Fernanda Pérez - Una mujer con alas

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¿Acaso alguien sabe a ciencia cierta qué es el amor?
Leticia, Carolina y Lola viven etapas y circunstancias de vida muy diferentes. Una siente el peso de la rutina y la soledad, a otra le cuesta terminar una relación que la tiene estancada, la tercera no sabe qué hacer frente al desarraigo y la llegada de un amor inesperado. Unidas por su trabajo y el compromiso social, irán sorteando problemas y desafíos con la convicción de que la amistad femenina cura casi todos los males. Una novela sobre mujeres reales, adultas y valientes que se atreven a ponerles alas a sus sueños y deseos.

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De Leticia supo que era psicóloga social y de Víctor, que era contador. “Víctor falta mucho, tiene problemas con su hijo”, fue todo lo que le dijo su compañera.

Por fin había llegado el miércoles Salió del trabajo feliz y a las seis partió - фото 17

Por fin había llegado el miércoles. Salió del trabajo feliz y a las seis partió rumbo al aeropuerto a buscar a Pablo. Cuando lo vio bajar, no pudo evitar sonreír. En cuanto traspasó la puerta, se lanzó a sus brazos. Lo besó y él le respondió con el mismo fervor.

—¿Cómo te fue? —preguntó ella.

—A mí, bien, pero vos contame cómo te fue.

—¡Genial! —Lola detalló todo y dejó para el final lo de los viajes semanales a La Colonia.

—Mi primo no me comentó nada de eso.

—Pero recupero las dos horas extras saliendo los viernes más temprano —se justificó ella.

—Bueno, fijate. Si se te hace muy pesado, podés dejarlo.

—Por favor, Pablo, ni que fuera un trabajo tan duro…

Esa noche programaron una cena romántica. Fueron a un restó , comieron pescado, bebieron un buen vino y luego caminaron un rato, tomados de la mano, hablando de todo un poco.

Al llegar a la casa, Pablo le dijo en tono lujurioso: “¿Tenés proyectos para lo que resta de la velada?”.

Ella no tuvo que responder. Devoró sus labios con tal ímpetu que en pocos minutos acabaron en la cama.

Después de tres meses, Lola volvía a sentirse plena.

CAPÍTULO 3 Una chica Orson Welles Pablo estaba tratando de explicarle al - фото 18

CAPÍTULO 3

Una chica

Orson Welles

Pablo estaba tratando de explicarle al vocero de prensa el funcionamiento de - фото 19

Pablo estaba tratando de explicarle al vocero de prensa el funcionamiento de unas aplicaciones que bien podrían servir para instalar temas gubernamentales. Trataba de concentrarse en los aspectos técnicos, aunque le costaba. El teléfono celular no paraba de vibrar. Las llamadas eran de Lola.

Cerca de las seis de la tarde pudo salir de esa reunión y en cuanto estuvo afuera se comunicó.

—¿Qué pasa, Loli?

—Perdón, ¿estabas ocupado?

—Sí, estaba en una reunión. Pero todo bien; ¿necesitás algo?

—Te quería contar que me invitaron a la despedida que le hacen esta noche a Carolina, la chica a la que voy a reemplazar. Es en Posit, un local del centro. ¿Querés que vayamos?

—Andá sola, mejor. ¿A qué hora es eso?

—Nos juntamos cerca de las nueve.

—Bueno, vos andá y yo aprovecho para reunirme con mis compañeros del secundario. Parece que una vez a la semana hacen una especie de after office y me invitaron. En todo caso, nos llamamos a la noche y te paso a buscar para que volvamos juntos. Lo mío es en el centro también.

—Dale, amor, quedamos así. Besos.

Lola llegó puntual y en el bar no había casi nadie solo Caro y otra chica que - фото 20

Lola llegó puntual y en el bar no había casi nadie, solo Caro y otra chica que creía haber visto en las oficinas.

—Ella es Laura, de Mesa de Entrada, y ella, Lola, mi reemplazante —las presentó la anfitriona.

Poco a poco, Carolina le contó a Lola que había decidido tomar la licencia para descansar un poco y desarrollar otros proyectos.

—En realidad, además de asistente social, soy psicopedagoga. Una amiga tiene unos consultorios y me pidió que me sumara a su equipo. Es un desafío y todo un riesgo, pero creo que puede ser una buena experiencia. Necesito un cambio de aire.

A Lola le fascinó que Carolina se atreviera a dejar ese trabajo estable para asumir proyectos nuevos. También se en­teró de que estaba soltera, sin pareja y que no tenía hijos. Estaban hablando del tema cuando llegó Víctor. Era un tipo de unos cincuenta años, pelado, antiguo en su modo de vestir y con la mirada apagada. Volvieron las presentaciones y a Lola le gustó que fuera tan amable con ella. Luego apareció Leticia acompañada por Alberto, su esposo. Lola se sorprendió de que alguien tan cortante como Leticia pudiera estar junto a un hombre tan encantador como Alberto. Ella la saludó formalmente, con esa especie de desconfianza que había demostrado desde el momento en que se conocieron, pero él fue muy amable. Además, intuía que lo de Leticia era una coraza, se le notaba su buen sentido del humor. Y le agradaba su franqueza.

Fueron sumándose uno a uno a la mesa.

Ya habían pasado las diez cuando vio llegar a un grupo que evidentemente no pertenecía a la oficina. Dos mujeres de pantalón oscuro y camisa con una cruz de madera en el cuello. Enseguida se dio cuenta de que eran religiosas. También un treintañero, alto, con barba de algunos días y facciones firmes, un matrimonio de unos cincuenta años, y una chica jovencita, rubia, preciosa y sin una gota de pintura en la cara.

—¡Qué suerte que vinieron! —Carolina se levantó y los recibió con cariño sincero.

—No podíamos dejar de venir, se nos va nuestro “San Expedito” —comentó el más joven.

—Vengan que les presento a la nueva “San Expedito” de la oficina.

Carolina se acercó hasta Lola y le dijo:

—Ellos son de La Colonia. Juan es médico, Mariana es la otra doctora; Lucio, su esposo, al que hemos bautizado con el apellido “de todo”, porque es al que le toca hacer “de todo”. —Se miraron con complicidad y sonrieron—. Las hermanas Lourdes y Victoria trabajan desde su comunidad y Lisa es maestra, hace un año que está en la escuela rural de Jacinta.

Intercambiaron algunas palabras cordiales. A Lola le gustó esa gente, aunque supo que iba a ser difícil ocupar el lugar de Carolina. Así lo había dicho el propio Ernesto Sánchez. En eso pensaba cuando lo vio llegar… ¡Por Dios! Ese hombre podía adueñarse de todas las miradas. Sin embargo, no se detuvo en él, sino que observó de soslayo a Carolina. Hubo algo que mutó en su rostro y ya no tuvo dudas: entre ellos el vínculo excedía lo laboral.

Carolina se acercó a Ernesto y Lola creyó leer en sus labios la palabra “viniste”. No supo qué respondió el jefe, pero sí le pareció que le hablaba demasiado cerca, casi rozándole la oreja.

A Lola le costó encontrarse en esa reunión, aún no pertenecía a ninguno de los dos grupos: ni al de la oficina, ni al de La Colonia.

No estaba cómoda y cada tanto consultaba si le llegaba algún mensaje de Pablo. Pero nada. Por suerte, había tomado la iniciativa de comprar cigarrillos. A Pablo no le gustaba que fumara, pero en esos meses había vuelto al vicio. No más de dos o tres por jornada, pero vicio al fin.

Aprovechó la excusa de salir a fumar y se escurrió hacia un patio interno que tenía el bar. Era una noche preciosa, prendió el cigarrillo y se puso a mirar a la gente que estaba dando vueltas. Adoraba los bares, la noche… No llevaba más de cuatro pitadas cuando sintió una presencia.

—Parece que vamos a trabajar juntos.

Era el médico. Creía recordar que se llamaba Juan, pero por las dudas consultó:

—Así parece. ¿Tu nombre era Juan, no?

—Sí, y el tuyo, Lola… Bah, supongo que así te dicen. —En­cendió su cigarrillo también, y ella miró sus manos. Eran lindas manos, propias de un hombre con personalidad.

—Me llamo Dolores, pero no me gusta mucho y todos me dicen Lola.

Hubo un silencio incómodo.

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