El Chori está sentado hace más de una hora a dos metros de Carlos Olmedo. Comisario Carlos Rafael Olmedo, alias la Hiena. Comisario de la Comisaría N.º 1 de Avellaneda. Tiene veintidós años de servicio en la Policía Bonaerense. Olmedo es un tipo alto y de tez oscura. Un lungo alto y fanfarrón. Un lungo alto, fanfarrón, con la cara picada por la viruela y la cocaína. Un lungo de espalda ancha. Un lungo jodido. Mató a mucha gente este lungo jodido. Y coimeó a otras tantas. Muchos enemigos durante muchos años.
El Chori es sicario. No dispara cuando le pinta. Dispara cuando sabe que puede matar sólo a la víctima por la que le pagan y dispara sólo a la víctima por la que le pagan sin necesidad de matar a terceros ajenos al contrato. Todo eso lo hace cuidándose de no perder la vida. El Chori es el killer mejor cotizado del conurbano. Eso sí, el Chori se toma su tiempo. Para hacer una tarea fina hay que ser paciente. Hace quince días que el Chori está siguiendo a Olmedo. En la logística lo ayudaron dos de sus mejores hombres: el Kevin Herrera y el Tarugo. Entre los tres carpetearon a Olmedo. Lo siguieron, lo estudiaron, lo condenaron. El Chori carpeteó a Olmedo porque el Chori tiene que matar a Olmedo. Para eso le pagan. De eso vive.
Olmedo solía variar entre tres o cuatro bodegones, pero desde hace cinco noches optó por cenar en esta pizzería de mala muerte con un ventanal que da a la calle General Lavalle, a sólo ciento cincuenta metros de la comisaría. No importa si está de franco o si en la comisaría hay una noche movida. La Hiena siempre se toma su tiempo para rajar de la taquería y embuchar algo. Come gratis, por eso come afuera. Y come mucho.
Lo venía siguiendo en forma sinuosa y sigilosa. De dicho seguimiento sacó la fecha de ejecución. Había coordinado todo para asesinar al comisario el día 20 de diciembre. Ayer fue 20 de diciembre, 20 de diciembre de 2000. Pero ayer Olmedo fue a cenar con el cabo Iparaguirre. A él le pagaron por matar sólo a Olmedo. Hubiese sido fácil bajarse a los dos yutas, pero ese no era el acuerdo. Eso no era prolijo. Además de no ser prolijo, era meterse en quilombos. Los clientes se hacían cargo de las repercusiones y de los costos por la ejecución de un comisario. Dos ejecuciones policiales no son sencillas de bancar ni financiera ni políticamente. Iparaguirre nunca lo sabrá, pero por compartir una pizza grasienta le había salvado la vida al putrefacto de la Hiena Olmedo. Dos tiros por muerto. Es prolijo y ahorrativo.
Si la noche del asesinato la Hiena fue a cenar con Iparaguirre, entonces el Chori pospondrá el atentado veinticuatro horas. El 21 de diciembre Olmedo será boleta, pensó el Chori ayer. Hoy 21 de diciembre de 2000 Olmedo debe morir.
Vino como loco, el Kevin. Estaba sacado. Sabía que la había cagado. Fue lo primero que dijo cuando entró a la pieza. La cagamos, me dijo. Y después se metió a la ducha. Estuvo una hora. Una hora matando fantasmas.
Le pregunté como veinte veces qué pasaba, pero como siempre se quedó callado, el guacho. No me contó nada. El Kevin se guarda todo, pero estaba claro que algún laburo había salido mal. Le pregunté si el Chori y el Tarugo estaban bien. Sí, sí, a ellos no les pasó nada. Por lo menos me contestó eso. Yo no sé de qué trabaja ni me importa. Supongo que sigue siendo chorro y no me parece mal. Espero que sea un chorro con códigos, espero que no sea violento. Espero, pero no sé. No me interesa saber. Yo cojo con él, no con su laburo. Él no se mete con mi laburo y yo respeto mucho eso. Salió de la ducha un poco más calmado. Fumamos un porro y cogimos bien. Nos abrazamos mucho cuando acabamos.
Al Kevin siempre le pinta bajón después de uno de sus trabajos. Se deprime mal y dice que no hay nada más basura que un chorro amigo de empresarios. Un chorro que se junta con garcas. Hace dos meses se tatuó la palabra TRAIDOR en su nuca. Ese día que lo vi me asusté. No pregunté nada. Él no dijo nada. Cuando fuma se bajonea. Cuando se bajonea se queda horas en la ducha. El faso siempre lo baja. Lo baja y lo entristece.
Vos sabés hablar, Yeni, me dijo hace un par de semanas, vos sabés escribir. Vos estudiás y leés libros, me dice juntando toda la tristeza del mundo. Escribí esta historia, me dijo, escribí la historia de nosotros. Me abrazó y luego me soltó.
Yo la voy a escribir, le dije, yo voy a contar nuestra historia. Ya la estoy contando, Kevin. Pero la cuento junto con vos.
No, conmigo no. Vos tenés que irte. Vos tenés que soltarme porque yo te voy a hundir. Vos podés salir porque sabés hablar, sabés escribir, sos linda y sos buena, Yeni. Vos terminaste el secundario, loca, vos estás tratando de estudiar, vos ya no tenés que estar conmigo. Yo le digo que tranquilo. Yo le digo que ya no está más en cana, que no va a volver más a estar preso, que no se asuste, que no tengo ni idea de los quilombos que lo persiguen, pero que mientras esté en libertad y estemos juntos, alguna solución le vamos a encontrar, que el día que me quiera contar lo que le pasa, que yo lo voy a escuchar. Que yo no lo juzgo. Que lo que hizo, o lo que pudo hacer, ya fue y que todo se puede arreglar. Se tiene que arreglar porque nosotros no somos como esos empresarios garcas que él menciona, porque hasta ahora es lo único que me confesó. Que anda con cogotudos garcas.
Lo beso, lo abrazo. Me abraza. Yo lloro. Nadie nos enseñó a salir de la mierda, Kevin, le digo mientras lo acaricio. Nadie nos enseñó a salir sin manchas. Nadie nos puede enseñar a salir del mundo sorete, del mundo del odio, Kevin, nosotros tenemos ese privilegio. Vos, yo y la generación de los sobrevivientes de Villa Albertina somos los privilegiados en conocer el odio, el odio que nace de la miseria. Es un virus, Kevin, la miseria es un virus que llevamos adentro, le digo. Nada ni nadie nos va a sacar ese virus, mucho menos los blanquitos soretes que inventaron las reglas del mundo. Esos blanquitos soretes se olvidaron de meter en el mundo a los negros de Villa Albertina y a los millones de barrios como Villa Albertina, Kevin. Ni los blancos ni sus leyes nos pueden decir nada a nosotros porque para ellos nosotros somos nada, no existimos, Kevin. Nosotros conocemos el mal porque nos mandaron a vivir en el mal. Somos sabios en vivir y convivir en el mal. Vivimos en el mal, infectados de miseria, Kevin, es imposible que con todo eso no tengamos furia, la furia de vivir esta vida de mierda. Furia que nos destroza el cuerpo y el alma. Nos apaga, nos hace malditos, pero no nos mata, no nos termina de matar porque nosotros somos sobrevivientes Kevin y ni la furia, ni el mal, ni el odio nos pudo matar todavía, le digo. Le digo que nuestra historia se contará algún día y lo abrazo. Lo abrazo y lo beso.
Porque el Kevin tiene que bajar, tiene que bajar mucho después de una tarea fina.
La tarea fina se fue al recontra carajo
Hay otro detalle dentro del plan de asesinato de Olmedo. La Hiena tiene que morir el mismo día que otro cana tiene que ser interrogado por los hombres del Chori. Ese otro cana es el subcomisario Ramón Escobar.
El contrato establecía que a Escobar debían apretarlo para sacarle información y que a Olmedo había que matarlo. De acuerdo con la declaración de Escobar, se decidiría si se lo mataba o se lo dejaba vivo. El subcomisario Escobar labura en la jurisdicción de Morón, y de él se estaban encargando en ese preciso momento el Kevin y el Tarugo, los otros dos miembros de la banda. De Olmedo, el objetivo más difícil y peligroso, se encargaba Di Massa precisamente por su fama de eficiencia, disciplina y efectividad.
Todo venía bien, todo venía más que bien. Olmedo entró, saludó al Tano, abrazó al Pitu y se sentó en la mesa de siempre. El Chori estaba hacía más de una hora sentado y se relajó. Luego llegaron esos dos grandotes pero ni saludaron a la Hiena. Cuando trae custodios, suelen sentarse todos juntos. Sería la primera vez que los sienta aparte. No era para volverse loco por ese detalle.
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