Sergio Expert - Explosión de vida

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Un día cualquiera. Reunión con amigos y sucede lo impensable, algo que cambia la vida para siempre. El libro de Sergio es una historia irresistible, que cubre con gran claridad y certeza cómo el cuerpo y la mente responden a una crisis terrible que nos modifica. A pesar de los obstáculos, Sergio transformó su vida y ahora, con una rebosante porción de optimismo, nos enseña e inspira a valorar cada minuto de vida. Un libro que hay que leer.

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Sergio Expert

Explosión de vida

Historia de mi re-nacimiento

Este libro está dedicado a mis padres Jeannette y Michel y a mis hijos - фото 1

Este libro está dedicado a mis padres, Jeannette y Michel, y a mis hijos, Sofía, Marina y Marcos.

Esto es para ustedes.

Agradecimientos

Este libro no se podría haber terminado si no fuera por la colaboración de muchas personas. Todas ellas aportaron para Explosión de Vida y ayudaron a recrear el lado B de esta historia.

Jean, Florencia e Inés, son lo más. Qué bendición los hermanos que tengo. Gracias, Flor, por la ayuda con toda la lectura y corrección final.

A Ana, por ser fuente de información constante y primer filtro de la lectura de los capítulos.

También un GRACIAS bien grande a Elena, Fil, Memo, Willy, Gabriela, Hernán y Juampi, que tan amablemente accedieron a destinar parte de su tiempo para recordar y recrear sus vivencias de hace más de treinta años.

Alejandra Herrera, gracias por la información recopilada, las entrevistas y volcar todo esto en papel. Sin vos todo hubiese sido muy cuesta arriba.

No quiero dejar de agradecer a los Bomberos Voluntarios de San Isidro y al personal del Hospital de San Isidro, que aquella noche hicieron todo lo necesario para salvarnos.

Nando Parrado, gracias por tu generosidad desde el momento en que nos conocimos.

Gracias, Felicitas, por estar. Por leer y corregir cada capítulo, para después volverlos a releer conmigo sin importar día ni hora.

Viejitos, mil gracias por todo lo que me dieron y enseñaron. Gracias eternas.

Prólogo

Martes 17 de marzo de 2020. Hace tres días que volví de México. A mediados de febrero fui contactado para participar en el Tercer Congreso Internacional de Valores por la Paz, que tendría lugar en la Universidad Autónoma de Sinaloa, ciudad de Culiacán. ¿Qué puedo decir? Me sentí tremendamente halagado y muy curioso frente a esta invitación, la cual acepté casi sin pensar y de inmediato. Sin embargo, el nombre del Estado, Sinaloa, me hacía ruido y me remití a Google para sacarme la duda. Entre otros artículos, allí encontré esto: “El hijo del Chapo Guzmán, fugitivo”, “El asesinato del jefe del Cártel de Sinaloa”, “El emporio del Chapo Guzmán”. Ahí entendí por qué me hacía tanto ruido esa palabra.

Si bien emprendí el viaje sin miedo y con muchas ganas, como en cada actividad que llevo a cabo, todo mi entorno repetía una y otra vez que fuese prudente y tuviese mucho cuidado con todo. Entendí su preocupación, así que les aseguré que me manejaría con mucha responsabilidad y que, ante la primera situación que me llamase la atención, tomaría todos los recaudos para estar seguro y a resguardo en el hotel.

Viví cuatro días muy intensos. El 10 de marzo a la mañana tomé el vuelo AM 031 de Aeroméxico con destino a México DF. Después de casi catorce horas de viaje, llegué a Culiacán. Cansado pero muy feliz de formar parte de un congreso internacional que trataría temas relacionados con la paz en una zona mundialmente reconocida como peligrosa.

Al no haber despachado ninguna valija, fue sumamente fácil atravesar controles migratorios y responder las nuevas preguntas de rutina. Puse alcohol en gel en mis manos y crucé las puertas corredizas del aeropuerto para encontrarme con Jorge y Karla, su prometida. A Jorge lo había conocido de forma virtual. Con él traté todo lo relacionado con mi charla en la universidad. Después de los saludos y palabras de cortesía, nos subimos a su camioneta Jeep rumbo al Hotel San Marcos, donde me hospedé las cuatro noches siguientes.

A la mañana me desperté muy temprano, ni asomaba el sol. No dudé en seguir durmiendo hasta las siete sin ningún remordimiento. Después miré un rato de televisión, navegué en mi Instagram como de costumbre, me vestí y fui a tomar el desayuno. Una vez con el tanque lleno, estuve listo para ir a recorrer Culiacán. Salí del hotel hacia la avenida Obregón. El calor agobiante de la calle me resultó impactante. A pesar de esto, enfilé hacia la catedral, que quedaba a cinco cuadras del hotel. Comencé el city tour y me sorprendió que las personas usaran ropa de invierno a pesar de las altas temperaturas. Yo no entendía nada: a diferencia de ellos, solamente tenía puesta una bermuda y una remera liviana, y aun así no paraba de transpirar. La humedad y el sol radiante de esa mañana eran una combinación agobiante.

Una vez dentro de la pintoresca catedral, que data de 1842, lo primero que hice, además de refugiarme del sol, fue agradecer. Estaba a pocas horas de enfrentar el escenario, hablarle al público y dar lo mejor de mí. Fueron muchos años de mi vida laboral en grandes compañías y ahora seguía forjando mi nuevo camino en forma independiente. Cerré los ojos e hice un breve recorrido de todo lo que había hecho desde ese julio de 1986. Pensé en todas las personas que me acompañaron, aguantaron, rezaron por mí y me brindaron su amor incondicional para poder sanar. Fue inevitable recordar a los que ya no están, a los que ya no puedo llamar ni escribirles. Sonreí y les agradecí por todo lo que me habían enseñado. Les dije que estuvieran tranquilos, porque yo estaba bien.

Camino de regreso compré dos botellas de Coca Zero, necesitaba tomar algo fresco urgente. Mientras esperaba para pagar, sonó mi teléfono. Un número local, era Karla. Tenía buenas nuevas del Colegio Chapultepec. Había podido organizar una actividad para después del recreo del almuerzo. Mi charla estuvo dirigida a las chicas de sexto, séptimo y octavo grados. Jóvenes, en plena adolescencia. Busqué la mejor manera de atraer su atención durante media hora, más de ese tiempo sería aburrido para ellas. Fue una linda experiencia. Las alumnas estuvieron muy atentas y, mientras yo hablaba, un gran silencio se hizo en la sala y las miradas de ellas estaban concentradas en mi presentación. Me sorprendió la cantidad de preguntas que me hicieron, de lo más variadas y no me lo esperaba. Hubo aplausos, selfies y agradecimientos.

Al día siguiente iba a ser el gran día. Era la apertura del Congreso. Lo único que me había quedado pendiente era que no habíamos podido hacer una prueba de sonido e imagen. Sin embargo, cada vez que les preguntaba por esto, tanto Jorge como Karla me decían siempre lo mismo:

—No te preocupes, mañana a la mañana chequeamos todo.

Llegó el día tan esperado, jueves 12 de marzo. Nos buscaron temprano por el hotel. Éramos tres oradores argentinos, un costarricense, un español, un chileno, un colombiano y un mexicano. Algunos de ellos se conocían del mundo académico y, en virtud de sus profesiones, ya habían compartido algunos eventos. Ese no era mi caso, ni de cerca.

En la entrada del modernísimo edificio de la Universidad Autónoma de Sinaloa había una gran cantidad de gente que hacía fila para ingresar. Ni bien bajamos de la combi, la alta temperatura se hizo sentir. Mi vestimenta era un tanto más informal que la de los demás expositores, sin embargo mucho más formal que lo que acostumbro. Zapatos marrones con suela amarilla, jean oscuro, camisa blanca, cinturón que hacía juego con los zapatos y saco azul con un detalle rojo en los botones. No desentoné para nada. Para llegar al auditorio central tuvimos que pasar entre una gran multitud. La ubicación de todos los conferencistas era en la quinta fila cerca del escenario, pero con la distancia suficiente para poder tener perspectiva de todo.

La ceremonia empezó con la entrada de la bandera de México, llevada y escoltada por cuatro jóvenes mujeres vestidas con uniforme, que marchaban y marcaban con mucha fuerza cada paso. Luego se entonó el Himno Nacional, se presentaron las autoridades y a continuación, los discursos correspondientes. Nuestra tarea como oradores era inspirar a las personas a ser agentes de cambio. Menudo desafío.

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