José Ramón Alonso - La enfermedad invisible

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En los últimos tiempos se ha producido un sostenido incremento en la incidencia de la depresión. Se trata de una enfermedad que mina de forma notable la calidad de vida de quien la padece, afecta negativamente a su productividad e incluso acorta la esperanza de vida. Pero a pesar de su frecuencia y gravedad, sigue siendo una enfermedad estigmatizada e invisibilizada, que injustamente se mantiene oculta y se aborda desde la vergüenza y el silencio culpabilizador. Sin embargo, nadie es responsable de sufrir una depresión, ya que aquí no hay culpables. La persona deprimida no está simplemente triste o melancólica (dos emociones naturales), sino que padece una dolencia que afecta al organismo, al sistema nervioso, al pensamiento, a las emociones y al comportamiento.
La buena noticia es que los pacientes deprimidos sienten que las cosas mejoran cuando saben exactamente lo que les está pasando, y se dan cuenta de que sufren una enfermedad, , dura y larga pero curable. Este libro pretende ayudar en ese proceso, destacando las cosas que contribuirán a la recuperación y aquellas en las que no se debe caer.

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Galeno continuó las teorías de Hipócrates, pero Cicerón, en contra de lo dicho por ambos sabios, planteó que la melancolía la causaba un miedo o un sentimiento de rabia o de tristeza, es decir, que tenía una causa mental en vez de física. En aquel entonces, la melancolía era un concepto mucho más amplio que el de la depresión actual. Se otorgaba especial importancia a una serie de síntomas que incluían la tristeza, el rechazo y el desaliento, y a menudo también el miedo, la furia, los delirios y las obsesiones.

Tras la caída del Imperio romano, el mundo árabe se convirtió en la zona de mayor desarrollo cultural y científico. Sabios persas como Rhazes (865-925), médico jefe en el hospital de Bagdad, juzgaban adecuadamente al cerebro como el órgano donde tenía lugar la enfermedad mental y la melancolía. Los tratamientos habituales incluían la hidroterapia (baños) y una forma primitiva de terapia conductual: recompensar al paciente tras un comportamiento apropiado. En el siglo XI, Avicena describió la melancolía como un tipo depresivo de trastorno del ánimo en el que la persona se volvía suspicaz y desarrollaba fobias.

En las zonas cristianas hubo una regresión del conocimiento que afectó también a la explicación de la enfermedad mental y de la depresión. En una época de superstición, se extendió la creencia de que las personas con trastornos mentales y psiquiátricos estaban poseídas por demonios o eran víctimas de brujerías y que, incluso, podían contagiar a otros su locura. Entre los tratamientos de la época estaban los exorcismos y también sumergir en agua o tratar con fuego, medidas que a veces terminaban causando la muerte del afectado. En ocasiones, a las personas deprimidas se las encadenaba, se las ataba a camas o se las internaba en los denominados «asilos de lunáticos», el antecedente de los hospitales psiquiátricos.

Con el Renacimiento echó a andar la ciencia actual. En 1621, Robert Burton publicó Anatomía de la melancolía , una obra enciclopédica donde describía las causas psicológicas y sociales de la depresión (pobreza, miedo y soledad) basándose en sus observaciones y en su propia experiencia. Los tratamientos que proponía Burton en esta obra enciclopédica eran la dieta, el ejercicio, las distracciones, los viajes, las purgas, las sangrías, los remedios herbales, el matrimonio y la música.

El término depresión apareció un poco más tarde. Proviene del verbo latino deprimere , que significa ‘presionar hacia abajo’ y también ‘subyugar’ o ‘abatir’. En 1665, el escritor inglés Richard Baker habló de alguien que tenía «una gran depresión de espíritu». El término se asentó y se adoptó en otras disciplinas como la fisiología y la economía.

Durante la Ilustración, en el siglo XVIII, se pensó que la depresión era algo hereditario, una debilidad del temperamento, lo que condujo a que la gente pensara que las personas deprimidas debían ser encerradas o al menos mantenidas ocultas dentro de las casas. Un resultado de esta percepción era que muchas de ellas quedaban aisladas, encerradas en un círculo vicioso donde no podían hacer amigos ni desempeñar un oficio, lo que a su vez provocaba que no tuvieran vivienda propia o cayeran en la pobreza y fueran finalmente confinadas en instituciones para enfermos mentales. La melancolía se clasificó en treinta tipos diferentes, uno de ellos la hipocondría, que terminó siendo considerada otra enfermedad distinta.

Al final de esta época se pusieron en boga diversos tratamientos, como el ejercicio, la dieta, oler tierra mojada o escuchar música. Junto a ello, algunos médicos empezaron a plantear que servía de ayuda hablar sobre los problemas con un amigo o un profesional; es decir, la psicoterapia tal como hoy la conocemos dio sus primeros pasos. Otros médicos entendían que la depresión era el resultado de un conflicto interno entre lo que se deseaba y lo que se sabía que estaba bien, mientras que los intentos de encontrar una causa orgánica para este trastorno no produjeron ningún resultado útil.

En esta época surgieron tratamientos novedosos, como la inmersión en agua (los pacientes se mantenían sumergidos tanto tiempo como aguantaran), una silla giratoria para causar mareos (pues se creía que el «centrifugado» del paciente podría colocar los contenidos del cerebro en la posición correcta), la equitación o el uso de eméticos (fármacos que inducen el vómito) y enemas. También se dice que Benjamin Franklin desarrolló una versión primitiva de la terapia del electrochoque.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX en Estados Unidos empezó a darse con mucha frecuencia un diagnóstico: el de neurastenia o «debilidad mecánica de los nervios». De hecho, era tan habitual que se pensó que los estadounidenses eran especialmente proclives a la neurastenia y el famoso psicólogo William James llegó a denominarla «americanitis». Los síntomas eran fatiga, ansiedad, dolores de cabeza, palpitaciones cardíacas, hipertensión, neuralgia y bajo estado de ánimo. Algunos pensaban que era típica de las mujeres de las zonas rurales que vivían aisladas y sin una labor gratificante y valorada, mientras que otros decían que era propia de las mujeres urbanas y hombres de negocios con una vida estresante, acelerada y agotadora.

En 1895, el psiquiatra alemán Emil Kraepelin se dedicó a ordenar y clasificar los trastornos mentales y usó la denominación «estados depresivos» para referirse a distintos tipos de melancolía. Asimismo, mantuvo este último término para nombrar la enfermedad y usó « depresión» para referirse a un estado de ánimo. Kraepelin trabajaba con la idea de que había una patología cerebral subyacente, pero también promovió la diferenciación entre trastornos endógenos (de causas internas) y exógenos (causados por algún factor externo). Wilhelm Griesinger empleó por primera vez la expresión « estados de depresión mental » como sinónimo de melancolía. Finalmente, Adolf Meyer propuso abandonar el término melancolía y sustituirlo por el de depresión.

En esta batalla por la nomenclatura, Karl Ludwig Kahlbaum utilizó el término ciclotimia en 1863 para designar las variaciones periódicas de las fases depresiva y maníaca, a modo de ciclos repetitivos, y el psiquiatra inglés Henry Maudsley incluyó la depresión nerviosa dentro de una categoría más amplia de trastornos de la afectividad.

En 1917, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, escribió Duelo y melancolía , donde teorizó que la melancolía era la respuesta a una pérdida, fuera real (la muerte de una persona querida) o simbólica (no haber sido capaz de conseguir un objetivo buscado). Más aún, Freud creía que la rabia inconsciente sobre esta pérdida llevaba al odio a uno mismo y a un comportamiento autodestructivo. Propuso que el psicoanálisis podía ayudar al paciente a resolver estos conflictos, a eliminar los pensamientos autolesivos y a mejorar el comportamiento.

En torno a 1930 empezaron a aparecer nuevas técnicas para el tratamiento de las enfermedades mentales, con un enfoque más físico, más biológico, buscando no tanto alterar los procesos mentales como entender y reconducir las bases neurobiológicas de la conducta patológica. Las primeras líneas de exploración fueron las llamadas «terapias de choque», entre las que se encontraba la piroterapia o tratamiento mediante la fiebre: la temperatura de los pacientes se subía con baños, mantas eléctricas o generando una infección por malaria. La malarioterapia se convirtió en una área clínica activa y de investigación y se usó para la psicosis maníaco-depresiva. Durante un tiempo, los hospitales «cultivaron» el parásito de la malaria en pacientes hospitalizados que eran utilizados como fuente de plasmodios para otros enfermos.

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