Como dijimos anteriormente, toda clasificación trae consigo la violencia del clasificador. Bourdieu la denomina “violencia simbólica”. Un tipo particular de violencia en la cual existe una instancia que es capaz de calificar a otra a su antojo, por más que ninguna de las dos instancias estén anoticiadas de esto. Podríamos decir que la adjudicación de calificativos a una persona, por la cuestión que sea, puede encontrar cierto equivalente a la existencia de un prejuicio generalizado, que si bien de alguna manera no podemos eludir, sí podemos intentar derribar a través de la búsqueda de mecanismos de quiebre de tales atributos.
Volvamos a la cuestión de género. Es probable que en nuestros jardines y en nuestras escuelas se continúe clasificando a los estudiantes en varones y mujeres. Esto tal vez se pueda poner de manifiesto en que hay baños para varones, y otros baños para mujeres. Que las mujeres formen sus hileras diferenciadas de las hileras de los varones.
Esto parece bastante inocente. Sin embargo, lo podemos tomar como “analizador” (Lourau, R., 1972) y pensar cuáles son las bases conceptuales que llevan a sostener esta práctica. Se oirá decir: “siempre se hizo así”. Lo que queda ocultado en este fenómeno es la visión dicotómica y biologicista de la sexualidad humana.
A partir de esta clasificación, es probable que, asociado al concepto “nena”, “alumna”, “mujer” se encuentren asociadas una serie de otros conceptos y atributos diferentes a los de “nene”, “alumno”, “hombre”. Cambian los horizontes para los que se ubican en estas categorías, los y las que encajan, y los otros, bueno, ya veremos.
Vayamos a otro ejemplo. ¿Qué concepción de aprendizaje y de enseñanza es la que sostiene la práctica docente?, ¿o qué noción de evaluación?
Coloco estos dos conceptos unidos, ya que en la práctica docente ambos conceptos se presentan de manera conjunta, o por lo menos, cada docente debería construir la lógica propia que en su dispositivo de enseñanza-aprendizaje se articulan estos conceptos con el de evaluación.
Hago referencia, además, a estas nociones tan propias del campo educativo, específicamente el escolar, ya que todos y todas los que ejercemos la función docente lo hacemos sobre la base de nociones sobre la enseñanza, el aprendizaje y la evaluación, que de no ser tramitadas de manera consciente y buscando una articulación lógica singular, operan desde lo inconsciente, capturan nuestros cuerpos y nos hacen actuar del modo instituido. Este modo de actuar, sostenido por un lado en la carga teórica más o menos consciente, por el otro lado tiene una inscripción en el cuerpo bajo la forma de habitus (Bourdieu, P., 1990).
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