de la infancia surgió entre los siglos xiii y xvii en Europa. De acuerdo con este historiador, en los siglos anteriores (siglos x al xii) no había espacio para la infancia: los niños no aparecían, por ejemplo, en las representaciones iconográficas o pinturas de entonces. Al parecer, la infancia era considerada un periodo de transición que pasaba rápido y que, así mismo, era olvidado. A pesar de la alta mortalidad de los niños, quizás el sentimiento era que no valía la pena recordarlos. En el siglo xii, los niños empezaron a ser representados en las imágenes y pinturas como adultos en menor escala; ya en el siglo xiii empezaron a ser representados cada vez más como niños y no como adultos pequeños, aproximándose a la idea moderna de la infancia. El primer niño representado en las pinturas fue el niño Jesús, dada la fuerza cultural y social de la Iglesia católica en el mundo medieval. Más adelante, en los siglos xv y xvi, comenzaron a aparecer en las pinturas niños en situaciones cotidianas, con su familia o compañeros de juego, en ritos litúrgicos, como aprendices de oficios o en la escuela. Si bien estos elementos son evidencia del surgimiento de la idea moderna de infancia, es decir, como etapa diferenciada de la vida adulta, estas representaciones son indicios de que, de todas formas, durante la Edad Media, los niños no tenían tratamiento especial: todavía se mezclaban con los adultos en la vida diaria —trabajo, descanso, deporte—; pero, además, eran vestidos como adultos. Es posible que muchos pensaran que los niños no tenían ni actividades mentales ni formas reconocibles corporales. Se creía que eran indiferentes al sexo; no se consideraba que la referencia a los asuntos sexuales afectara la inocencia de los niños. Nadie pensaba, como hoy, que el niño contenía la personalidad del adulto. Muchos niños morían, eran enterrados en los jardines o en la casa, sin bautismo, y esa indiferencia se mantuvo hasta bien entrado el siglo xix, por lo menos en algunas regiones europeas (Ariès, 1960, pp. 34-49).
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