Sergio Expert - Explosión de vida

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Un día cualquiera. Reunión con amigos y sucede lo impensable, algo que cambia la vida para siempre. El libro de Sergio es una historia irresistible, que cubre con gran claridad y certeza cómo el cuerpo y la mente responden a una crisis terrible que nos modifica. A pesar de los obstáculos, Sergio transformó su vida y ahora, con una rebosante porción de optimismo, nos enseña e inspira a valorar cada minuto de vida. Un libro que hay que leer.

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Me tocó jugar en la división Menores de 19, donde se juntaban las camadas 1965 y 1966. El equipo A del SIC era entrenado por José Luis del Campo, mientras que el equipo B estaba dirigido por Gabriel Chientaroli y Mariano Fernández. Después de armadas las listas, quedé en el equipo B. Ahí se empezó a gestar la legendaria M19 B, que fue tan trascendental en mi vida y seguramente en la de varios de los que la formaron. Fue un equipo que se armó y sostuvo a base de garra, entrega y compañerismo. Nos focalizábamos en lo bueno que teníamos deportiva y humanamente. En la clasificación de ese campeonato, en el que participábamos el equipo B y A del SIC, nos fue perfecto. Terminamos invictos y avanzamos a la zona campeonato ganándoles a muchos equipos que, en teoría, eran superiores. Sufrieron nuestro rigor La Plata Rugby, Banco Nación, Belgrano Athletic y Curupaytí. Lo recuerdo hasta el día de hoy. De pronto fuimos furor en el club gracias a los resultados, y esto nos resultó muy motivante.

Se empezaron a sentir en el aire la emoción y la tensión del primer partido de la zona campeonato. Nos tocaba jugar nada más ni nada menos que contra la A del SIC, nuestros amigos. Esto generaba debates y discusiones generalizadas para determinar quién ganaría. Fueron dos semanas intensas las que separaron el término de la zona clasificatoria y el inicio del campeonato. La adrenalina que sentíamos era inexplicable. La usábamos para entrenar con la mayor voluntad y responsabilidad posible. Queríamos encarar ese partido de la mejor manera. La tarea no era fácil, la A era muy buena. Varios de sus jugadores estaban preseleccionados para el representativo de Menores de 19 de Buenos Aires.

Finalmente el partido empezaría a las tres y media, como todos los domingos. Para entonces, la cancha número uno del SIC estaba con muchísima gente. Nos tocaba jugar de visitantes y nos correspondía usar la gloriosa tricolor, pero en el vestuario destinado a la visita. ¡Queríamos salir a comernos la cancha! Este fue el único partido al que mis viejos me fueron a ver, ¿sería premonitorio? El juego fue disputado con lealtad pero ¡con los corazones bien calientes! Nosotros éramos más chicos de tamaño y mucho menos habilidosos que ellos. Nuestro juego era a base de muchísimo tacle y presión. Teníamos una entrega generosa, mucho compañerismo y poníamos el alma en cada pelota. Así suplíamos nuestras debilidades. Gracias a todo esto pudimos contenerlos e incluso superarlos. El glorioso partido terminó 21-12 a nuestro favor. Se imaginarán lo que fue ganarle al equipo A de nuestro propio club. Una vez que el referí pitó el final, hubo un desenfreno total. Nervios, alegría y adrenalina que terminaron en un abrazo grupal y una inmensa sensación de felicidad que atesoro y puedo recordar como si hubiese sido ayer. El “Pelado” Chientaroli fue el gran artífice de ese equipo. No teníamos palabras para expresar la emoción. Fue uno de los mejores momentos de mi vida deportiva en el SIC.

Esa tarde formamos así: F. Rubio, J. I. Claverie y S. Expert; M. Ferrando y P. García Morteo; M. Giménez Hutton, A. Aguirre y C. Schlottmann; F. Chientaroli y E. Belaustegui; H. Reguera, M. Landajo, F. Williams, A. Arce y C. Hordh. Suplentes: A. Rolón, E. Alegre, M. San Martín, S. García Hervas, J. Funes, I. Bosch, L. Palau y J. P. Kexel.

Esa racha ganadora nos duró poco. Nuestra suerte y la concentración como equipo fueron decreciendo ligeramente. Perdimos el siguiente partido contra el CASI A, nuestro eterno rival. El partido terminó 15-10 a favor de ellos. El clima desfavorable y el lodazal enorme que había en la cancha, entre otras cosas, nos jugaron en contra. En la segunda mitad del año solo pudimos ganar un partido más.

Capítulo II

Oh, when I look back now /

That summer seemed to last forever /

And if I had the choice /

Yeah, I’d always wanna be there /

Those were the best days of my life

[Oh, cuando miro hacia atrás ahora /

ese verano pareció durar para siempre /

y si tuviera la opción, /

sí, siempre querría estar ahí. /

Esos fueron los mejores días de mi vida].

BRYAN ADAMS, “Summer of the 69”.

En 1985 tenía mucha más libertad. Había terminado el colegio, tenía registro para conducir y podía hacer casi lo que quisiera. Fue un año con mucha expectativa al saber que en un futuro próximo nos íbamos de gira por Nueva Zelanda. Por lo tanto, deportivamente nos comprometimos mucho. Miguel “Negro” Iglesias y Marcelo Bertolini fueron nuestros entrenadores. Fue un gran honor que semejantes zanjeros fuesen nuestros líderes de la división. El Negro supo combinar efectivamente los aspectos técnicos con los valores del rugby. La base de jugadores se fortaleció y se afianzó. Entrenábamos mucho y estábamos muy bien físicamente. Combinábamos a la perfección la joda y salíamos todos los fines de semana sin dejar de lado la obligación deportiva.

Una vez clasificados en Zona Ganadores, la avalancha de resultados favorables no se hizo esperar. Ganamos contra equipos importantísimos como Alumni, CUBA, Newman, CASI, Belgrano Athletic, Pueyrredón y Champagnat. Veníamos muy bien, hasta que un día de lluvia y frío, en la cancha número uno del SIC, perdimos contra Pucará. Tuvimos que resignarnos a quedar segundos.

Ese año se dio el inicio de mi largo, muy largo recorrido por el terreno universitario. Empecé el Ciclo Básico Común (CBC) en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fuimos el conejillo de Indias del CBC, instancia creada durante el gobierno radical del presidente Raúl Alfonsín para descartar los exámenes de ingreso a las universidades públicas. Decidí anotarme ahí porque no quería que mis padres me exigieran rendimiento o resultados. Elegí Administración de Empresas por descarte, no tenía una vocación bien definida. Como Jean también había seguido Ciencias Económicas, tal vez mi elección estuvo marcada por eso. Me inscribí y quedé en la sede de Coghlan. Tuve la suerte de compartir el CBC con Guillermo “Memo” Richards, amigazo del alma.

Si bien tenía todas mis necesidades económicas cubiertas, igualmente buscaba changas para ganarme unos australes —moneda argentina entre 1985 y 1991— y poder cubrir las diferentes salidas y programas. Ante mi insistencia de laburar, el viejo me ayudó a conseguir un trabajo como cadete en una financiera en el Microcentro. Fue una experiencia rara y duré poco. Un día me entregaron una valija llena de billetes para llevar al Banco de Boston. Nunca había visto tanta guita en mi vida. No me dijeron cuánto había, solo me comunicaron que me iba a acompañar Oscar, un tipo grandote que era el guardaespaldas de la financiera. Cuando se presentó, me saludó y sutilmente me mostró el arma que llevaba en el cinturón.

—Cuando termines de preparar todo, salimos.

—OK —contesté con la mirada fija en la valija.

—Salimos por Florida y caminamos derechito para el banco.

—…

—Vos caminá unos pasos adelante, yo te cuido —afirmó y volvió a palpar su campera donde tenía la cartuchera con su pistola.

—Dale, Oscar, perfecto —le dije mirando el lugar donde tenía el arma.

Me dio un cagazo terrible. Se imaginarán el miedo que me generaba ir con todo ese fangote de guita que no era mía y con un tipo armado que no conocía. Hicimos todo el recorrido sin problemas hasta llegar al banco, dejamos el dinero y volvimos con un recibo y la valija vacía. Cuando llegué a casa, se lo conté a mis padres a modo de anécdota mientras cenábamos. Después de un breve cruce de miradas entre ellos, papá me dijo que no fuera más a la financiera. Así que por un tiempo dejé las changas y decidí dedicarme por completo al rugby y a la facultad.

El Renault azul

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