Eduardo Valenzuela
Centro CUIDA
Pontificia Universidad Católica de Chile
Presentación por Mark Stibbe
Para mí el 2017 fue un año traumático. Justo antes de que comenzara, Cathy Newman de Channel 4 News me pidió que nos reuniéramos para conversar sobre John Smyth, consejero de la reina ya retirado al que estaba investigando. Cuando recibí su correo electrónico fue un shock escuchar su nombre de nuevo. John Smyth había sido un referente en los campamentos cristianos a los que asistí en Iwerne Minster, Dorset, a finales de los años 70 y principios de los 80. Mucha gente lo conocía por ser la mano derecha de la activista social Mary Whitehouse en la misma época, a quien ayudó a procesar a aquellos que consideraba culpables de blasfemia e inmoralidad. Algunas personas lo conocían como un orador cristiano popular y dinámico dentro del mundo anglicano-evangélico conservador. Otros, unos 20 de nosotros, lo conocíamos como un abusador de hombres jóvenes y niños durante nuestra época escolar y universitaria. Cuando Cathy me llamó, me fui a pique. Con el trauma ya enterrado, casi no había pensado en él durante 35 años y mucho menos hablado de lo que sucedió.
Si bien me tomó varios días recuperarme, acepté ver a Cathy extraoficialmente y nos reunimos en un Starbucks cerca de Londres en noviembre de 2016. Me dijo que sabía mucha de las cosas que Smyth había hecho y quería confirmar si yo era una de sus víctimas. Le dije que sí. En ese momento, no estaba preparado para hablar en cámara. Después de conversar con varias de sus víctimas –algunas todavía muy heridas como para hablar en público– sentí que tenía que ser la voz de aquellos cuyas vidas Smyth había dañado, y en algunos casos arruinado. En diciembre de ese año, permití que Cathy me grabara en cámara. La entrevista apareció en dos grandes titulares de noticias en el Reino Unido, a principios de febrero de 2017 1. Posteriormente, también hablé sobre el encubrimiento del abuso, y el maltrato de los sobrevivientes de Smyth en la BBC y otros medios de comunicación 2.
Para los sobrevivientes del abuso de Smyth –que ahora estábamos conectados– comenzó un lento y doloroso proceso de lidiar no solo con una, sino con dos historias de nuestras vidas. En primer lugar, estaba la forma en que Smyth fue protegido descaradamente cuando Mark Ruston reveló sus actos por primera vez en 1982, y cómo los sobrevivientes fuimos descuidados vergonzosamente. Descubrir lo que realmente sucedió en aquel entonces y también más recientemente, implicó una investigación rigurosa. Todo esto sirvió para destapar un patrón familiar cuando se trata de abuso histórico: la tendencia de una institución u organización a protegerse a sí misma y su reputación en lugar de apoyar a aquellos que han quedado traumatizados.
En segundo lugar, estaba la historia del propio Smyth. Algunos nos preguntamos cómo es que más de 20 jóvenes supuestamente inteligentes fuimos engañados por él hasta el punto de creer que Dios quería que nos golpeara salvajemente con un bastón. En el caso de uno de mis amigos, 800 veces durante el transcurso de un día. ¿Cómo llegamos a aceptar un trato tan brutal? ¿Cómo se las arregló Smyth para obtener nuestro consentimiento?
Después de que se supo la noticia en 2017, me propuse tratar de responder esa pregunta y fue durante ese tiempo que encontré un libro de la Dra. Lisa Oakley y la Dra. Kathryn Kinmond, Breaking the Silence on Spiritual Abuse [Romper el silencio sobre el abuso espiritual]. Comprarlo me costó un ojo de la cara (¡una de las muchas razones por las que agradezco este nuevo volumen!), pero valió la pena cada peso. Al leerlo, me di cuenta de que las autoras estaban describiendo exactamente lo que nosotros vivimos en manos de Smyth. Sí, su abuso tenía un componente físico que eran las golpizas mismas. Sí, también tenía un componente psicológico y emocional. Pero lo que John Smyth nos hizo fue ante todo un abuso espiritual . Sin la dimensión espiritual de su comportamiento, no habría habido ningún abuso. Nunca habría logrado obtener nuestra cooperación a lo largo del tiempo.
En este nuevo libro que marca un hito, del que Lisa es coautora con Justin Humphreys, el abuso espiritual se define como “una forma de abuso emocional y psicológico, que se caracteriza por un patrón sistemático de comportamiento coercitivo y controlador en un contexto religioso. Este puede tener un impacto profundamente dañino en quienes lo experimentan”. He vivido el abuso espiritual en este sentido tres veces en mi vida, en primer lugar, a manos de John Smyth. Él me expuso a un patrón sistemático de control coercitivo en el contexto de los campamentos de Iwerne y en el foro cristiano en el que estos campamentos influyeron, a través de él, en mi escuela. Decir que su forma de abuso espiritual hizo un daño enorme sería quedarse corto.
En el capítulo 3, los autores describen 12 características del abuso espiritual. Podría escribir un libro completo sobre cómo estos rasgos eran visibles y tangibles dentro del grupo de jóvenes y niños de Smyth, pero me limitaré a hacer un resumen.
La coerción para amoldarse
Mientras era alumno en la escuela, y especialmente mientras estudiaba en la universidad, la presión que sentí para conformarme con la versión legalista del cristianismo de Smyth fue a veces abrumadora. Empleó tácticas clásicas de “interiorismo”, como las describió tan elocuentemente C. S. Lewis: “Era tan terrible ver la cara de ese otro hombre, ese rostro afable, reservado y deliciosamente sofisticado, volverse repentinamente frío y despectivo, al saber que has sido juzgado por el círculo interior y te ha rechazado” 3. Leer eso ahora, especialmente la descripción del rostro de quien ejerce la coacción me pone la piel de gallina, porque describe perfectamente a Smyth. Como líder espiritual, me presentó un rostro cálido y afable mientras me adecuaba con su enseñanza. Yo sabía que rebelarse de cualquier forma contra sus puntos de vista significaría un rechazo. Jugaba con el miedo que todos teníamos que su rostro se volviera repentinamente “frío y despectivo”.
Aprovechamiento
Smyth se aprovechaba de los muchachos que necesitaban una figura paterna y una familia. Todos éramos alumnos de internado. Todos habíamos experimentado la ruptura de los lazos con los padres, la familia y el hogar. Todos estábamos abiertos a las preocupaciones paternas de Smyth y a la hospitalidad que él y su esposa, Anne, ofrecían en su casa de Hampshire. Smyth elegía a niños atractivos que tenían una necesidad desesperada de apego seguro. Hablaba de ser un “padre espiritual” para nosotros, usaba el lenguaje espiritual para apelar a nuestra necesidad psicológica de sentirnos dignos de amor y pertenencia.
Manipulación
Los métodos de manipulación de Smyth tomaron muchas formas, porque su “artimaña” (para citar a uno de los profesores de Winchester College) era extrema. Su principal táctica era convertir las Escrituras en un arma y usarlas para inducir una religión de miedo y obediencia. Al carecer de una teología sólida del Espíritu Santo – especialmente el ministerio de adopción del Espíritu– nos manipuló a todos para que volviéramos a recaer en el temor (Romanos 8,15). En lugar de convertirnos en hijos espirituales de un padre perfecto, nos convertimos en esclavos de un hombre que asumió el lugar y el papel de padre en nuestras vidas. El miedo se volvió una forma de vida.
Posición divina
Cuando el canónigo Mark Ruston escribió su informe en marzo de 1982 donde exponía la horrorosa y criminal escala de los abusos, planteó que Smyth había socavado los principios fundamentales de la Reforma al establecerse como mediador entre las víctimas y Dios, reduciendo así la eficacia de la expiación. Es cierto, pero fue peor que esto. Smyth nos dijo que “como Dios es tu padre en el cielo, no puede serlo en la tierra, por eso yo seré tu padre espiritual” 4. Eso es peor que hacer el papel de mediador, es erigirse como Dios, asumiendo una posición divina.
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