Los realistas, enfrentados a la creciente insatisfacción de los criollos paraguayos, así como a la posibilidad de otra invasión del ejército porteño, aceleraron sus esfuerzos frenéticos para ganar refuerzos leales. Asediado por las fuerzas porteñas, el Virrey español en Montevideo, Francisco Xavier Elio, fue incapaz de enviar ayuda. En un desvergonzado llamado a la solidaridad de la clase gobernante contra los insurgentes, los realistas paraguayos apelaron a las fuerzas portuguesas para los necesarios refuerzos. En el Norte, desde Mato Grosso, sus misivas no obtuvieron siquiera una contestación, pero de la ciudad sureña de Sao Borja, Diego de Souza despachó a su enviado personal, el teniente José de Abreu, para negociar los términos de la ayuda militar imperial portuguesa.79
Después de quedar detenido por tres semanas en Itapúa por Fulgencio Yegros, quien en esa época ocupaba el cargo de Teniente Gobernador de las Misiones, Abreu arribó a Asunción ante el regocijo de los realistas. Luego de varios días de conversaciones con el gobernador Velazco, quien aseguró al emisario portugués que estaba ansioso de “ponerse a los pies de la Serenísima Señora Doña Carlota, pues que no se reconocía otro sucesor a la corona y dominio de España”.80 Abreu se dirigió al Cabildo el 11 de mayo de 1811. Informó a los realistas que el precio de la ayuda militar portuguesa sería el reconocimiento formal de las pretensiones de la reina portuguesa al trono español.81 Dos días después, el Cabildo accedió por unanimidad a estas condiciones, aceptando con gratitud la protección del General Souza, que, profetizaron, “hará que los insurgentes y sus infames satélites tiemblen, viéndonos bajo una protección que con su fuerza y poder volvería inútiles sus traicioneras sugestiones y seducciones, las que son sus armas más temibles”.82
Lejos de mejorar su precaria posición, la aceptación de los realistas de la ayuda militar portuguesa sirvió para precipitar su caída.83 La noche después de la resolución del Cabildo, los oficiales criollos, exasperados por este nuevo ejemplo de dominación extranjera y temiendo el descubrimiento de los planes originales del golpe, decidieron tomar la situación en sus manos. Conducidos por el capitán Pedro Juan Cavallero y el Teniente Vicente Ignacio Iturbe, los oficiales de Asunción adelantaron el complot y llevaron a cabo su propio golpe.
La actividad en los cuarteles alarmó a los realistas, muchos de quienes –incluyendo la mayoría de los miembros del Cabildo, el Obispo y otros clérigos y civiles– buscaron refugio en la casa del Gobernador. La única resistencia de Velazco al golpe consistió en enviar una pequeña tropa de la milicia española para rodear los cuarteles. Sin embargo, la misma fue rápidamente dispersada por el fuego de la fusilería criolla.84
A pesar de que este golpe incruento es conocido en la historia paraguaya como la Revolución de la Independencia del 14 y 15 de Mayo, sus objetivos fueron escasamente revolucionarios. Los oficiales criollos no querían deponer al gobernador Velazco ni declarar la independencia, solo querían atemperar las acciones de los realistas, impedir la intervención militar portuguesa y poner a la provincia en una relación más amistosa con Buenos Aires.85 Como primer acto, los oficiales criollos liberaron a los que habían sido apresados por el Cabildo por participar de las diferentes conspiraciones porteñas.86 En una nota a Velazco, que enfatizaba que el Paraguay no sería entregado a los portugueses, los cuarteles exigieron que Velazco entregara todas las armas, juntamente con las llaves del Tesoro y el edificio del Cabildo; además, los oficiales declararon “que el Señor Gobernador siga con su gobierno pero asociado con dos diputados de ese cuartel”.87 Velazco, rodeado por cañones que apuntaban a su casa, comprendió la falta de esperanza de la situación. Después de quemar sus papeles confidenciales, capituló ante las demandas criollas.88
A la mañana del 15 de Mayo, los oficiales, junto con algunos civiles participantes, se reunieron para seleccionar a los dos diputados. Como representante militar, eligieron al Teniente Coronel Juan Valeriano de Zeballos, quien, a pesar de ser español de nacimiento, había sido un participante elocuente y activo en la revuelta antiespañola.89 Para representar a los civiles, eligieron al criollo más experimentado, calificado y respetado –el Dr. Francia–. Notificado sobre su selección en su chacra, Francia inmediatamente se dirigió al cuartel y en las escasas primeras horas modificó la orientación de las relaciones del nuevo gobierno con Buenos Aires. Vetando el plan del principal conspirador civil porteño, Pedro Somellera, quien quería enviar a un emisario inmediatamente a Buenos Aires, Francia limitó las comunicaciones a un resumen escrito de los recientes sucesos, demorando hasta una fecha futura el envío de un emisario especial que trataría con los porteños como diplomáticos de igual rango.90 Demostrando la dirección autónoma y el liderazgo de Francia en el nuevo gobierno, el Bando del Triunvirato del 17 de mayo expresó sin inequívoco que la provincia no sería dejada “al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires ni de otra alguna, y mucho menos el sujetarla a ninguna potencia extraña”.91
El nuevo gobierno, ansioso de evitar una reacción hostil de sus superpotencias vecinas –Buenos Aires y Brasil– liberó a todos los prisioneros capturados en la batalla de Paraguarí y Tacuarí y evacuó sus tropas de Corrientes, que había sido ocupada el mes anterior.92 De modo similar, se permitió a José de Abreu que abandonara el Paraguay después de haberle confiado una carta para el General Souza. Apelando a la política portuguesa de impedir la unificación, bajo el control de Buenos Aires, del Virreinato en lento desmoronamiento, el Triunvirato solicitaba armas y municiones para su propia defensa contra los designios porteños de absorber la provincia.93 Souza contestó con diplomacia que se encontraba en la embarazosa situación de ser incapaz de satisfacer la solicitud sin previa autorización de la corte portuguesa, aunque esperaba poder ofrecer en breve el apoyo, no solo de su propia provincia sino también de Mato Grosso.94
Sin embargo, dado que la autoridad política española se derrumbó rápidamente en el Paraguay, no podía esperarse ayuda de los portugueses. Velazco, considerando inevitable el final del poder español en América, siguió conspirando con agentes de la corte portuguesa para establecer su autoridad en el Paraguay. Cuando los criollos descubrieron la conspiración expulsaron al ex gobernador del Triunvirato, y para solidificar más aun su poder, relevaron a todos los oficiales españoles de sus comandos –excepto a Zevallos– y suspendieron el Cabildo realista.95
La reacción portuguesa a los eventos en el Paraguay estuvo determinada por consideraciones regionales. La prioridad de las fuerzas imperiales portuguesas en el Río de la Plata era garantizar el control de la Banda Oriental, impidiendo la hegemonía porteña sobre el área. Por consiguiente, el imperio portugués adoptó una posición relativamente blanda hacia el Paraguay en los años siguientes. A su vez, ni siquiera las incursiones indígenas con ayuda de los portugueses desde la provincia semiautónoma de Mato Grosso en el Norte,96 ni los conflictos esporádicos entre paraguayos y portugueses en las Misiones –por ejemplo el bombardeo del pueblo de Santo Tomé en mayo de 1312–,97 fueron suficientes para provocar al Paraguay a una declaración de guerra. Mientras el Paraguay mantenía su política de neutralidad y no intervención, Brasil reconocía las ventajas de evitar hostilidades abiertas que podrían forzar al Paraguay a una alianza con Buenos Aires.
El problema principal entre los criollos paraguayos se centraba en las relaciones de la provincia con Buenos Aires. Muchos criollos deseaban cierta unión inmediata, pero temían que la constante resistencia a las exigencias de la metrópolis precipitaría otro bloqueo porteño que, a su vez, causaría un estancamiento económico o incluso otra invasión. Sin embargo, todos compartían una animosidad y desconfianza hacia Buenos Aires, que les hacía simpatizar con la posición minoritaria liderada por Francia. Este insistía que si el Paraguay establecía una unión con los porteños, debía ser sobre la base de una confederación –una unión de provincias iguales–. Para solucionar este y otros problemas importantes –las relaciones de la provincia con Buenos Aires, el destino del Cabildo realista y la forma de gobierno para regir el Paraguay–,98 se llamó a una asamblea general para el 17 de junio de 1811.
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