Comenzamos siempre por lo más evidente, nuestra rutina. Para que un cambio profundo suceda, debe haber una sumatoria de pequeños cambios sostenidos en el tiempo.
¿Y no es nuestra vida también eso, una suma de pequeñas acciones diarias?
Al comenzar a trabajar por nuestra propia felicidad, permitimos que la vida fluya.
«Un día me di cuenta de que toda mi vida había estado forzando la dirección, creía que estaba actuando a mi favor, pero estaba jugando en contra. Eso marcó un antes y un después, no estaba dejando que las cosas sucedieran».
Tenemos que parar a observar dónde estamos, cómo nos sentimos y descubrir qué queremos. Dar lugar a nuestra voz y perder el miedo a descubrirnos.
Como cuando aprendemos a manejar y soltamos el embrague de a poquito, por miedo a que el auto se dispare a 200 kilómetros por hora, aunque sepamos que eso es imposible, el miedo está. Lo mismo sucede cuando aprendemos a soltar la resistencia y la ilusión de control para que nuestra vida comience a fluir, a ser vivida.
Al comienzo la marcha tiene tironeos, frenadas de golpe, aparecen las dudas, nos abruma lo nuevo. Poco a poco, con la práctica, estamos más cómodas y podemos reconocernos como conductoras de nuestra propia vida.
Una mujer llegó a sesión, venía de su curso de manejo y contó que el instructor le había dicho: “Vos mirá para adelante, hacia donde querés ir, y avanzá. No te distraigas con los demás, cada uno se ocupa de manejar su auto”.
El tema es saber hacia dónde queremos ir, poder mirar ese deseo y lanzarnos hacia él sin perdernos en el entorno, permitir que esta nueva forma de habitar el mundo, la nuestra, única y original, se vuelva natural.
«Toda la vida es un juego para ser jugado. No es una lucha. Nada te puede destruir. Sos una gota de inmortalidad, una gota de algo eterno. Tu espíritu es eterno. Y está bien si esto no te suena en este momento».
Sri Sri Ravi Shankar
(maestro espiritual, líder humanitario)
En un juego nos disponemos a desplegar alguna capacidad, a adquirir una destreza. Cuando nos entregamos a jugar, mantenemos nuestra mente en el momento presente. Estamos ahí elaborando estrategias con entusiasmo, divirtiéndonos, y lo importante puede ser simplemente el número de un dado o una carta, descubrir un escondite o encontrar un tesoro.
El juego es una herramienta de aprendizaje, nos permite la exploración y la transgresión, sin correr riesgos porque, en definitiva, es eso, un juego.
El juego trae consigo el carácter de algo transitorio, es algo de lo que elegimos ser parte por un tiempo y de lo que podemos salir en cualquier momento.
Podemos arriesgar y transformarlo todo, emprender viajes que jamás hubiéramos hecho. Nos permitimos el error, hacer el ridículo, la risa.
¿Pero qué pasa si llevamos de manera consciente el concepto de juego a nuestro cotidiano?
¿Acaso no es eso la vida? ¿Cuáles son los roles que jugamos? Somos hijas, hermanas, tías, amigas, maestras, terapeutas, mamás, esposas, amantes y, al mismo tiempo, seguimos siendo nosotras mismas. Emprendemos travesías diarias: ir al colegio, al trabajo, al mercado, al gimnasio, a yoga, al cine, a cenar.
Cuando habilitamos el juego en lo cotidiano, la vida adquiere liviandad, comenzamos a entender que todo es transitorio porque muta todo el tiempo, que una decisión es simplemente una decisión y que la podemos cambiar cuando nos dé la gana.
Adquirimos autonomía y nos acercamos a una libertad que es el resultado de seguir nuestro deseo. Creamos una vida con propósito.
Y si estamos jugando el juego de la vida, qué juego elegimos y cómo lo jugamos es nuestra responsabilidad. Consciente o inconscientemente, estamos donde nos ubicamos. Y como a la vida queremos vivirla, nos disponemos a jugar el juego, eligiendo cada día, quitándonos peso, permitiéndonos transformar los escenarios y cambiar los actores cuando sabemos que ya no nos nutren.
«Comencé a observar cómo vivía mi vida y me di cuenta de que tenía asociado el concepto de juego con el descanso y la diversión, pero que todo eso estaba fuera de mi rutina. No me permitía experimentar lo que me gustaba, hacer el ridículo ni cometer errores. Todo tenía que “servir para algo”, y eso era lo que significaba esfuerzo, lo que tenía seriedad, eso que de alguna manera yo creía que tenía que hacer. Todo lo demás era perder el tiempo.
El juego me trajo la libertad de comenzar a experimentar cosas “porque sí”, porque era mi deseo. Me obligué a “perder el tiempo” un poco todos los días, me di libertad para “no saber” y cometer errores. Así descubrí que mi vida, en vez de desmoronarse y convertirse en una ruina, florecía. Entonces perdí el miedo. Le di lugar a la creatividad, comencé a disfrutar más que a padecer y algo cambió para siempre».
«Estoy convencida de que la magia existe y que solo se trata de darle lugar para que suceda. También aprendí que recibimos lo que creemos merecer y que el afuera espeja algo de lo que sucede adentro.
Meses atrás, con mi hermana decidimos compartir un regalo por un cumpleaños especial: las dos cambiábamos de década y juntas emprendimos un viaje lleno de magia y aprendizaje.
Una vez embarcadas, la primera sorpresa fue que volar ya casi, casi, no me da miedo.
Antes de subir al avión, me preparé para que, como otras veces, el miedo llegara. Pero, al contrario de lo que creía, los síntomas conocidos (palpitaciones, temblor en las piernas, ruido mental) esta vez no asomaron.
Darle la bienvenida al miedo en lugar de negarlo me permitió creer en la posibilidad y viajar más libre.
Entre mantras y meditación –buscando el disfrute aun en los trayectos incómodos– comprendí que el aire también es un sostén.
Aunque sea invisible a mis ojos –como tantas otras cosas– entendí que puedo descansar en él. Respiré profundo y viví un momento Ahá que lo cambió todo.
Y sí, hoy vivo un poquito más liviana y soy más feliz.
No importa adonde vaya, mientras esté despierta y le dé lugar a la magia, mi alma se expande. Cada vez soy más Yoga, más una con todo y con todos.
Me recuerdo que cuando la superficie está calma, lo profundo se revela.
Así de importante son las herramientas que nos permiten manejar el estrés en cada uno de nuestros días».
«Crear una salud vibrante exige una nueva forma de pensar acerca de ser en relación con nuestro cuerpo, mente y espíritu, y acerca de nuestra conexión con el Universo» .
Christiane Northrup
(doctora, escritora y conferencista internacional)
Todo juego tiene sus reglas y, al momento de empezar, la regla de oro es el compromiso. Debemos abrirnos a una nueva forma de vincularnos con nosotras y con todo lo que nos rodea. Crear nuevos hábitos y formas de pensar exige disciplina, supone controlar los impulsos que nos apartan de nuestro objetivo. Por eso es importante tener claro qué buscamos y lo valioso que es para nosotras.
Читать дальше