1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 En 1983 Evo se afilió al pequeño sindicato agrícola local que llevaba el nombre del lugar, San Francisco, y al poco tiempo alcanzaba la Secretaría de Deportes. En 1985 asumía la Secretaría General, cuando era evidente su capacidad de lucha y movilización y el respeto que se iba ganando entre sus compañeros y los comunitarios. Era un joven de poco más de veinte años y ya compartía decisiones entre los sindicalistas más antiguos del lugar, que eran realmente la voz de los sin voz y desafiaban a las políticas oficiales.
Morales dedicaba la mayor parte de su tiempo a la actividad sindical. Fue testigo y víctima de muchas injusticias que lo impulsaron a una mayor capacitación política y sindical.
El 29 de agosto de 1985, bajo el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, del Movimiento Nacional Revolucionario —que poco tenía de aquel MNR que inició la revolución de 1952—, se promulgó el Decreto Supremo 21.060, con el que se inauguraba una Nueva Política Económica (NPE), con un programa de ajuste estructural, monetario y financiero para acabar con el estatismo de la economía boliviana y los últimos vestigios de aquellas nacionalizaciones que cambiaron por un tiempo la historia local.
Hubo otro paso que encendería la rebeldía en El Chapare, cuando en julio de 1988, siendo Morales secretario general de la Federación del Trópico, el gobierno del MNR —bajo severas presiones de Estados Unidos— logró que el Congreso aprobara la Ley 1.008 del régimen de la coca y sustancias controladas. Esto restringía la producción de hoja de coca diferenciando la que estaba destinada al consumo tradicional y ‘lícito’ y la que sería transformada químicamente en cocaína. Las políticas aplicadas a los sembradíos de coca golpearon duramente a los productores14 pues limitaban las cosechas lícitas al régimen de minifundio, con reducción y sustitución gradual de las cosechas ‘excedentarias’ mediante la siembra de cultivos alternativos que permitía arrasar cocales sin derecho a indemnización.
Estados Unidos impuso a Paz Estenssoro la presencia de asesores militares en todas las operaciones para erradicar cultivos y desalojar ilegalmente a los campesinos. Curiosamente, se dejaba en segundo lugar la destrucción de laboratorios clandestinos o la persecución a los mafiosos narcotraficantes. Washington insistía en que para terminar con el narcotráfico había que acabar con la producción en origen, aunque la hoja de coca no podía considerarse una droga.
La orden de erradicación que llegaba de Washington puso en serios problemas al gobierno, imposibilitado de imponerla ante la rebelión abierta de los productores y campesinos en general. Tampoco pudo hacerlo su sucesor, Jaime Paz Zamora, del Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR), porque no podría hacer frente a la rebelión masiva que significaría dejar sin trabajo a unos 300 mil bolivianos para los cuales el único ingreso era la producción de hoja de coca.
El intento de erradicar los sembradíos para, supuestamente, imponer programas de cultivos alternativos, nunca fueron pensados como una solución. Además, esos programas contemplaban la política de “erradicar” también a los cocaleros, en un dramático desarraigo forzado. La única respuesta posible era la resistencia. Y se hizo.
Las protestas tendrían su réplica en el sector obrero industrial minero, cuando las nuevas medidas cayeron como un huracán, destruyendo lo que quedaba de las nacionalizaciones de 1952 y originando el despido de miles de trabajadores y sus familias. Esto extendió el espíritu de rebelión cocalera a la Central Obrera Boliviana (COB), la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y otros sindicatos y partidos de izquierda.
La Federación del Trópico adquirió una presencia cada vez más importante, pero también Morales había logrado que la voz de los cocaleros llegara a diversos lugares del mundo.
“Había que demostrar lo que era una verdad, un derecho nuestro como cultivar la hoja de coca, que se había mantenido durante siglos. El mensaje tenía que ser muy claro y así lo dijimos. Masticar hoja de coca no era drogarse y esta hoja ritual era el alimento de miles de campesinos. Ninguno de nosotros debíamos pagar ni con la vida y el trabajo el hecho de que alguien había usado esta misma hoja para cruzarla con poderosos químicos, solo producidos en el Primer Mundo, y crear una droga que se consumía masivamente también en ese Primer Mundo”.15
El gran caudal del dinero del narcotráfico era para los poderosos de ese Primer Mundo: banqueros, empresas, gobiernos. En la otra cara de la situación, la imagen de esos hombres mujeres y niños defendiendo el derecho a sembrar y a alimentarse de un producto heredado de sus antepasados, recorría el mundo. Frente a la propaganda masiva para justificar la invasión de agentes de la DEA y tropas de Estados Unidos en su presunta guerra contra las drogas, la verdad era muy difícil de imponer.
A medida que Morales desafiaba a los poderosos, también hacía serias advertencias sobre el derecho a la resistencia de productores cocaleros contra cualquier imposición por la fuerza: las tropas extranjeras, bajo el manto de la DEA, comandando a los batallones antidrogas de Bolivia, ya habían dejado muertos y represión entre los campesinos.
Cronología de una persecución anunciada
Si se considerando la larga historia de dominación de Estados Unidos, no sorprende que las instituciones militares y de inteligencia de ese país, el verdadero poder en las sombras coloniales de Bolivia, fijaran tempranamente su mirada en ese joven indígena dirigente sindical, desafiante, que rápidamente se destacó en El Chapare.
Por eso, cuando asumió el gobierno ya había estado en la mira de una serie de atentados, de espionajes y conspiraciones, que lo habían convertido en un blanco permanente de Estados Unidos a través de organismos como la CIA y la DEA.
En 1984 participó en el primer bloqueo de caminos en las proximidades de Huayalli, donde fueron asesinados tres campesinos. En 1987 fue testigo, en Parotani, del asesinato de cinco campesinos en un bloqueo de rutas contra el Plan Trienal, impuesto por Washington para reducir las plantaciones de la hoja de coca en un período de fuerte actuación de la DEA y las fuerzas conjuntas.
La salida del embajador estadounidense Edward Rowell, en enero de 1987, llevó a David Greenlee, jefe de la CIA en Bolivia, a tomar el control de la embajada como embajador interino durante dos años, hasta la llegada de Robert Gelbard, en diciembre de 1988. Con Greenlee, la CIA tomó fuerte preeminencia sobre la DEA después del escandaloso Caso de Huanchaca (ver capítulo 10, “La DEA en Bolivia”). Mediante la llamada Operación Snow Cop (boina de nieve), incorporó agentes de la Policía de Fronteras (estadounidense) y del FBI a las acciones militares que se llevaban a cabo en Bolivia, tratando de desmantelar las protestas de los productores de coca, cada vez más activas y organizadas en El Chapare, y buscando desacreditar las propuestas campesinas de desarrollos alternativos.
Greenlee fue clave para promover las incursiones ilimitadas de asesores de Estados Unidos en esa región, los que asumieron el mando de las tropas bolivianas.
El embajador de Estados Unidos se oponía a todas las propuestas campesinas de planes integrales de “Desarrollo y Sustitución”, que programaba la erradicación voluntaria de cocales y la participación sindical campesina en la planificación de cualquier programa de cultivos alternativos.
La primera consecuencia de esta nueva modalidad de injerencia fue la actuación de los agentes de Estados Unidos al mando de la Unidad Móvil para el Patrullaje Rural (UMOPAR), el 27 de mayo de 1987, en la zona de Parotani, cuando atacaron a campesinos movilizados y mataron a cinco, dejando decenas de heridos. Fue una masacre —que luego se repetiría en otros lugares— de la cual fue testigo Morales.
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