Más de veinte años después, el nuevo gobernador del Paraguay informaba a la Corona que, de una población de casi 100.000 habitantes, “más de 50.000 almas viven en una indigencia total, sufriendo con paciencia los efectos terribles de la desnudez, de la miseria y de la opresión”.37
Claramente, mientras la política económica del Paraguay permanecía en relación de dependencia, la tétrica predicción del gobernador Pinedo estuvo destinada a ser verdadera.
25AGI, ABA, leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.
26AGI, ABA, leg. 202, Pinedo al Rey, 14 de junio de 1773.
27Félix de Azara, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, pp. 204-5.
28ANA, NE, leg. 3360, Libro de Asiento de Guías para el año de 1800.
29AGI, ABA, leg. 202, Pinedo al Rey, 14 de junio de 1773.
30AGI, ABA, leg. 322, Rivera al Rey, 19 de mayo de 1798.
31AGI, ABA, leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.
32Ibid.
33Ibid.
34Ibid.
35Para fines de sencillez, no se examinarán los vínculos de los capitalistas comerciales españoles con los capitalistas industriales de otras naciones europeas, aunque funcionalmente eran una continuación de la cadena de dependencia. Para un estudio y ensayo bibliográfico sobre este tema, ver Barbara H. Stein y Stanley J. Stein, The Colonial Heritage of Latin America.
36AGI, ABA, Leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.
37AGI, ABA, leg. 322, Rivera al Rey, 19 de mayo de 1798.
II. La incorporación de las misiones
Durante ciento sesenta años, los jesuitas administraron las Misiones guaraníes del Paraguay. Las primeras de ellas –también llamadas reducciones o pueblos de Misiones– creadas en 1607, tenían solo unos pocos centenares de habitantes. Para 1767, año en que el monarca español expulsó a los jesuitas de los dominios españoles, las colonias habían proliferado y florecían treinta pueblos estables y prósperos que alojaban a aproximadamente cien mil guaraníes. Sin embargo, al cabo de unas pocas décadas de administración civil y como consecuencia de la incorporación de las Misiones a la economía política del Paraguay, los pueblos fueron reducidos a pálidas sombras de su situación anterior. La mayoría de la gente huyó y la producción cayó verticalmente, y sus construcciones abandonadas yacían en deterioro.
Durante la administración de los jesuitas, las Misiones escaparon a la aplastante pobreza del resto del Paraguay. También funcionaron como zona de tapón con sus consecuentes obligaciones militares, pero la carga sobre los habitantes de sus era considerablemente más liviana. La distribución geográfica más amplia de los pueblos reducía el tiempo de viaje, dado que muchos de los habitantes vivían más cerca de los fortines distantes. Además, las misiones gozaban de un permiso real especial para fabricar sus propias armas y municiones, que minimizaban sus gastos para suministros militares.
Con el fin de pagar el tributo real anual, continuar con las contribuciones normales a la tesorería central de los jesuitas en España e importar los pocos artículos que no podían producir ellas mismas, las Misiones cultivaban yerba y tabaco para exportación. En efecto, habían logrado cultivar el arbusto de la yerba, de modo que en lugar de recolectar las hojas en arduas extensiones con alto insumo de tiempo en el hinterland, como se hacía normalmente, cosechaban sus propios cultivos.38 Además, los jesuitas poseían suficientes recursos para financiar sus propias operaciones comerciales y, en virtud de ello, evitaban los gastos y dependencia adicionales de tener que recurrir al crédito de los acopiadores.
A diferencia del resto del Paraguay, los recursos humanos, naturales y de capital de las Misiones no estaban excesivamente concentrados en el sector de exportación de la economía. Al igual que la mayoría de los grupos dirigidos por misioneros, los guaraníes producían una variedad equilibrada de productos y animales para satisfacer las necesidades de productos básicos de sus comunidades semi aisladas. Esta política no solo satisfacía las necesidades inmediatas del pueblo, sino que en la misma medida eliminaba la necesidad de recurrir a costosos substitutos importados. Las prioridades y la política comercial de las Misiones jesuíticas mantenían una unidad socioeconómica casi autónoma, afectada en mínima medida por las fuerzas políticas y económicas del Paraguay dependiente.
Las relaciones tradicionalmente hostiles entre colonizadores y misioneros son importantes para comprender la historia de las Misiones después de la expulsión de los jesuitas. Frustrados en sus tentativas de explotar la mano de obra de los guaraníes, los colonizadores no habían olvidado que las autoridades reales habían usado soldados guaraníes para aplastar la sangrienta revolución de los Comuneros Paraguayos en la década de 1720. La liberación tributaria parcial de las Misiones en el comercio de la yerba aumentó el resentimiento colonial. Por lo que no es sorprendente que los colonizadores españoles hicieran todo lo que pudieron para desacreditar a los jesuitas, diseminando rumores de minas de oro ocultas y de una conspiración para crear un Estado independiente en las selvas de América del Sur.
Pese a que este tipo de agitación local ofrecía un pretexto para la expulsión, fue el absolutismo del siglo XVIII lo que proporcionó la justificación política. La expulsión de los jesuitas de las colonias portuguesas (1759), francesas (1763) y españolas (1767) refleja la filosofía política del despotismo ilustrado. La eliminación de las comunidades semiautónomas jesuitas fortaleció a las administraciones coloniales y centralizó más aun el poder político en manos de monarcas europeos. Además, permitió la confiscación de la considerable riqueza jesuita en tierras, esclavos y medios de producción, que se necesitaban desesperadamente para financiar las vastas reformas del absolutismo ‘ilustrado’. Confrontado por una oposición poderosa, sin aliados que defendieran su causa, el último jesuita abandonó América en 1768.
A fin de proseguir con la recaudación del tributo anual más el diezmo –impuesto del diez por ciento–, la corona designó al gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucareli, para que organizara una nueva administración para las misiones. Sin embargo, a pesar de sus complejas medidas, el nuevo sistema no funcionó.39 En marcado contraste con el sostenido crecimiento de las misiones durante la administración jesuita, las primeras décadas de la administración civil se caracterizaron por su rápida despoblación. La magnitud del éxodo puede observarse en el cuadro 1, que indica las estadísticas para las trece poblaciones paraguayas.40
Bajo la administración civil, en lugar de continuar constituyendo una fuente de ingreso para la Corona, las Misiones se convirtieron en una carga. El gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vertiz, en su informe del 21 de marzo de 1784, le decía al rey que el tesoro de la Misión arrojaba un déficit de 60.000 pesos.41 Para 1795, debido a la falta de pago del tributo anual y del diezmo, las Misiones “se hallan con el enorme atraso y deuda de 247.189 pesos a favor de la Real Hacienda”.42
En una tentativa de evaluar y detener esta degeneración durante las décadas que siguieron a la expulsión, la Corona solicitó con insistencia informes de diferentes funcionarios. Como parte de sus esfuerzos por reunir datos, los intendentes fueron inicialmente instruidos de efectuar visitas y presentar estos partes anuales sobre las Misiones.43 El siguiente resumen del exhaustivo informe del intendente del Paraguay, Joaquín de Alós, compilado en 1788 después de una minuciosa gira de inspección de las Misiones, revela las condiciones que constató.
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