Porque al comenzar cometí un error. Empecé a frecuentarla en noviembre, y pronto me quedé sin días. Vino la feria, después viajó, e inmediatamente nos conocimos. No podía visitarla cuando ya estaba conmigo, hace catorce años. El riesgo era muy grande.
De su viaje por Europa sabía cosas. Pero las referencias eran imprecisas. En qué ciudad, dónde, por cuánto tiempo. No podía arriesgar tanto. Entonces decidí retrogradar. Noviembre, octubre, septiembre. Cada día volvía para verla antes. Viajaba para encontrarla siempre a la misma hora, después del trabajo, cuarenta y cinco minutos.
Podría haber ido a su casa. Podría haberla esperado en el trabajo. Hacerme pasar por un cliente. Tantas cosas. Pero preferí seguir viéndola así, como la había conocido, aunque supiera que, por la retrogradación, todo cuanto yo dijera no contaría en el siguiente encuentro.
Pensé en viajar para seguirla una noche, a la salida de la facultad. Pero era miedosa y no era seguro que no pensara que yo quería atacarla. Pensé demasiadas cosas, mientras me remontaba hacia un origen, hasta quedarme casi sin tiempo.
IX
No se puede volver al mismo lugar otra vez porque entonces se generaría un nudo al encontrarse el viajero consigo mismo en otro viaje. Pero hay gente muy obsesiva. Se emperran en volver al mismo día. Una y otra vez. Y vuelven a las nueve, a las trece, a las diecisiete y a las veintiuna. Se desvanecen cada vez, en algún momento, y cuando los otros creen ver algo, ahí están de vuelta, regresando al mismo lugar, en el mismo momento. Pero en una de esas les tomó varios años ahorrar lo suficiente como para intentarlo otra vez. Pasan unos minutos, y los demás ven al otro envejecido, volviendo para seguir arremolinándose en torno a la misma obsesión.
A veces, secretamente, se encuentran dos viajeros para enredarse en otros tiempos. Como si fuera un hotel al otro lado de la ciudad. O simplemente colisionan dos del futuro, que se reconocen por los objetos, por el aura incandescente que tiene la piel de los que vienen de lejos. En ocasiones se conocen ahí y luego se prometen encontrarse al regresar, pero a veces ocurre que son clientes de épocas muy distintas.
Y cada vez es peor. Una vez inaugurado el truco de los senderos, eso quiere decir que se perforarán los hilos del tiempo de aquí a la eternidad. Siguen llegando, de todas las eras, hasta armar una malla, una red invisible de llegantes que se extiende hasta nosotros.
X
No quise verla nacer. No la visité en la infancia. Nada. No intenté enterarme de más cosas. No quería recordarla en sus recuerdos de antes más que siguiendo el relato que ella me había contado. Mi única intromisión entonces sería día por día, en ese café, cuarenta y cinco minutos. Como si nadara una eternidad por debajo de una capa de sopor, para respirar por un breve tiempo bocanadas de aire que duraban tres cuartos de hora.
Septiembre llegó rápido. En abril había descubierto el bar. En marzo la habían contratado. Pronto yo iba a comenzar a pensar en las formas en las que se me iba a acabar el tiempo.
XI
La moza me trajo el café. Me miró detenidamente, como si estuviera calculando la distancia correcta desde la cual se podía arrojar una palabra. Después se fue. Al rato volvió para traerme la cuenta. Me quedé mirando el papel, mientras de reojo la observaba a ella, en la mesa, anotando cosas en el cuaderno. En el dorso del papel la moza había escrito algo. Un teléfono. Una dirección. Un horario. En dos horas, un departamento, a dos cuadras.
XII
Se largó a llover justo cuando toqué el timbre. El departamento era interior, oscuro. Apenas respiraba algo de la luz que ya se iba. La moza se llamaba Andrea. Me abrió y me sonrió, con dudas, mordiéndose el labio inferior. Le devolví la sonrisa, simplemente porque estaba cansado. No hablamos demasiado, tan solo lo necesario mientras nos besábamos. Pensé en cómo se vería el traje polimolecular mientras me lo quitaba. Ella no reparó en nada.
Casi granizaba afuera cuando la detuve. No puedo, le dije. No puedo seguir con esto. Me sentía mal, totalmente agobiado. Me pregunto qué me pasaba. Si tenía novia. Me aclaró que no le interesaba el compromiso. Que simplemente yo le gustaba. Se hizo silencio. Y ahí retomó. Desde que te vi hace unos meses me gustás. Cada día. Te veo. Siempre te veo. Y cada vez que te veo es como si fueras alguien distinto. Algo te hace hermoso. Algo que no sé qué es pero que a mí me conmueve. Nos miramos, con más silencio. Alguien dijo algo, al fin. Te veo verme, como si me estuvieras diciendo algo que no te animás a contarme.
XIII
No quise coger otra vez ni hablar más. Me quedé apoyado en la baranda, mirando por el hueco del edificio, intentando capturar algo del origen de tantas aguas. Ella puso la pava al fuego y me ofreció un té. Desnuda sobre la cama me preguntó una vez más qué me pasaba. ¿No te gusto?
Era preciosa. Era simpática. Era hermosamente normal, en todo, excepto en la brillante intensidad de sus ojos, como si reflejara una luz venida de otro mundo. No podía explicarle demasiado. Íbamos en direcciones distintas. Menos mal que trajiste paraguas, susurró mientras bajábamos en el ascensor. Nos besamos en la puerta. Fue el mejor beso que nos dimos. Me fui triste. Me desperté en el sarcófago con la sensación de que nunca me había sentido tan solo en la vida.
XIV
Los días siguientes tuve mucho trabajo. Por molestar nomás, un turista había intentado asesinar a Carlomagno justo antes de su coronación. Tuvimos que prepararnos para intervenir de manera coordinada y precisa, porque al parecer se trataba de una especie de conspiración sostenida por no menos de veinte clientes sincronizados. Después tuvimos que soportar el sumario y la inspección desde el Ministerio. Fueron demasiadas cosas. Se extremaron las medidas de seguridad, y pasó no menos de un mes antes de que pudiera retomar los viajes furtivos.
XV
Era junio. Ella anotaba y cada tanto se decía a sí misma algo. Consultaba un libro. Una guía de destinos turísticos. Se la notaba cansada. Creía recordar algo. El trabajo no era lo que ella había previsto. Estaba pensando en cambiar. Tantas cosas.
Andrea hacía cuentas en la barra. Tardaba en venir, porque cuanto más tardaba, más veces la miraba. Me percaté de que en ocasiones me acariciaba a través de los billetes del vuelto. Que me miraba. Que se sonrojaba y jugaba a verse en los reflejos de las copas colgadas al revés en la barra. Que iba al baño. Que confundía en ocasiones los pedidos. Que hace poco que era moza. Que anotaba cosas en el reverso de los tickets , y después hacia un bollo con el papel y lo tiraba.
XVI
Un día, ya en junio, la vi irse antes, en mi horario de esperarla. Andrea salía rápido. Llevaba en la mano un tubo de esos que se usan para llevar diplomas. Antes de salir me miró. La perdí de vista después. Esperé todo el rato, en vano. Ese día no apareció ninguna de las dos. Me quedé en la mesa distrayéndome con la extraña luz de aquella época, tan cercana, tan lejana. En un momento volví a mirar a la gente que iba y venía. Una chica joven, muy bien vestida, cruzó de repente, con paso apurado. Pensé que era Andrea, por un instante. Pero no podía ser. La perdí de vista pronto, antes de que mi cuello hubiera podido seguirla a través de las ventanas.
XVII
Del Ministerio mandaron a los de Supervisión y Control. SyC. Gente muy reservada. Siniestra. Dicen que tienen control sobre todo, hasta que enloquecen en la maraña del tiempo de no poder controlarse a sí mismos. Atred no fue muy claro al respecto. Creí entender que me decía que viajaban sin parar. Al presente incluso. Hasta ya no tener claro de dónde habían salido. Decían que no les temían a las paradojas. A los bucles. A los nudos. Pero eso es un rumor. Un rumor esparcido con el probable propósito de recordarnos que tal vez no lo sepamos todo. Ni siquiera la gente que maneja el tema, como yo. Es un asunto delicado. Tantos bucles abiertos en el tiempo, tanta gente, de todos los tiempos, cayéndonos encima como curiosidad.
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