¿Quiénes son los enemigos para Schmitt? Una vez que el credo católico viene a informar la política, se sigue que el protestantismo, el ateísmo y especialmente el judaísmo (entendido como una comunidad religiosa) no son considerados como confesiones compañeras, sino como enemigos potenciales 74. En tanto creyente, Carl Schmitt acepta solo al catolicismo como la verdadera religión 75. Y desde los principios políticos que Schmitt está imputando (el orden antes que el contenido, la decisión antes que la discusión), se sigue que los socialistas, los liberales y, nuevamente, los judíos (ahora leídos como una minoría de la población) aparecen también como enemigos, acaso simplemente porque para Schmitt todos ellos parecen cuestionar o incluso socavar, de una u otra manera, el «orden» existente. Las ecuaciones mencionadas anteriormente (no-creyentes = liberales; protestantes = socialistas; judíos = comunistas; católicos = el partido del orden y por lo tanto la única opción política «real») unen los prejuicios teológicos y políticos. Aquí no estamos en presencia de un análisis abierto o comprensivo, sino de una expresión de una opción pre-existente. Es difícil desenredar este híbrido, debido a que mezcla, sugestivamente, dos discursos.
Hasta el momento hemos visto que el modo en el que Carl Schmitt comprende la religión lo lleva a juzgar de cierta manera el paisaje político. Pero la conexión funciona en ambas direcciones, ya que el credo político de Schmitt también informa su concepción de la religión. Sorprendentemente –y a pesar de su definición de la iglesia como « complexio oppositorum »–, Carl Schmitt está principalmente interesado en las formas secularizadas del catolicismo antiguo , y menos interesado, entonces, en las formas religiosas vivas del catolicismo contemporáneo. No está ni genuinamente interesado en la Biblia 76, ni tampoco toma particular noticia de las tendencias que dentro del catolicismo van a contracorriente (« oppositum »), pues la teología de la revolución 77y la «teología de la liberación» 78estaban ya circulando durante su vida. Además, izquierdistas católicos destacados siempre existieron en Alemania 79. Casi nada de esto logró llegar a la conciencia política o religiosa de Schmitt 80. Los elementos nuevos o emancipatorios de la religión viva no eran de su interés, y la razón de esto era política.
Demos ahora un paso atrás y miremos nuevamente a Benjamin. ¿Qué significa buscar una «teología política» en sus escritos? ¿Es Benjamin uno de los judíos (religiosamente) comunistas a los que Schmitt declara la guerra? 81O, si la «teología política» es más compleja, ¿qué otra cosa podría ella significar? Ciertamente hay secciones en los escritos de Benjamin que encajan en este esquema, por ejemplo:
Siempre debe ganar el muñeco al que se llama «materialismo histórico». Puede competir sin más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología, que, como se sabe, hoy es pequeña y fea y no debe dejarse ver de ninguna manera (ÜBG: GS I/2, 693) (SCH: 2005, 47).
Este aforismo tardío puede leerse de la siguiente forma: cierta teología aviva al comunismo (el «materialismo histórico» era una herramienta intelectual del comunismo), de manera que, como Karl Löwith o Jacob Taubes lo pondrían, el comunismo no es otra cosa que mesianismo judío secularizado. Sin embargo, me parece que esta concepción es errónea. Una de las razones de esto es que, en general y como intenté indicar más arriba, la ecuación no es convincente si se le echa un segundo vistazo. Es más, aun cuando pueda ser útil como principio heurístico para algunas biografías, este ciertamente no es el caso específico de Walter Benjamin, quien no está tratando de darle un uso político a la religión judía y tampoco quiere producir un reino mesiánico a través de medios comunistas. No está tratando a la religión como un fin o un medio político, porque «no hay metas políticas significativas» 82. Cuando Benjamin regresó al tema-Schmitt en 1940 dejó bastante claro que estaba hablando de una lucha política profana con un enemigo manifiesto 83. Por lo tanto, ser crítico no implica decir que Benjamin propone una teología política alternativa. Más bien, Benjamin muestra que ninguna teología política es parte de la solución, sino que parte del problema. ¿Cómo lleva esto a cabo?
II. Una devastadora respuesta a Carl Schmitt
Como ya hemos visto, en sus escritos de las décadas de 1920 y 1930, Schmitt desarrolló un argumento altamente crítico del liberalismo y del socialismo –y como algunos autores han sostenido convincentemente, intrínsecamente antisemita mucho antes de 1933. Se trataba de una posición normativa que afirmaba que la correcta comprensión de la política debía derivarse de cierta teología. La manera en la que Schmitt trata la historia de la política y de la religión convierte a este argumento en una apología de su particular posición teológica (contra-reformista) y política (dictatorial). En una abreviación algo rudimentaria, sus principales puntos pueden resumirse del siguiente modo:
1 El orden es entendido como un efecto de las decisiones, y la decisión política más importante es la que decide la distinción entre amigo y enemigo.
2 La democracia liberal nunca nos llevaría a este punto, ya que discute interminablemente sin nunca llegar, aunque fuese necesario, al momento de la decisión.
3 La única manera de llegar al momento de la decisión es la instalación de un soberano, ya que solo él está capacitado para «decidir» en tiempos de emergencia e ilegalidad. Mediante esta decisión, el soberano excluye el estado de excepción, porque cuando se toman decisiones, persiste el «orden.»
4 El modelo a seguir para una política de este tipo es la estructura del papismo llevada a la política. En la práctica, esto equivale a un gobierno autoritario o a una dictadura, alimentado por una creencia mitológica en su legitimidad en las masas.
5 Una dictadura no debe ser entendida como un abuso de la política, sino que más bien como su esencia, por cuanto está prefigurada en la iglesia católica. Schmitt está apuntando a la jerarquía y a la estructura de poder –la clara línea de mando– y no a sutilezas teológicas.
6 Finalmente, la legitimación del gobierno autoritario es transferida desde la esfera de la religión a la política. (La «analogía» que Schmitt invoca tiene un sentido específico en la enseñanza católica. No es una simple comparación, sino una relación esencial ).
Luego de haber puesto los argumentos sobre la mesa en esta forma abreviada, es bastante claro el lugar en donde se ubican los problemas. Para comenzar, ¿qué sucede si alguien no es católico? Esto solo podría significar que, desde la perspectiva política, él o ella aparecería como un forastero peligroso, como un «enemigo». Su mera existencia cuestionaría los principios mismos del orden. Dicha persona se tornaría un símbolo andante de un principio de desorden que difícilmente podría ser tolerado. Consecuentemente, durante la contra-reforma (el modelo a seguir de Schmitt), y debido a la ausencia de un sentido de tolerancia religiosa, la iglesia católica estaba interesada en «convertir» a todos en católicos. Esta fue justamente la idea de la contra-reforma en los siglos XVI y XVII, cuando gran parte de Europa se declaraba protestante.
Si consideramos que Benjamin era de origen judío y tenía su propia manera de relacionarse positivamente con su herencia, deberíamos esperar encontrar una tensión con Schmitt en algún lugar. ¿Pero dónde y cómo se muestra esta exactamente? Mientras nos ciñamos al relato de Schmitt, que toma a la teología como modelo para la política y descansa en una ecuación simplista entre credos religiosos y actitudes políticas, hay que buscar una teología alternativa. Es en este punto donde, entonces, Schmitt sospecha de sus «enemigos». Dentro del marco liberal de la república de Weimar tiene que existir también una teología –errada, por supuesto. De hecho, durante los años treinta, Schmitt sospechaba no tanto del protestantismo 84, sino de un «espíritu judío» escondido detrás del liberalismo que habría estado intentando establecer el desorden 85.
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