Mi tía se tomó días de su trabajo y me llevó a conocer lugares nuevos. Con mi papá salía una vez que regresaba de su trabajo, y con mi abuela nos quedábamos solas todo el día y lo pasábamos divino, charlando y jugando a las cartas. La ayudaba con la casa y, hasta un día nos atrevimos a tomarnos un colectivo hacia un mall y pasar la tarde allí. Pero como todo viaje, todo tiene un comienzo y un fin, y el doce de febrero emprendí retirada, no sin antes que un temblor pequeño me diera la despedida de mi amada West Covina. ¡Qué susto! Recuerdo que había salido de la ducha y me estaba terminando de secar el cabello. En eso sentí como un estruendo, un rayo o trueno y miré hacia afuera, y vi el marco de la ventana torcido. Salí corriendo de ahí. Hasta creo que lloré un minuto de los nervios.

Año Nuevo con mi papá en California, 1988.
A mi regreso a Rosario, me esperaban mi mamá y amigos. Había sacado muchas fotos, ya que mi tía me había regalado una de sus cámaras fotográficas. Había comprado dos álbumes con una capacidad de doscientas fotos cada una. Con su máquina de escribir les hice cartelitos con los nombres de los lugares que correspondía a cada foto. Al día de hoy los sigo conservando, pero hace varios años las pude digitalizar, ante cualquier circunstancia que surgiese que pudieran perderse o deteriorarse.
En marzo de 1989, llegó mi papá a Rosario al casamiento de mi hermana Carolina. Así que mi mamá estaba contenta. Se casó solo por civil. Fue muy divertido y una vez más, ese tipo de fiestas unía mucho a la familia. Mi papá estaba muy emocionado y feliz por estar en su Rosario querida, rodeado de su familia. Pero comenzaron los roces con mi mamá, ya que él venía de estar varios meses en otro país, tener su auto, su independencia tanto económica como familiar.
Era el consentido de los tres hijos que tuvo mi abuela, dicho por mi tía, su propia hermana.
Él llegaba a la casa después de trabajar, tenía la comida servida, su ropa planchada y lavada, sin malas caras, sin hijos, sin preocupaciones, etc. En cambio, en Rosario tenía que adaptarse a los horarios y a las demandas familiares, y llegó un momento en el que mi mamá se sintió desplazada, quizás porque ella siempre se sacrificó por él y la familia y de repente sintió que él venía con otra actitud y que no le daba la atención que merecía, etc. Además, insistía constantemente en que había que ahorrar y no malgastar y mi papá, justamente, quería que saliéramos a cenar afuera, pedir take out , llevarla al cine, por tantos años de no poder hacerlo. Pero el carácter de mi mamá toda la vida fue así, una mujer fuerte, de vivir siempre de manera austera porque nunca le sobró.
Mi mamá trabajó duro desde que salió del colegio secundario en una concesionaria de automotores en Rosario. Era muy inteligente, ya que llevaba la contabilidad sin ser contadora. Su sueño siempre fue el de estudiar la carrera de escribanía, pero tenía que viajar a Santa Fe, ya que tanto abogacía como escribanía se estudiaban en la Universidad de Santa Fe. Pudo cursar un solo año y luego dejó, pues el trabajo en ese momento era la prioridad. Ojo, mi abuela también trabajaba, ya que ellas vivían en una casa enorme, a medio hora del centro de Rosario. Ella era el ama de llaves de allí y a mi mamá le permitieron que viviera con ella desde la adolescencia. Sus patrones las querían mucho a las dos y como el dueño era escribano siempre le había dicho a mi mamá, que cuando ella finalizara su escuela secundaria le gustaría que estudiara escribanía, para pasarle su registro.
Mi papá se volvió a los Estados Unidos unos días después del casamiento. Se fue muy triste, ya que dejaba a los que más quería y a su país, pero sabía que cada dólar que ganaba, era para saldar deudas y para hacer mejoras en la casa, especialmente, la cocina nueva para mi mamá. Al mes de estar allí, aparentemente tuvo una discusión con un cliente. Sufría de sobrepeso, presión alta y angina de pecho. Llegó a la casa de mi abuela y, según lo que él le contó a mi mamá, al estacionar el auto, sintió que se le dormía la parte izquierda de su cuerpo y apenas llegó a la puerta de la casa, sintió que ya no podía caminar, y su habla era como el de una persona que estuviese embriagado. De inmediato, mi tía y mi abuela llamaron al 911 y una ambulancia se lo llevó al hospital. Recuerdo ese día con claridad porque el teléfono fijo de la vecina de mi mamá, Chochi, se encontraba situado del otro lado de la pared que lindaba con el comedor de mi mamá en donde mirábamos televisión y cada vez que alguien la llamaba, escuchábamos el sonido del mismo. Todavia no poseíamos una línea telefónica. Estabamos pagando las cuotas de un famoso plan ofrecido por la compañía telefónica de la ciudad. Ese día, mi tía la llamó y le dijo lo sucedido y que debíamos ir por la noche a la casa de mi tía Ema, que vivía a seis cuadras, porque la iba a llamar más tarde, que mi papá estaba internado en el hospital, pero sin mayores detalles. El motivo del traslado a la casa de mi tía Ema era a los efectos de poder allí hablar más tranquilos y tener privacidad. Así que nos fuimos, mi hermana Jorgelina, mi mamá y yo para allá y recuerdo que, al llegar, mi tía Ema estaba en el medio de una cena con una prima segunda mía y su esposo, que justamente era cardiólogo. ¡Qué coincidencia!
Esa hora de espera se hizo eterna, encima tener que disimular ante terceros y no llorar o alterarse. No quiero ni pensar lo que se le pasaba a mi mamá por su cabeza. Ese día me dio mucha pena. Sentía tanta angustia por ella y por el futuro que se le avecinaba y la incertidumbre de no saber en qué condiciones se encontraba mi papá.
Finalmente, la fatídica llamada llegó y el parte médico era poco alentador. Había sufrido una hemiplejia o stroke de la parte izquierda de su cuerpo por un pico altísimo de presión,y como consecuencia, debía quedarse internado hasta que lograran estabilizarlo. Además, el pronóstico auguraba meses de rehabilitación y terapia, ya que prácticamente estaba inmovilizado, y apenas hablaba. Un cuadro desgarrador, pero mi mamá con una gran entereza finalizó su llamada, se despidió de los comensales y regresamos a casa caminando tranquilamente las tres. Yo hubiera salido corriendo.
Como consecuencia de este desgraciado suceso, mi mamá debía viajar para estar a su lado y sabía que no era por un mes o dos, así que comenzó con el trámite de renovación de su pasaporte y visa, mientras mi tía le mandaria el pasaje para justamente agilizar ese trámite ante la Embajada de Estados Unidos, en Buenos Aires.
Mi hermana y yo quedaríamos encargadas de la casa. No había una fecha de regreso. Entre las dos establecimos que yo me encargaría de la limpieza de la casa, pagar los impuestos, que en esa época no es como hoy que se abonan en línea. Había que presentarse físicamente a los distintos bancos y allí hacer la fila y pagar en caja, y mi hermana se encargaba de cocinar. Mi hermana estaba cursando su cuarto año de la secundaria, entonces tenía que ir a clases todos los días.
Y así, fueron pasando los meses y yo comencé con un brote de acné quístico en un lado de mi cara, que en un punto me hizo parecer un monstruo. Era de tal magnitud que en un momento salía con una gasa pegada para que no se viera. Yo igual salía con mis amigas del secundario a los bailes que organizaban las universidades. En el primero de ellos que fui, recuerdo que lo organizaba el centro de estudiantes de la Universidad de Ciencias Económicas. Laura, una de mis amigas del colegio, nos vendió las entradas a varias, entre las que fuimos, Carolina, Fernanda, y no recuerdo en este momento quiénes más. Fue una fiesta con buena música, pero no habíamos bailado en toda la noche, solo nos divertimos mirando a los demás, charlando y escuchando música. Esa noche, después del baile, se quedaban las chicas a dormir en casa, ya que la fiesta había sido en Lennon Bar, a tres cuadras de donde vivía.
Читать дальше