Richard Alan White - La primera revolución popular en América

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El libro que usted, lector, tiene en sus manos, es el producto de cinco años de laboriosas investigaciones en repositorios documentales de Argentina, Brasil, España y Paraguay. Su autor, un distinguido estudioso norteamericano, ha producido el más completo y desapasionado estudio hasta hoy publicado sobre el Paraguay gobernado por José Gaspar Rodríguez de Francia.
Gran parte de la historiografía disponible toma posición en contra o a favor de Francia, con profusión de adjetivos que acarrean denigración o elogio. A muchos años de desaparecido, el personaje continúa despertando pasiones que no comulgan con una elemental objetividad. Richard ha tenido que introducirse en un verdadero campo minado y lo ha hecho con las mejores artes del historiador, dando voz y elaborando una multitud de documentos pacientemente recogidos, transcribiendo y elaborando cuadros, estadísticas y todo aquello que eche luces más objetivas sobre un tiempo fundacional del país guaraní.
La historia del Paraguay no es ajena al interés de los argentinos preocupados por entender su propio país, al que el Paraguay estuvo y sigue estando vinculado, hoy en los marcos del Mercosur. Ejemplo de nuestro interés pueden ser las razones de las derrotas sufridas por el general Belgrano en los días inaugurales del proceso independentista de las colonias españolas, y el cambio de actitud del prócer cuando entró en contacto con aquella realidad, así como el temprano autonomismo del país guaraní y la tragedia conocida como la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza. Este acontecimiento, que condujo al casi exterminio del pueblo paraguayo, canceló brutalmente la revolución francista mediante una drástica reformulación en todas las estructuras del país. Esa que llamaré de revolución negativa, proyecta sus resonancias hasta los días actuales, y está estrechamente vinculada a un momento capital de la historia argentina, como lo fue la formación del Estado nacional.

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Aun cuando los británicos sufrieron dos derrotas mi­litares, estimularon con éxito las crecientes demandas de los porteños por el libre intercambio comercial fuera de los confines del imperio español. Durante los meses de ocupación británica, los habitantes del Río de la Plata experimentaron los beneficios del comercio directo con Inglaterra. Los comerciantes británicos de buen grado pagaron el doble del precio acostumbrado por las exportaciones principales de la región, cueros y sebo, vendiendo al mismo tiempo ponchos de lana fabricados en Manchester por un tercio del precio de los productos originarios de Tucumán.54

Los eventos en Europa minaron más aun la autoridad espa­ñola en América. En 1808, los ejércitos de Napoleón invadieron la Península Ibérica, capturando al monarca español, Fernando VII. En una tentativa de poner fin a la dinastía de los Borbones pero no a la monarquía española, Napoleón nombró a su hermano, José Bonaparte, como nuevo Rey de España. Pero una insurrección popular quebró este plan, y condujo a la creación de juntas locales leales a Fernando. A su vez, los Cabildos de Buenos Aires y Asunción votaron el reconocimiento de la autoridad de la más prestigiosa de estas juntas –la Junta Superior de España e Indias, Sevilla– y juraron lealtad al monarca Borbón prisionero, pero la disolución de la Junta Superior el año siguiente cortó los vínculos de América con la corona de los Borbones. El Cabildo de Buenos Aires, estimulado quizás por las recientes victorias sobre los soldados ingleses, aprovechó esta oportunidad para zafarse del monopolio comercial de España y asumió la dirección de sus propias operaciones. El 25 de mayo de 1810, el Cabildo porteño depuso al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, que había sido designado por la Junta Superior el año anterior, y estableció la Junta Provisoria del Río de la Plata para ‘gobernar en nombre de Fernando VII’.

En la tentativa de mantener su posición dominante en la economía de la región, los porteños anunciaron su intención de conservar la estructura política del Virreinato. La Junta Provisoria de inmediato emitió una proclamación de su autoridad “a las provincias todas de nuestra independencia, y ahí más allá, si puede ser, hasta los últimos términos de la tierra”.55 El Cabildo de Buenos Aires envió una circular similar a todas las provincias del Virreinato del Río de la Plata.56

Al comprender que los realistas paraguayos presentarían una fuerte oposición, la Junta de Buenos Aires, en lo que resultó una decisión desastrosa, envió al Coronel José Espínola a entregar la declaración del Cabildo y explicar con detalle los objetivos de la revuelta porteña. Espínola, “el viviente más odiado por los paraguayos” por haber sido el “instrumento principal de las violencias del anterior gobernador Don Lázaro de Rivera”,57 rápidamente se ganó la animosidad tanto de la élite española como de la criolla. Después de asumir el título de Comandante de Armas del Paraguay, se detuvo en la ciudad fronteriza sureña de Pilar el tiempo suficiente para obligar al Cabildo local a jurar lealtad a la junta porteña.58 Prosiguiendo hacia Asunción, recibió un trato cordial del goberna­dor Bernardo de Velazco hasta que llegaron noticias de Pilar, después de lo cual fue exiliado al Norte. Sin embargo, en lugar de viajar a Concepción Espínola logró escapar y regresó a Bue­nos Aires, donde exageró el tamaño y poder de la facción porteñista en el Paraguay.

En el momento de la revuelta de 1810 en Buenos Aires, Paraguay se encontraba bajo el firme control de los españoles, que ocupaban las posiciones políticas y militares más altas, “y el comercio del Paraguay se halla principalmente en manos de los españoles”.59 Sin embargo, debido a la tradicional animosidad paraguaya contra Buenos Aires, fue fácil para el gobernador Velazco y el ultrarrealista Cabildo de Asunción, ganar el apoyo paraguayo contra los porteños. La asociación del odiado Espínola con estos últimos y el temor de nuevos reclutamientos militares60 también sirvieron para solidificar el apoyo paraguayo contra los porteños y su descarada expresión de dominación. Pero la razón principal de la oposición unificada a las pretensiones porteñas era que el Paraguay, que ocupaba una posición periférica en el imperio español, estaba político y económicamente en un callejón sin salida. Y como no había clase criolla poderosa o bien atrincherada, cuya posición socioeconómica estuviera basada ventajosamente o vinculada a la estructura colonial,61 dado el momento histórico los antagonismos entre criollos y españoles fueron temporalmente olvidados por su posición común contra los porteños.

Aun cuando el enemigo estaba claramente definido, no todos los paraguayos estaban de acuerdo sobre el curso de la acción que debía seguirse. En la reunión del Cabildo abierto –un encuentro ‘abierto’ de personalidades locales–, convocado por el goberna­dor Velazco y el cabildo realista para deliberar sobre los recientes sucesos, un criollo radical, doctor en teología y abogado, sorpren­dió a las élites de Asunción declarando irrelevante cual­quier debate sobre quién debía ser reconocido como soberano del Paraguay. José Gaspar Rodríguez de Francia, con su marcada influencia de la filosofía ‘ilustrada’, argumentó que, dado que España ya no poseía poder para gobernar, la soberanía retornaba naturalmente al pueblo; por consiguiente, el Paraguay debía declarar su independencia en lugar de continuar dependiendo de un gobierno central controlado por porteños.62 En su discurso ante la asamblea, Francia insistió:

La única cuestión que debe discutirse en esta asamblea y decidirse por mayoría de votos es: cómo debemos defender y mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires y contra Brasil; cómo debemos mantener la paz interna; cómo debemos fomentar la pública prosperidad y el bienestar de todos los habitantes del Para­guay; en suma, qué forma de gobierno debemos adoptar para el Paraguay.63

No fue sorprendente que los doscientos ‘notables’ locales españo­les y criollos rechazaran una propuesta tan radical. En lugar de ello, desairaron a los porteños, aprobando las resoluciones rea­listas más conservadoras, de reconocer la autoridad del Consejo Supremo de Regencia de España, asegurando al mismo tiempo relaciones fraternas con el gobierno de Buenos Aires y las demás provincias del Virreinato. Lo más importante fue que el Cabildo abierto resolvió crear un ejército para la defensa, observando que Portugal estaba esperando una oportunidad “de tragarse esta preciosa y codiciada provincia”, y ya tenía sus tropas en las riberas del río Uruguay.64 Para coordinar los pre­parativos militares, el Cabildo abierto creó una Junta de Guerra con oficiales realistas seleccionados, comandados por el oficial español de mayor rango, Coronel Pedro Gracia.65

Esta resolución claramente reflejaba los intereses conserva­dores de la élite española, pues, como al cabo demostraron los sucesos, el nuevo ejército podía usarse tanto para resistir la dominación porteña como la portuguesa. No obstante, el plan español de defender su posi­ción privilegiada entraba en contradicción con lo que pronto daría por resultado el derrumbe de esta unidad inicial. La constante parti­cipación de España en las guerras europeas durante el siglo XVIII había hecho casi imposible el envío de ejércitos españoles para defender sus posesiones en América, que cada vez más se convertían en objetivo de aventuras militares inglesas, al irse acercando a su término la era colonial. Los monarcas Borbo­nes habían adoptado, por consiguiente, la política de fortalecer las milicias locales, en primer término para aumentar y luego, en particular durante las Guerras napoleónicas, para reemplazar las tropas españolas en muchas colonias americanas. Así, cualquier fuerza militar creada para defender el Paraguay amenazaba caer bajo el comando de los criollos.

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