Cuando los porteños supieron que su declaración de autoridad había sido rechazada por la Asamblea del 24 de julio, resolvieron una serie de medidas punitivas que incluían aislar la provincia mediante bloqueo del comercio fluvial y envío de emisarios secretos para provocar un levantamiento.66 Desde septiembre de 1810 comenzaron a descubrirse pequeñas conspiraciones porteñas, primero en Asunción y poco después en Concepción, Itá y Yaguarón.67 Al mismo tiempo, Buenos Aires prosiguió en el campo militar su ambición de perpetuar el virreinato como una unidad bajo su control. En una tentativa de asegurarse la Banda Oriental (Uruguay), los porteños atacaron el bastión español en Montevideo; a fin de enfrentar a los ejércitos realistas enviados desde el virreinato del Perú, despacharon un ejército a las provincias norteñas del interior. Creyendo todavía en el informe de Espínola de un vigoroso apoyo porteñista en el Paraguay, aun cuando la esperada revuelta criolla había dejado de materializarse, confiadamente enviaron al General Manuel Belgrano con un pequeño ejército para forzar a la provincia a la sumisión.
A principios de diciembre, el ejército de ‘liberación’ porteña, consistente de mil cien soldados bien armados y disciplinados, cruzaron el río Paraná para entrar en el Paraguay –meramente para encontrar desierta la región–.68 Los informes de un gran elemento porteñista habían demostrado ser falsos, y Belgrano se vio obligado a admitir que su proclama a los paraguayos, que “el ejército de Buenos Aires no ha tenido otro objetivo en su venida que el de liberaros de la opresión en que estáis no había tenido efecto alguno”.69
Desplazándose hacia el Norte, el ejército porteño finalmente se encontró con las fuerzas paraguayas en Paraguarí; el 19 de enero de 1811, Belgrano lanzó un ataque de punta de lanza, que inicialmente dispersó la división central de las defensas paraguayas. Creyendo perdida la batalla, el gobernador Velazco, el Coronel Gracia y la mayoría del Cuartel General español, huyeron del campo de batalla hacia Asunción. En un contraataque, sin embargo, los oficiales criollos, comandados por Daniel Cavañas, Fulgencio Yegros y otros, lograron girar el curso del combate y derrotaron al ejército invasor.70 Los oficiales criollos, muchos de quienes habían servido en la defensa de Buenos Aires cuatro años antes, cuando el Virrey Sobremonte había huido prematuramente del campo de batalla,71 una vez más vieron a sus superiores españoles abandonar sus comandos.
Cuando los primeros oficiales españoles llegaron a Asunción con las noticias de la ‘victoria’ de los porteños, los realistas ricos de la ciudad subieron con sus posesiones en diecisiete grandes buques fluviales preparados para una huida río abajo hacia el baluarte español de Montevideo. Más tarde, el gobernador Velazco, al saber que en realidad los porteños habían sido derrotados, regresó a su cuartel general de Yaguarón, en una tentativa de reasumir el comando de las operaciones militares.72
Entretanto, las fuerzas paraguayas, ahora bajo el comando en el terreno de los oficiales criollos, cautamente persiguieron al ejército porteño en lenta retirada, y el 9 de marzo de 1811 vencieron una vez más a las fuerzas de Belgrano en la batalla de Tacuarí. Al conocer la nueva victoria, Velazco se puso en camino para conducir la capitulación de los porteños, pero para su decepción, para cuando llegó a Tacuarí no hubo capitulación que conducir.
Durante los meses de retirada, los oficiales de los dos ejércitos habían estado intercambiando constantes notas amistosas. Después de la batalla de Tacuarí, muchos de los oficiales, algunos de ellos conocidos personales de las campañas en Buenos Aires y Montevideo contra los ingleses, fraternizaron abiertamente y estudiaron los objetivos de la revuelta antiespañola de los porteños. Por estas conversaciones, los criollos paraguayos comprendieron que el dominio español estaba llegando a su fin, y que ellos, no los españoles, tenían el poder real en su provincia. En un notable gesto de simpatía hacia sus interlocutores, los paraguayos permitieron a Belgrano, después de haber prometido no volver a emprender hostilidades contra el Paraguay, que abandonara la provincia con sus tropas y armas intactas.73 En lugar de alejarse de inmediato, el general porteño entregó obsequios y dinero a los paraguayos y prosiguió las conversaciones hasta que el inminente arribo de Velazco obligó su retiro a través del río Paraná, donde levantó campamento en las Misiones.74 Entonces tomó forma por primera vez el complot de los oficiales criollos para arrancar el poder de los españoles. Como detalle significativo, los oficiales paraguayos, que representaban a muchas de las familias criollas más antiguas y prestigiosas de la provincia, planearon levantamientos simultáneos el 25 de Mayo, aniversario de la revuelta porteña.75
A fines de 1807, el Príncipe Regente Joáo y la corte portuguesa, huyó a América del ejército de Napoleón, que se acercaba a Lisboa, transportada por la flota británica. Deteniéndose en Salvador de Bahía, el Regente lusitano abolió las restricciones comerciales coloniales y abrió los puertos brasileños al comercio mundial. Esto permitió a Inglaterra dominar el creciente comercio exterior, reemplazando así a Portugal como metrópolis económica. La nueva dependencia, formalizada por los tratados de 1810, estableció en forma tan completa la dominación británica que, en opinión del embajador sueco residente, el Brasil se convirtió en su colonia.76 Rodeado por ministros e instituciones portuguesas, Joao administró el imperio desde Río de Janeiro.
Dado que la esposa de Joao, Carlota Joaquina de Borbón, era la hermana del destronado monarca español Fernando VII, la pareja real asumió el papel de defender los intereses, tanto de la monarquía española como de la portuguesa en las Américas. Sin embargo, estas pretensiones reales sirvieron principalmente para promover los designios históricos portugueses –antes que los españoles– sobre la región fronteriza de ambigua definición de la Banda Oriental.77 Comprendiendo la importancia estratégica de esta región, los portugueses establecieron en 1680 la Colonia do Sacramento en la margen izquierda del Río de la Plata, en una tentativa de abrir y proteger sus provincias interiores del sur. Insistiendo en mantener el control sobre la red fluvial, la única ruta acuática interna a sus ricas minas de plata del Perú, España hizo todos los esfuerzos para expulsar a los portugueses. Para comienzos del siglo XIX, la Banda Oriental, después de pasar alternativamente de la dominación española a la portuguesa, seguía siendo un área en disputa. Con el estallido de la revuelta criolla contra los españoles en el río de la Plata, el Brasil una vez más trató de asegurar que el río permaneciera abierto para sus buques, garantizando su comercio y comunicaciones con la enorme provincia de Mato Grosso, situada en las fuentes del río Paraguay al Norte de Asunción. Alarmado por las expediciones militares porteñas a la Banda Oriental y al Paraguay, el Brasil aprovechó la confusión y redobló sus esfuerzos para penetrar en el Río de la Plata. Bajo el comando del capitán general de la vecina provincia de Río Grande do Sul, Diego de Souza, tropas portuguesas invadieron la Banda Oriental.
Entretanto, los españoles en Asunción, tras comprender que la autoridad real estaba al borde del colapso, tomaron medidas para asegurar su posición en deterioro. Cuando supieron de la cordialidad dispensada a Belgrano, lo que desde el punto de vista realista estaba próximo a la traición, Velazco y el Cabildo comprendieron que no se podía confiar en los criollos paraguayos, que ahora parecían amenazar el dominio español sobre la provincia. Por consiguiente, aun cuando Belgrano se encontraba al otro lado del río con su ejército intacto, Velazco dispersó a los oficiales criollos y envió a su casa a la mayoría de los soldados sin pagarles por sus ocho meses de servicio.78
Читать дальше