Richard Alan White - La primera revolución popular en América

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El libro que usted, lector, tiene en sus manos, es el producto de cinco años de laboriosas investigaciones en repositorios documentales de Argentina, Brasil, España y Paraguay. Su autor, un distinguido estudioso norteamericano, ha producido el más completo y desapasionado estudio hasta hoy publicado sobre el Paraguay gobernado por José Gaspar Rodríguez de Francia.
Gran parte de la historiografía disponible toma posición en contra o a favor de Francia, con profusión de adjetivos que acarrean denigración o elogio. A muchos años de desaparecido, el personaje continúa despertando pasiones que no comulgan con una elemental objetividad. Richard ha tenido que introducirse en un verdadero campo minado y lo ha hecho con las mejores artes del historiador, dando voz y elaborando una multitud de documentos pacientemente recogidos, transcribiendo y elaborando cuadros, estadísticas y todo aquello que eche luces más objetivas sobre un tiempo fundacional del país guaraní.
La historia del Paraguay no es ajena al interés de los argentinos preocupados por entender su propio país, al que el Paraguay estuvo y sigue estando vinculado, hoy en los marcos del Mercosur. Ejemplo de nuestro interés pueden ser las razones de las derrotas sufridas por el general Belgrano en los días inaugurales del proceso independentista de las colonias españolas, y el cambio de actitud del prócer cuando entró en contacto con aquella realidad, así como el temprano autonomismo del país guaraní y la tragedia conocida como la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza. Este acontecimiento, que condujo al casi exterminio del pueblo paraguayo, canceló brutalmente la revolución francista mediante una drástica reformulación en todas las estructuras del país. Esa que llamaré de revolución negativa, proyecta sus resonancias hasta los días actuales, y está estrechamente vinculada a un momento capital de la historia argentina, como lo fue la formación del Estado nacional.

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Cuando los porteños supieron que su declara­ción de autoridad había sido rechazada por la Asamblea del 24 de julio, resolvieron una serie de medidas punitivas que incluían aislar la provincia mediante bloqueo del comer­cio fluvial y envío de emisarios secretos para provocar un levantamiento.66 Desde septiembre de 1810 comenzaron a descubrirse pequeñas conspiraciones porteñas, pri­mero en Asunción y poco después en Concepción, Itá y Yaguarón.67 Al mismo tiempo, Buenos Aires prosiguió en el campo militar su ambición de perpetuar el virreinato como una unidad bajo su control. En una tentativa de asegurarse la Banda Oriental (Uruguay), los porteños atacaron el bastión español en Montevideo; a fin de enfrentar a los ejércitos realistas enviados desde el virreinato del Perú, despacharon un ejército a las provincias norteñas del interior. Creyendo todavía en el informe de Espínola de un vigoroso apoyo porteñista en el Paraguay, aun cuando la esperada revuelta criolla había dejado de materializarse, confiada­mente enviaron al General Manuel Belgrano con un pequeño ejército para forzar a la provincia a la sumisión.

A principios de diciembre, el ejército de ‘liberación’ por­teña, consistente de mil cien soldados bien armados y disciplinados, cruzaron el río Paraná para entrar en el Paraguay –meramente para encontrar desierta la región–.68 Los informes de un gran elemento porteñista habían demostrado ser falsos, y Belgrano se vio obligado a admitir que su proclama a los paraguayos, que “el ejército de Buenos Aires no ha tenido otro objetivo en su venida que el de liberaros de la opresión en que estáis no había tenido efecto alguno”.69

Desplazándose hacia el Norte, el ejército porteño finalmente se encontró con las fuerzas paraguayas en Paraguarí; el 19 de enero de 1811, Belgrano lanzó un ataque de punta de lanza, que inicialmente dispersó la división central de las defensas paragua­yas. Creyendo perdida la batalla, el gobernador Velazco, el Co­ronel Gracia y la mayoría del Cuartel General español, huyeron del campo de batalla hacia Asunción. En un contraataque, sin embargo, los oficiales criollos, comandados por Daniel Cavañas, Fulgencio Yegros y otros, lograron girar el curso del combate y derrotaron al ejército invasor.70 Los oficiales criollos, muchos de quienes habían servido en la defensa de Buenos Aires cuatro años antes, cuando el Virrey Sobremonte había huido prematuramente del campo de batalla,71 una vez más vieron a sus superiores españoles abandonar sus comandos.

Cuando los primeros oficiales españoles llegaron a Asunción con las noticias de la ‘victoria’ de los porteños, los realistas ricos de la ciudad subieron con sus posesiones en diecisiete gran­des buques fluviales preparados para una huida río abajo hacia el baluarte español de Montevideo. Más tarde, el gobernador Velazco, al saber que en realidad los porteños habían sido derro­tados, regresó a su cuartel general de Yaguarón, en una tentativa de reasumir el comando de las operaciones militares.72

Entretanto, las fuerzas paraguayas, ahora bajo el comando en el terreno de los oficiales criollos, cautamente persiguieron al ejército porteño en lenta retirada, y el 9 de marzo de 1811 vencieron una vez más a las fuerzas de Belgrano en la batalla de Tacuarí. Al conocer la nueva victoria, Velazco se puso en camino para conducir la capitulación de los porteños, pero para su decepción, para cuando llegó a Tacuarí no hubo capitulación que conducir.

Durante los meses de retirada, los oficiales de los dos ejér­citos habían estado intercambiando constantes notas amis­tosas. Después de la batalla de Tacuarí, muchos de los oficiales, algunos de ellos conocidos personales de las campañas en Buenos Aires y Montevideo contra los ingleses, fraternizaron abierta­mente y estudiaron los objetivos de la revuelta antiespañola de los porteños. Por estas conversaciones, los criollos para­guayos comprendieron que el dominio español estaba llegando a su fin, y que ellos, no los españoles, tenían el poder real en su provincia. En un notable gesto de simpatía hacia sus interlo­cutores, los paraguayos permitieron a Belgrano, después de haber prometido no volver a emprender hostilidades contra el Paraguay, que abandonara la provincia con sus tropas y armas intactas.73 En lugar de alejarse de inmediato, el general por­teño entregó obsequios y dinero a los paraguayos y prosiguió las conversaciones hasta que el inminente arribo de Velazco obligó su retiro a través del río Paraná, donde levantó campa­mento en las Misiones.74 Entonces tomó forma por primera vez el complot de los oficiales criollos para arrancar el poder de los españoles. Como detalle significativo, los oficiales paraguayos, que representaban a muchas de las familias criollas más antiguas y prestigiosas de la provincia, planearon levanta­mientos simultáneos el 25 de Mayo, aniversario de la revuelta porteña.75

A fines de 1807, el Príncipe Regente Joáo y la corte portu­guesa, huyó a América del ejército de Napoleón, que se acercaba a Lisboa, transportada por la flota británica. Detenién­dose en Salvador de Bahía, el Regente lusitano abolió las restric­ciones comerciales coloniales y abrió los puertos brasileños al comercio mundial. Esto permitió a Inglaterra dominar el creciente comercio exterior, reemplazando así a Portugal como metrópolis económica. La nueva dependencia, formalizada por los tratados de 1810, estableció en forma tan completa la dominación británica que, en opinión del embajador sueco residente, el Brasil se convirtió en su colonia.76 Rodeado por ministros e instituciones portuguesas, Joao administró el imperio desde Río de Janeiro.

Dado que la esposa de Joao, Carlota Joaquina de Borbón, era la hermana del destronado monarca español Fernando VII, la pareja real asumió el papel de defender los intereses, tanto de la monarquía española como de la portuguesa en las Américas. Sin embargo, estas pretensiones reales sirvieron principalmente para promover los designios históricos portugueses –antes que los españoles– sobre la región fronteriza de ambigua definición de la Banda Oriental.77 Comprendiendo la importancia estraté­gica de esta región, los portugueses establecieron en 1680 la Colonia do Sacramento en la margen izquierda del Río de la Plata, en una tentativa de abrir y proteger sus provincias interiores del sur. Insistiendo en mantener el control sobre la red fluvial, la única ruta acuática interna a sus ricas minas de plata del Perú, España hizo todos los esfuerzos para expulsar a los portugueses. Para comienzos del siglo XIX, la Banda Oriental, después de pasar alternativamente de la dominación española a la portugue­sa, seguía siendo un área en disputa. Con el estallido de la revuelta criolla contra los españoles en el río de la Plata, el Brasil una vez más trató de asegurar que el río permaneciera abierto para sus buques, garantizando su comercio y comunicaciones con la enorme provincia de Mato Grosso, situada en las fuentes del río Paraguay al Norte de Asunción. Alarmado por las expe­diciones militares porteñas a la Banda Oriental y al Paraguay, el Brasil aprovechó la confusión y redobló sus esfuerzos para penetrar en el Río de la Plata. Bajo el comando del capitán general de la vecina provincia de Río Grande do Sul, Diego de Souza, tropas portuguesas invadieron la Banda Oriental.

Entretanto, los españoles en Asunción, tras comprender que la autoridad real estaba al borde del colapso, tomaron medidas para asegurar su posición en deterioro. Cuando supieron de la cordialidad dispensada a Belgrano, lo que desde el punto de vista realista estaba próximo a la traición, Velazco y el Cabildo comprendieron que no se podía confiar en los criollos paraguayos, que ahora parecían amenazar el dominio español sobre la provincia. Por consiguiente, aun cuando Belgrano se encontraba al otro lado del río con su ejército intacto, Velazco dispersó a los oficiales criollos y envió a su casa a la mayoría de los soldados sin pagarles por sus ocho meses de servicio.78

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