Raúl Cubas Grau, ingeniero multimillonario, ganó las elecciones de 1998 con comodidad y de inmediato le otorgó al general rebelde un indulto que fue repudiado por toda la ciudadanía.
La amistad de Cubas con Oviedo se plasmó cuando ambos fueron compañeros de promoción del Colegio Militar. Cubas Grau, por problemas de salud no pudo continuar con la carrera, pero la relación quedó intacta. Hijo de un importante colaborador de Stroessner, Cubas había sido ministro de Planificación y Finanzas del presidente Juan Carlos Wasmosy, con el que se conocían desde las épocas del exclusivo Colegio San José y la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Asunción. Aficionado al automovilismo y corredor de rally, Cubas tuvo su oportunidad justo cuando Oviedo se sublevaba contra Wasmosy. Carecía de condiciones para el mando, era “sumiso” y tal vez demasiado “cándido” para aliarse con Oviedo, que sí era políticamente muy “peligroso”.
A pesar del “slogan” de campaña “Cubas al gobierno, Oviedo al poder” , ante la grave crisis institucional, muchos pidieron la inmediata renuncia del presidente y en la línea sucesoria estaba el vice, que era nada menos que el Dr. Luis María Argaña.
Y aquí entra en escena nuestro protagonista. Había nacido el 9 de octubre de 1932 en Asunción. Abogado, era considerado uno de los maestros del derecho. Se había desempeñado como presidente de la Corte Suprema, como canciller durante el gobierno de Rodriguez y fue uno de los políticos más respetados del Partido Colorado, tal vez el último caudillo de fuste que tuvo la nación guaraní.
Era un secreto a voces que la deteriorada imagen de Cubas Grau daría lugar más temprano que tarde a su renuncia, y a la asunción a la máxima magistratura de Argaña. Por ello, para muchos y en especial para Oviedo, este “obstáculo” debía ser removido. El proyecto presidencial de Oviedo exigía que Argaña debía dar un paso al costado ...O morir. Y esto último fue lo que ocurrió aquel 23 de marzo de 1999.
Muy temprano, pongamos un nombre, tal vez Doña Chela, vieja empleada de la vicepresidencia comenta a sus compañeras que ha tenido un mal sueño. Una pesadilla. “Soñé que le mataban al Dr. Argaña”, les cuenta. A todo esto, Luis María, de buen ánimo, termina el desayuno en compañía de su esposa y siendo las 8,25 llama a sus colaboradores que se encuentran en la calle. La camioneta Nissan Patrol roja estaba ya lista para partir desde la residencia del barrio Las Carmelitas, hasta su despacho. Su chofer Víctor Barrios le abre la puerta y el Doctor se acomoda en el asiento trasero; su custodio, el policía Francisco González se ubica adelante. Argaña realiza un par de llamadas desde su celular, mientras el vehículo se acerca a la calle Diagonal Molas. Mañana apacible en Asunción. La madre de ciudades, fundada en 1537, aún conserva vestigios de su impronta colonial, con numerosas calles empedradas, con sus casas de techos rojizos y sus verjas de hierros negros, que han resistido el paso del tiempo. La gente laboriosa se encamina a su trabajo. Los vendedores de chipa se ubican en las esquinas, con sus pequeñas canastas calientes, los colectivos repletos pasan como una exhalación, mientras completa la geografía la sintonía de verdes de los lapachos, los guavirá, los yurupary ra, los kurupa’y kuru, las palmeras y otras tantas especies añosas que apenas se mecen ante la suave brisa matutina.
En un instante, un auto Fiat Tempra oscuro se coloca en el costado izquierdo y empieza a adelantarse. Son las 8,35 hs. al llegar a una pequeña lomada, en la calle Sargento Gauto casi Venezuela, el Fíat le cierra el paso a la camioneta, que debe frenar al instante; dos hombres descienden armados de una escopeta calibre 12, armas cortas y una granada. Otro sujeto queda al volante con el motor en marcha. Los dos visten uniformes y comienzan a disparar frenéticamente. El policía es herido, como el chofer que pretende escapar marcha atrás pero se incrusta en la pared de una vivienda, con una rueda reventada. A duras penas puede salir de la camioneta y refugiarse. El vicepresidente queda agachado en el asiento, cuando uno de los sicarios mete el revólver por la ventanilla y dispara cuatro veces. El primer impacto da en el antebrazo de Argaña, otros dos proyectiles en el pecho y el último ingresa por la espalda y le destroza el corazón. Consumado el magnicidio, arrojan la granada dentro de la camioneta, pero no llega a explotar.
Estupor y estallido popular
La primera que se entera es la periodista radial Mina Feliciángeli, que exclama al aire “¡Lo mataron a Argaña !” “¡Hijos de puta!”. Conmoción total. La ambulancia llega pronto pero no hay nada más que hacer. En el Sanatorio Americano constatan la muerte, mientras cientos de ciudadanos se congregan para exigir justicia.
Llamativamente, a las 10 de la mañana de ese día sangriento, ya circulaba en medios judiciales una Resolución por la cual se procedía al llamado de elecciones para cubrir la vacancia en la vicepresidencia.
“¿Cómo se enteraron tan pronto ? ¿Acaso tenían la bola de cristal esos jueces, o todo era parte del mismo complot?”. Al mismo tiempo, sectores de la juventud del movimiento argañista del Partido Colorado comienzan a reunirse para marchar hacia el Palacio de Gobierno, para pedir la cárcel para Oviedo y la renuncia del presidente Cubas Grau, que sólo atina a cambiar al ministro del interior para nombrar a su hermano en su reemplazo. Aquel día en el Palacio de López todo era silencio y congoja. Todo el país acusaba a Oviedo del asesinato y el presidente era el que había firmado el indulto que lo sacó de la cárcel en agosto de 1998, aún con la opinión contraria de la Corte Suprema, y ahora Cubas estaba en un brete. Ni siquiera el flamante ministro del interior cree en la inocencia del general retirado.
Es la gota que rebalsa el vaso. Coreando las estrofas de “Patria Querida”, la multitud recorre las calles asuncenas: “Robusto el cuerpo, la frente siempre erguida / Alegres vamos en pos de tu pendón/ (...) Si por desgracia el clarín de las batallas/ Nos llama un día a cumplir el gran deber/ Serán allá nuestros pechos las murallas/ Que detendrán las afrentas a tu ser/ Libre serás oh Patria amada/ Mientras tengamos el rubí/ De nuestra sangre derramada/ Triunfante allá en Curupayty/ (...).
La indignación generalizada motivó la movilización de miles de paraguayos en las plazas del Congreso, los oviedistas también marcharon y se produjeron serios enfrentamientos en la noche del 26 de marzo, cuando francotiradores escondidos atacaron a balazos a la multitud dejando 8 jóvenes muertos y más de 700 heridos. La conmoción precipitó la renuncia del presidente y la huída de Oviedo, en lo que se llamó “El marzo paraguayo”, el “glorioso” marzo paraguayo.
Luego de pesquisar el origen del Fiat Tempra, y de realizar innumerables cruces telefónicos, los asesinos fueron identificados, procesados y condenados. Se comprobó que uno de los asesinos era íntimo colaborador de Oviedo, por ello este último fue encarcelado en una prisión militar pero con abogados amigos pudo zafar de la condena, luego de idas y vueltas de magistrados enriquecidos y sospechados. Y de un periplo fugaz como asilado en Argentina.
El 23 de octubre de 1999, Pablo Vera Esteche, acusado de ser el sicario que disparó contra Argaña, fue arrestado en Paraguay, confesando que él y otros dos asesinos armados habían recibido un pago total de USD 300.000, de parte de Cubas y Oviedo. Vera, que también involucró al mayor Reinaldo Servín, hombre ligado a Oviedo, como el encargado de reclutar a los criminales fue condenado a 20 años de cárcel al igual que sus cómplices.
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