Hay otros que confunden objetividad con imparcialidad, y el manual de estilo de AFP, que representa una aplicación automática del solo hechos de la prensa anglosajona, remite al discurso periodístico del poder, que por ser dominante, le otorga carácter universal a una concepción de clase o de grupo.
Fue el argentino Jorge Ricardo Masetti, primer director de la Agencia Prensa Latina (PL) quien a principios de la década del 1960 –y en el marco de los originales aportes hechos por la Revolución Cubana al periodismo regional– dio pistas para este debate al sostener que el periodista no puede ser imparcial, siempre que –lo quiera o no, lo sepa o no– toma partido, se identifica con uno de los elementos de la ecuación, social, económica o política que caracterizan a determinado escenario informativo.
Ego Ducrot, docente en la argentina Universidad de La Plata, señala que el discurso periodístico no tiene otra alternativa que ser objetivo, en el sentido de referencia, es decir basado en hechos susceptibles de ser confirmados y constatados a través de fuentes directas o indirectas, testimoniales o documentales. El “periodismo subjetivo” simplemente no es periodismo, pertenece a la propaganda.
Así como la objetividad es un componente del hecho periodístico, el mismo necesariamente será parcial, como lo es toda actividad humana desde el punto de vista cultural antropológico, y entendida esa parcialidad no como aceptación de una parte en detrimento del todo sino como asunción de una posición propia del periodista y/o del medio– ante el complejo y multifacético entramado de hechos sobre los que trabaja la práctica periodística.
La intencionalidad editorial
Para Ernesto Espeche, doctor en Comunicación y ex director de la escuela de Periodismo de la Universidad de Cuyo, la línea editorial es una construcción compleja y estratégica, que emerge a la luz de un reconocimiento previo de los valores ideológicos que guían la actividad periodística. Desde esta perspectiva, el acto de informar sobre los hechos que se producen en la realidad o pensar teóricamente este acto, constituyen una tarea filosófica, como lo es toda actividad que se desarrolle en el escenario de la disputa ideológica por establecer normas de aceptación colectivas.
Si bien es sencillo reconocer el comportamiento opositor de algunas de las corporaciones mediáticas a los cambios propuestos por los gobiernos populares, se explica por la defensa de determinado conjunto de ideas o intereses sobre las múltiples facetas que intervienen en el escenario político, económico y social. Es así que en otros momentos de nuestra historia reciente, esos mismos medios se ubicaron –con dictaduras o gobiernos neoliberales– en la estrategia global del oficialismo de entonces. Oficialismo y oposición no son rasgos constitutivos de un comportamiento editorial, aun cuando muchos oportunistas se disfrazan siempre de oficialistas, con la excusa de que ellos no tienen la culpa de que cambien los gobiernos. Debemos, por tanto, detectar, reconocer y analizar una línea editorial superadora y capaz de contener el conjunto de las coberturas.
Hay dos momentos diferenciados de nuestros posicionamientos editoriales: táctica y estrategia. Las tácticas son los caminos que, día a día, vamos eligiendo para alcanzar un objetivo de mayor aliento, estratégico. Así, nuestro posicionamiento ante un hecho susceptible de ser transformado en noticia corresponde a la esfera táctica, y ese posicionamiento se encuadra en una línea estratégica, que justifica y a la vez contiene a cada movimiento táctico, dice.
Construir una línea editorial es definir objetivos estratégicos, es decir, no atados a la coyuntura diaria. Esos objetivos toman la forma de valores o ideas generales que expresan la asunción de un lugar en la larga y amplia tradición del debate ideológico. Pero no se trata de simples valores individuales sino de concepciones orgánicas.
Gramsci hace una distinción entre ideologías arbitrarias (aquellas que no crean más que movimientos individuales) y las históricamente orgánicas (“porque son necesarias a cierta estructura”, y están ligadas a los intereses de una clase fundamental). Es por ello que son más que un sistema de ideas: “organizan las masas humanas, forman el terreno en el cual los hombres se mueven, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc.”, indica.
Espeche presenta algunos ejemplos de definición de línea editorial estratégica, una para medios progresistas y, la otra, para medios de la derecha. Para los primeros, la línea editorial estaría marcada por el respeto irrestricto por los derechos humanos y la democracia; la justicia distributiva en los planos económicos, sociales y culturales; la diversidad cultural; y la integración latinoamericana. La de un medio de derecha, por la apertura económica y sumisión a las reglas del mercado, el respeto irrestricto del valor de la propiedad privada, el reconocimiento de la hegemonía de las potencias económicas en las relaciones internacionales, la asunción de la seguridad jurídica de las empresas como premisa ordenadora del comercio internacional.
La asunción y reconocimiento explícito de una parcialidad determinada ante los hechos es un acto de honestidad intelectual y siempre debe conjugarse con la profesionalización de las técnicas que darán rigor y solidez a nuestras coberturas, señala.
Para Espeche, los temas o agenda que tomamos en nuestras producciones diarias se definen con base en tres mecanismos: inclusión, exclusión y jerarquización. La adecuación táctica de nuestro marco estratégico no radica en la exclusión de los temas ya abordados por los medios que –a priori– reconocemos en las antípodas de nuestro posicionamiento, o en la inclusión solo de aquellos temas que aparecen más emparentados con nuestra línea.
Más bien se debe apoyar en la jerarquización temática y, fundamentalmente, en el enfoque con que esos temas son tratados. El enfoque de los temas de nuestra agenda estará guiado por nuestra línea editorial. El enfoque, entonces, es un modo particular de intervención en un conflicto específico; “es la mirada desde la cual lo historizo y le doy un contexto determinado”.
El reino de la noticia (en medios gráficos), dice el belga Armand Mattelart, aparentaría ser el reino de la anarquía, sujeto a reglas tipográficas. Abastece a la audiencia de un conjunto de datos sacados de una realidad que se define como efímera, transitoria, coyuntural y anecdótica, y no le entrega la contextura del hecho noticioso, es decir, los elementos de juicio que le permitirían internalizarlo como una línea acumulativa de conocimiento activo. La desorganización de la noticia sirve a la cohesión del aparato de dominación: “dividir para reinar es uno de los principios fundamentales del poder de manipulación de las masas”.
Entonces, el enfoque implica inscribir los hechos cotidianos que convertimos en noticias en el conjunto de ideas o ejes que delimitan nuestro paraguas editorial. Se trata de asumir el desafío creativo de pasar los diversos temas de la agenda diaria por el tamiz delimitado por los ejes que constituyen nuestra línea editorial. Esa tarea no se ajusta a un género periodístico en particular.
Asimismo, las fuentes son indispensables para marcar nuestra parcialidad ante los hechos y una condición esencial para dotar de rigor a la actividad periodística. Nuestra parcialidad ante el/los conflictos no depende de la selección de las fuentes informativas, sino del tratamiento que hacemos de las mismas. Por ello, la selección debe ser amplia, debe incluir a los diferentes actores que intervienen en el escenario delimitado por el conflicto.
Mientras las fuentes sean más diversas, más rigurosa podrá ser nuestra técnica y más eficaz será el despliegue de nuestra parcialidad. Por ello, debemos apartarnos de la actitud simplista de dar cuenta solo de las fuentes que se ajustan a nuestra parcialidad, indica Espeche
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