Discurso y acción no respondían solo a la historia más reciente; muchos espejos comenzaban a desenterrarse y a brillar tímidamente hasta convertirse en resplandor.
La metáfora más acabada es esa eterna marcha de los pueblos que hicieron imposible al sistema imperial mantener sus estrategias de dominación y sus intentos de extender la telaraña para imponer los nuevos esquemas de Guerra de Baja Intensidad (GBI).
En Bolivia el regreso de aquella vieja cultura soterrada constituye el del gobierno de Morales sobre todos los intentos por destruirlo en los últimos años, en los que Washington y sus socios gastaron millones de dólares conformando diversas oposiciones, violentas o falsamente democráticas.
Este nuevo proceso comenzó a tocar a fondo las fibras de la sociedad boliviana, condenada a los arrabales para convertirse en una voluntad revolucionaria, una revoltura que produjo la reacción desmesurada de los eternos dueños del poder.
A medida que se profundiza el proceso, en medio de dificultades extraordinarias, el viejo poder criminal, impune hasta ahora, resucita lo más recóndito del odio. El lenguaje es visceral, brutal, sin tapujos. Despojados lentamente de algunos de sus privilegios los sectores dominantes instalaron la ideología del odio, que los ha llevado a mostrarse en su verdadera naturaleza, como sucedió en la escenificación brutal de Sucre, donde humillaron y castigaron televisadamente a un grupo de indígenas desnudos, atados por el cuello entre sí con sogas, o en la masacre de Pando que intentan encubrir con cobardía e impunidad amparada desde el Norte. Los fantasmas de un fascismo envejecido, ya sin coberturas o disimulos, han actuado contra el pueblo y se han mostrado sin máscaras ante el mundo, como también lo han hecho sus poderosos protectores.
Desde que Morales era un dirigente sindical cocalero, Estados Unidos lo vio como un “peligro”, un enemigo potencial. Eliminarlo físicamente es uno de sus planes, nada novedoso si se estudia la cantidad de asesinatos políticos protagonizados por Estados Unidos en todo el mundo y en su propio país. Pero en Bolivia todo se les hace esquivo. No pueden entender los lenguajes de un mundo renaciente. Se obstinan en detener el proceso de cambio, la resurrección de las viejas culturas que deshacen los mitos de la impotencia. Ha cambiado Bolivia y el mapa de América Latina —que ellos trazaron en su imaginario imperial— se les deforma ante los ojos. Se les esfuma, se les va de las manos. A ciegas, el gigante golpea y tropieza una y otra vez. Washington estima que golpear a cualquiera de los países que conforman el hasta ahora mayor esquema de integración en América del Sur puede tener un efecto dominó.
Pero sus movimientos ya no alcanzan los objetivos. Quedan en el aire, se les devuelven como un boomerang. El poder colonial envejecido está ciego como el gigante tambaleante que lo simboliza.
De esa historia de dominación y telarañas trata este libro. Con documentación, investigaciones, testimonios y crónicas de la realidad, se intentará demostrar cómo un país inmensamente rico en recursos humanos y naturales pudo ser convertido en un laboratorio de proyectos neocoloniales o recolonizadores. Pero también cómo Bolivia desenterró sus espejos para que nos miremos en ellos en los tiempos de la dominación y en el esplendor de las resistencias.
Stella Calloni
1. Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI Editores, México 1971.
2. Taboada Terán, Néstor, Tierra mártir. Del socialismo de David Toro al socialismo de Evo Morales, Editora H, segunda edición, Bolivia 2006.
3. Ibídem op. cit.
4. Ibídem op. cit.
5. Ibídem op. cit.
6. Ibídem op. cit.
7. Discurso de Simón Bolívar al Congreso Constituyente en la proclamación de la nueva Nación Boliviana. Documento histórico. Mayo de 1826.
Parte I
Evo en la mira, 1983-2005
Capítulo 1
Evo Morales: un blanco de Washington
“... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...”
Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz,
16 de julio de 1809
Hablar de Orinoca, del altiplano de Oruro, donde nació y creció Evo Morales, es decir dureza, frío, belleza majestuosa y soledad. Es una zona de grandes recursos mineros, de montañas y lagos que figuran entre las reservas más importantes de agua en el mundo, pero también de una población mayoritariamente pobre y de una realidad social injusta como pocas.
Huanuni, el centro minero más grande de Bolivia es la memoria viva del saqueo y de la resistencia. Las luchas campesinas en el lugar también son de larga data. De la misma manera lo es el carnaval de Oruro, el más famoso del mundo, reconocido por la UNESCO en 2001 como “Obra maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la humanidad” por su valor cultural, tradicional, religioso, donde el sincretismo se muestra en los coloridos juegos y bailes, escenografías que recuerdan al Tíbet o las diabladas, con su trazo africano junto a las tradiciones indígenas locales.
Esas caracterizaciones maravillosas, muy típicas y coloridas, puestas sobre un mundo yermo donde todo aparece cubierto de tierra llevan muchos mensajes detrás.
Sorprendente es la historia de Oruro y todo eso está también detrás de Evo Morales. Hay que ser muy fuerte y adquirir sabidurías propias para sobrevivir en el frío altiplano orureño, en la pobreza absoluta.
No fue un camino de rosas la vida de Evo hasta aquellos días de diciembre de 2005 cuando resultó electo con un apoyo popular abrumador.
“Cuando me preguntan sobre mi vida en otros tiempos y cuento lo que viví con mis padres y hermanos, con los compañeros comunitarios, jamás hubiera pensado que iba a ser presidente algún día. Trataba solamente de ser mejor cada día en mi trabajo sindical para luchar junto a los compañeros, exigir la justicia. Me costó mucho y debí tomarme tiempo para pensar cuando los compañeros me eligieron para que fuera a elecciones como candidato a diputado en 1997. Tampoco me podía imaginar que iba a ganar entonces con tantos votos y tan acompañado por las bases. Eso me decía que tenía más responsabilidad cada vez y que debía prepararme todo el tiempo y no defraudar nunca a los compañeros. Nosotros con la familia y los comunitarios en Oruro sabíamos lo que era la vida dura. Y también después la lucha en El Chapare”, diría Evo Morales.8
Desde ese altiplano salió Evo varias veces, en largas caminatas con sus padres que lo llevaron de niño incluso hasta Jujuy y Tucumán, Argentina, donde la familia trabajó un tiempo en la zafra. Esos caminos recorridos fueron extremadamente difíciles, aunque él relata el pasado con serenidad y dignamente, sin victimizarse jamás.
“Siempre, desde niño, me gustaba organizar cosas distintas. Pasaba mucho tiempo en un cerro cuidando las llanuras. Mi padre me llevaba, quedaba con algo de comida y esperaba que él volviera a buscarme para regresar a mi casa. Hay tiempo largo para pensar en esa soledad. Ese mes o algo más que me quedaba en el cerro, era duro. A veces bajaba a un pueblito lejos en la montaña, si faltaba algo de comida, pero volvía muy rápido.
“Cuando regresaba, quería hacer muchas actividades. Veía todo con otros colores. Cuando tenía como 13 años fui fundador de un equipo de fútbol (Fraternidad) en mi comunidad y eso nos permitía participar en campeonatos locales. Era capitán y delegado, y enfrentábamos a muchos equipos. A la vez trabajábamos fuerte, cuidando llamas, a las que había que trasquilar luego. Pero yo no dejaba de estudiar ni de jugar fútbol, porque eso nos hacía bien a todos y nos unía. Me gustaba la música y aprendí a tocar la trompeta. El fútbol y la música nos permitían compartir y hacer actividades colectivas. Mi padre fue muy compañero y nos alentaba en los deportes. Yo recuerdo que no paraba nunca y cuando tenía unos 16 años, los delegados (ayllus) de la comunidad ya me eligieron como director técnico de la selección de todo el cantón”.9
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