El 11 de marzo de 1973, la fórmula presidencial del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) se imponía a nivel país con total comodidad. En Salta, Miguel Ragoney Olivio Ríosganaban la gobernación y vice, con el 58 % de los votos, un triunfazo impresionante que hubiera permitido gobernar para los desposeídos de una forma cabal y firme. Pero veremos que no pudo ser.
El nuevo gobierno salteño fue identificado desde el comienzo con el grupo de gobernadores ligados al “camporismo” ( “La Opinión” 27/05/73 ), es decir, afines a ese fugaz presidente Héctor Cámpora, que duró menos de dos meses en el cargo para ser reemplazado por Raúl Lastiri, que llamaría a elecciones en las cuales el binomio Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perónse impusiera por amplia mayoría. Esos gobernadores supuestamente “rebeldes” no estaban identificados con la burocracia sindical ni con los sectores reaccionarios del P.J., ni mucho menos con José López Rega, ese verdadero “Rasputín” , que creció en Madrid a la sombra del general exiliado como un absceso molesto y maligno dentro del justicialismo.
Desde la hora cero del mandato de Ragone, un grupo de la CGT local, protagonizaría los primeros embates contra el flamante gobernador, con la toma de la casa de gobierno a principios de setiembre de 1973, al grito de “Fuera los marxistas” ( “El Tribuno” 27/09/73 ). Y ello ocurrió con el aval expreso del vicegobernador Ríos, verdadero “caballo de Troya” de la administración, que aprovechó la ausencia de Ragone, que se encontraba en Buenos Aires por gestiones oficiales, para pedir la renuncia de varios ministros que luego tuvieron que ser repuestos.
Miguel Ragoneno sólo era un mandatario honesto y ejecutivo, también poseía por formación y vocación una sensibilidad especial para con las clases más humildes y los aborígenes, y su figura había crecido de manera exponencial en la consideración popular. Por fin, un gobernador ponía la mirada allí donde la necesidad se hacía más evidente, por fin alguien escuchaba los reclamos colectivos, y resolvía para bien del conjunto, por fin un gabinete de gente decente administraba el presupuesto estatal con mesura, dedicación y solidaridad. Como dijimos, el salteño siempre fue vinculado doctrinariamente a sus pares de Buenos Aires ( Oscar Bidegain), Córdoba ( Ricardo Obregón Cano), Mendoza ( Alberto Martínez Baca), y Santa Cruz ( Jorge Cepernic). Para el sector reaccionario del P.J., todos ellos eran “montoneros” , parte de la “Tendencia” , cuasi “guerrilleros” que había que exterminar mientras sus detractores eran los inmaculados popes de la “ortodoxia peronista”, una especie de “Opus Dei” o “templarios”, custodios de la pureza partidaria donde pululaba cómodamente el nefasto López Rega, y que a la postre tiñó de sangre gran parte de la Argentina.
La primavera de Rubén Fortuny.
El mismo día que asumió el gobernador, el 25 de mayo de 1973, Rubén Fortunyfue nombrado titular de la Policía de Salta. El nuevo jefe era un militante convencido, un sobreviviente de la “resistencia peronista” que había conocido todo tipo de vejámenes cuando el propio Perón fue derrocado en 1955. Ragone le encomendó enderezar aquella institución que había nacido en 1726 a efectos de “rondar y procurar evitar todo género de delitos y ofensas a Dios” , y que el mismo fundador de Salta, Don Hernando de Lermale había dado facultades para “ juzgar y ejecutar al reo sin previo sumario, en el mismo lugar del hecho por causas graves”. El actual edificio policial fue empezado a construir en 1872 y se terminó en 1889. Tiene un aspecto de fortaleza colonial. Cuando Fortuny se hizo cargo, se encontró con una verdadera ciudadela de calabozos y salas de tormentos que habían madurado al compás de las sucesivas dictaduras militares. Ese colosal “hormiguero” nauseabundo debía ser “pateado” y el gobernador eligió a Rubén para tal fin aunque sin saberlo también lo condenó a muerte.
Aquel 25 de mayo, ya en funciones, Fortuny reunió al personal subalterno y a los oficiales uniformados en “la vieja Bastilla” , como le gustaba decir, para anoticiarlos de los cambios que impulsaría:
“Señores, a partir de ahora la Policía de Salta será una institución que dejará de reprimir al pueblo, que abandonará las prácticas fascistas de otrora y que cumplirá a rajatabla con el respeto de los derechos humanos, con el sagrado deber de erigirse en el brazo armado que acompañará al Poder Ejecutivo en la gestión de gobierno, en un todo de acuerdo con la Constitución de la provincia, y las leyes nacionales de orden público”.
Los viejos y anquilosados oficiales superiores presentes, intercambiaron miradas cómplices que no hacían prever nada bueno en el futuro inminente.
El nuevo Jefe convocó a la prensa y juntos recorrieron los sórdidos pasajes y recovecos, y los húmedos calabozos en uno de los cuales el mismo Fortuny había estado detenido durante la “Revolución Fusiladora” que derrocó a Perón en 1955 antes de ser enviado a una lejana cárcel en el sur del país. Y allí mismo ordenó que los flamantes carros de asalto fueran repintados y reacondicionados para el transporte de escolares, y que las tétricas catacumbas fueran demolidas para la construcción de dispensarios, bibliotecas y juegos para un jardín de infantes.
La “patota” policial fue cesanteada, los policías denunciados por torturas fueron separados de la fuerza, y los 230 presos sin condena, harapientos y al borde de la inanición fueron reubicados en la Escuela de Policía y otros edificios. La mayoría de ellos jamás se había bañado con agua caliente. Aparecieron depósitos llenos de elementos represivos, picanas eléctricas, bombas lacrimógenas, vomitivas, diarreicas, balas de plástico, ametralladoras livianas con silenciador, y uniformes sin uso que fueron a parar al cuartel de bomberos.
Donde sólo había muerte y represión, se plantaron flores...Que se marchitarían muy pronto. El 1° de julio de 1974 fallecía Juan Domingo Peróny todo cambió.
La derecha peronista, que bien retrata la película argentina “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella(2009), convirtió al país en un gigantesco campo de concentración donde todos estaban en libertad condicional y donde la vida de propios y extraños quedaba a merced de fanáticos mercenarios armados protegidos por el aparato del Estado.
Fortuny no pudo soportar el asedio permanente, la intriga diaria y el cotidiano boicot y a poco de cumplir seis meses en el cargo se vió obligado a renunciar. Dos días después, el 22 de noviembre de 1973, el ex-policía de nombre Emilio Pavicevichterminó con su vida con un certero balazo, en la vereda del conocido hotel Plaza Victoria.
Pero la novela negra estaba lejos de terminar. En un viaje a la provincia norteña, la viuda-presidenta asistió a un acto protocolar y no saludó al gobernador Ragone, aún compartiendo el mismo palco. El desplante no sería único. La tenebrosa Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) ya estaba detrás de Ragone. Previamente, el 22 de noviembre de 1974, Maria Estela Martínez de Perónfirmaba el decreto de intervención de los tres poderes provinciales. El cordobés José Mosquerallegó a Salta para disciplinar, para castigar, para borrar de un plumazo todo lo bueno que había realizado el gobernador en tan poco tiempo. De pronto diputados, funcionarios y hasta un ministro del Superior de Justicia fueron considerados “subversivos” y debían ser apresados, torturados y desaparecidos. También Ragone.
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