GABRIELA TERRERA
Terrera, Gabriela
La última hija de la Luna / Gabriela Terrera. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1369-4
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Para mi “ILQA-PELUHEN-XURPU”
Diego
La última Hija de la Luna
I Familia de conciliación
Los amarres que sujetaban sus manos por encima de su cabeza y los que inmovilizaban sus pies, habían lacerado sus extremidades sin perturbar uno solo de sus sentimientos. El frondoso Árbol Perpetuo, el más antiguo jamás conocido, sostenía su espalda, sus labios hinchados y sangrantes testificaban la tortura a la que había sido expuesta, sin embargo, ella sonreía indiferente. El mar convulsionado y la furia del viento arrancaban las areniscas de entre las rocas, arena que castigaba sin piedad su cobriza piel. Estoica, había incrustado sus intensos ojos grises en la cima del Monte Ermitaño y detrás de toda esa magnificencia, podía apreciar también la extraordinaria belleza del despertar del Lago de Fuego… En ese instante, la tierra palpitó bajo sus pies.
—¡Basta! ¡Cúbranle los ojos! –gritó Eerka.
—No es necesario –intervino Fedalio–, esto va a terminar ahora y ella tiene que verlo, eres la última hija de la luna y no existirá otra, ¿qué se siente saberlo?
—Muchas palabras –dijo Eerka ostentando su daga, el filo reflejaba todos los destellos de la noche.
—Ustedes dos –vociferó Taghena antes de escupir a sus pies– dos poderosos hechiceros –clamó antes de sonreír desafiante–, han enredado sus mugrosos cuerpos por… ¿mí? Sus retorcidas mentes pensaron que así podían manipular a alguien como yo. ¿Qué tan poderosos creyeron ser…? No soy ni voy a ser la última…
—La podredumbre fermentó en tu alma y contaminó esta tierra, no se cometerán más errores, terrinos ojos de selva no son amenaza. –Fedalio incrustó su dedo índice sobre uno de los ojos de su hija–. Pero ojos grises no verán jamás un nuevo amanecer…
—¿Podredumbre? ¿Así me llamas ahora…? –preguntó Taghena escupiendo las palabras.
—Damos inicio… y damos fin –exclamó Eerka.
—Las sombras de las estrellas y el agua de arena lo saben, saben que los “cinco-hermanos” vienen –balbuceó Taghena mirando la lanza espejada y la oscura daga, luego levantó su cabeza–: ¡Tu sangre! –gritó mirando a Eerka–. ¡Y la tuya! –le susurró a Fedalio que aún oprimía uno de sus ojos–. “En un mismo útero convivirán los vientos y la naturaleza misma, la lava y el mar, todos cobijados bajo la luna… revelando el inicio del fin… Y la maldita sangre que brotó de la lava y la maldita sangre que vino del mar… desaparecerán”. –El viento calmó su furia y el mar se tragó las olas, los ríos de fuego que corrían por las laderas se enfriaron al instante, caballos y aves cayeron en trance–. ¡Lo dicho, hecho está! –balbuceó sonriente. Eerka y Fedalio cruzaron sus desesperadas miradas, todos a su alrededor, silenciosos testigos de aquellas palabras, permanecieron inmóviles y horrorizados.
—¡El inicio del fin será! –gritaron Fedalio y Eerka.
—Acabas de condenar a los tuyos… –vociferó Fedalio mientras incrustaba en su propia mano, la daga de Eerka, la sangre recorría por sus dedos y antes de que la primera gota llegara a sus pies, arrojó su khármazo–: “el nacimiento de un retoño de luna secará los úteros de toda terrina que habite estos suelos”.
—Yo puedo lanzar mi khármazo para toda la eternidad –dijo Taghena sonriente –, pero bien sabes que ustedes no, no pueden hacerlo –murmuró, aunque ya no sonreía–, deben darle un principio y un fin o se volverá contra ustedes.
—“La condena llegará a su fin cuando de esta tierra broten hombre y mujer ojos de selva… –Eerka laceró su dedo con el filo de la lanza punta de espejo de Fedalio–. Genuina Estirpe de Mar, ella… y auténtica Sangre de Lava, él –sentenció golpeando su pecho– y ambos elijan encausar esa sangre de linajes ancestrales en la misma vertiente de este Árbol Perpetuo… solo así… de entre los terrinos, hijos vivos volverán a nacer”.
—Les aseguro… les aseguro… –repitió desahuciada Taghena, pero había quedado sin palabras, comprendía la perfección del khármazo, terrinos ojos de selva jamás podrían tener Sangre de Lava o de mar. Un eterno instante de desesperación atravesó su alma y… lo vio: un blanquecino caracol incrustado en sedimentos de roca fundida, «mar y lava» pensó. Logró soltar sus manos y, con sus tobillos aún atrapados, se arrojó hacia el pequeño tesoro y como destellos en la oscuridad, antiguas palabras invadieron su mente y su espíritu, llenó sus pulmones con el aire marino y un susurro estalló dentro del hueco de aquel caparazón–: “ILQA-PELUHEN-XURPU”. –Fedalio y Eerka habían apoyado sus pies sobre la espalda de Taghena, ella giró para mirar sus rostros–. ¡Lo dicho, hecho está! –vociferó desafiante y triunfadora antes de que daga y lanza atravesaran su corazón.
Poco importaba cuántas veces se lo habían prometido, el tiempo, fiel aliado del olvido y único dueño de aquellas palabras pronunciadas desde la inocencia, juzgó necesario convertirlas en escuetos suspiros esparcidos por el aire. Crecer fue inevitable y olvidar, su estrategia de supervivencia. El delicado caracol acababa de caer para romper en pedazos acaso sus últimos recuerdos, un instante bastó para que las jóvenes quedaran atrapadas en esos fragmentos nacarados que se desprendían presurosos y volátiles, el caparazón parecía dejar escapar tiempos efímeros de una vida que no fue.
—Gran, gran y torpe mezcolanza. Dame tu mano –dijo Eleutonia sin mirarla, en voz baja, sonriendo–. ¿Sabes que tengo que hacerlo?, porque lo sabes ¿no? Esas son las reglas. –Y con maligna sutileza, recogió un puntiagudo fragmento blanquecino.
Yllawie extendió su mano, sin miedo y con firmeza, sus memorias la llevaron (sin su permiso) hacia aquél extraño día en la playa donde imágenes intrusas se mezclaban difusas: dos niñas, juegos, maravilloso resplandor de nácar y roca oscura con preciosos destellos de estrellas. « Yo escuché las voces, Tonia, no», se dijo serenando su espíritu. ¿Ese tiempo había existido, había sido real? Su mente tejía redes de dudas, sus pensamientos no dejaban de recordarle el rostro sonriente de su otrora pequeña amiga-hermana que ahora sostenía su mano, una niña de rizos desprolijos, a quien ella misma solía trenzar con cariño. Un repentino dolor la regresó a la inmensa habitación donde se vio parada con su sucia mano extendida sobre la de Eleutonia, dolencia que le exprimía las entrañas. Tragó la saliva contenida para no soltar ninguna de sus lágrimas oprimidas, no iba a dárselas, no iba a regalarle ni una de sus preciadas lágrimas… con el orgullo intacto logró evitar que rodasen, pero sus ojos, sus verdes y maravillosos ojos, dejaron asomar una vítrea capa acuosa, eso no lo pudo impedir.
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