Gabriela Terrera - La última Hija de la Luna

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La última Hija de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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En estas tierras de las trece lunas, sus habitantes parecen haber olvidado las predicciones y los terribles khármazos que alguna vez se esparcieron el día de la ola fantasma; sin embargo, hay quienes todavía se mantienen alertas al nacimiento de los cinco niños de la predicción, porque saben que entre ellos podría hallarse una auténtica Hija de la Luna, llamada para destruir a sanguinarios, descendientes de la furia del lago de fuego, y a navegantes, erráticos hijos del mar, quienes han estado en conflicto desde los tiempos de La Llegada. Los terrinos son el fruto indeseado del choque de estas razas, han sido despreciados y aborrecidos desde siempre, pero a pesar de los pactos y conciliaciones que ellos han trazado para asegurar su sobrevivencia, la sombra de una terrible maldición los conduce hacia su inevitable desaparición; la existencia de una Hija de la Luna es el único motor de esperanza que algunos ya han perdido.
Desconocidos por todos es el hecho de que Taghena, última Hija de la Luna que ha pisado sus tierras, aunque poderosa y destructiva, fue incapaz de contrarrestar las maldiciones de los khármazos que sabía habrían de condenar a su raza de terrinos y es entonces que desesperanzada, suplica con el último desgarro de su alma la intervención de «ilqa-peluhen-xurpu».

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—¿Cómo está tu mano, Tonia? –preguntó la niña casi sin interés, intentó tocar los dedos de Eleutonia, pero la joven navegante se los apartó.

—Ella está bien, Ney –respondió Enufemia ante la apática expresión de Eleutonia–. Apenas enrojeció, la sábila ya la refrescó, eres muy gentil en preguntar.

—Primas queridas, vamos a cambiarnos, hay que alimentar a los animales y llevar el ganado al pastoreo antes de partir –intervino Regildo intentando encontrar una excusa para retirarse.

—¿Tú también vas, Yllawie? –preguntó burlona Eleutonia–. Acabas de regresar el bimestre pasado, ¿crees que ya te extrañan?

—¡Basta, Tonia! –la reprendió su hermana–. Lawy, no le hagas caso, mamá y papá siempre aguardan por ti, lo sabes.

—Femy tiene razón, Lawy –agregó Regildo, le recogió el mechón ondulado que había quedado suelto en su rostro y deslizó sus manos acariciándole la mejilla, ella le sonrió, luego él miró a su abuela–. Abusilia, ¿vamos?

—Voy en un instante, amado nieto, quiero servirme un poco de agua, vayan ustedes, Kanki y yo asearemos el resto de la casa –respondió Beasilia e intentó brindarles la mejor de sus sonrisas, aunque sus manos temblorosas no se podían aquietar, ella se mantenía cabizbaja para tratar de ocultar la hinchazón en su ojo izquierdo.

—Toma, Abusilia –dijo Neyhtena acercándole agua fresca. Eleutonia recogió el vaso y arrojó el líquido por la ventana, luego sonrió y se retiró hacia las habitaciones.

—Esto deberías colocar en tu ojo también –dijo Chayhton interponiéndose entre ambas para calmar la situación, había colocado en las manos de Beasilia el resto de sábila del tazón, ella no pudo evitar llorar.

—Está bien, tranquila… un poco de agua interior ayuda a acarrear el sabor amargo que ahoga –la consoló Neyhtena–, pero un día debes dejarla salir… toda el agua de mar que llevas dentro, debes dejarla salir y vas a ver, Abusilia, será una ola fantasma que arrasará con todo lo que te oprime.

Los niños disfrutaban de la compañía de Beasilia, trataban de consentirla y mimarla hasta donde la mujer se los permitía a pesar de su apatía. La mujer escuchó en silencio las palabras de Neyhtena, su corazón siempre libraba una lucha interna ante la presencia de aquellos niños, en especial la pequeña; los triniños no habían cumplido aún los doce ciclos solares, pero esa especie de sabiduría que llevaban dentro ya no sorprendía a los integrantes de la casona, aunque nunca se hablaba al respecto, muchos ya consideraban la posibilidad de su naturaleza ancestral y casi que sí podían ser los niños de las predicciones.

Neyhtena preparó en una pequeña bandeja de madera, el modesto desayuno para Satynka, aunque sabía que apenas iba a comerse la mitad.

—No le gusta el cacao –dijo Yllawie.

—Ya lo sé, solo llevo las cortezas, aunque detesta el sabor, le agrada sentirlo, le voy a refregar las manos, el aroma la animará –respondió la niña con una sonrisa.

—Todos sabemos qué o quién es el único que puede hacerlo –suspiró Beasilia e instintivamente se tapó los labios.

—No te preocupes, Abusilia, puedes hablar tranquila con nosotros –agregó Chayhton mientras ordenaba los utensilios en la mesa para poder guardarlos en sus correspondientes lugares.

—Se asustó por mí –dijo Lonkkah parado en el umbral de la puerta que conectaba la cocina con el salón–. No soy el de temer, Abusilia. –Se acercó a ella, levantó su quijada para observar de cerca su hinchazón–. Si fueras mi abuela… ¿Y tu amado nieto que hace al respecto… y el otro, el cobarde?

Neyhtena acarició el rostro de su hermano mayor y su temple se apaciguó, luego Wayhkkan lo tomó por el brazo y comenzó a mover su dedo índice.

—Es cierto, deja las preguntas de lado, a un alma deshecha no se le hacen preguntas –dijo Kanki–, el alma partida no tiene respuestas, un fragmento quiere una cosa, otro fragmento quiere otra… y espera, siempre espera. –Wayhkkan armó una esfera de aire con sus manos.

—Cuando te vuelvas a armar y seas un todo… vas a encontrar la claridad, querida Abusilia –le susurró Neyhtena.

Beasilia se incorporó cabizbaja, acarició los largos y desprolijos rizos de Wayhkkan, le dio un beso a Chayhton e hizo un delicado mimo en la quijada de la niña, no se animó a mirar a Lonkkah que había exhalado un ruidoso suspiro de fastidio, la mujer navegante tomó la mano de Kanki y esforzándose por sonreír les dijo:

—Comenzaré con el aseo de las habitaciones. –Yllawie intentó decir algo, pero Beasilia se anticipó–: No te preocupes, niña, mis nietas van a ayudarme, tú y Kanki prosigan con el comedor, ya está casi todo listo, ojalá pueda acompañarnos Satynka, necesitamos todas las manos ahora que Rufanio no está.

Yllawie aprovechó el momento para recoger los elementos de limpieza y dirigirse a la sala, pasó delante de Lonkkah simulando ignorar su presencia, caminó hacia la mesa y comenzó a recoger el mantel blanco… se detuvo para acariciar sus bordados casi sin querer tocarlos, su mente comenzó a visitar tiempos pasados.

—No te entiendo –dijo Lonkkah deteniendo las imágenes que danzaban en aquella cabeza–, adoras todo lo que pertenece a su mundo, te hacen daño y… Al menos quisiera saber si así también extrañas el brazalete que te regalé, la verdad no… Yllawie, no lo entiendo.

—Y no lo vas a entender, he nacido y he crecido entre ellos, sus padres me recogieron como suya. No me hacen daño, es un juego fraternal. Ustedes son… quiero decir, ustedes llegaron después, pa-Xunnel, ma-Kanki, tus padres, tus hermanos, vos y esos maravillosos bebés… –Suspiró melancólica dándole la espalda–. Eran y siguen siendo una sola y encantadora familia. En cambio, yo… yo ya era parte de la de ellos. –Prosiguió mientras dirigía su mirada hacia la ventana–. Yo era parte de otra familia, no menos encantadora que la tuya…

—¿«Tus padres»? ¿Así te refieres a…? –reclamó ofuscado y desilusionado, era una discusión que nunca tendría fin.

—Lo siento, tienes razón, no quiero…

—Está bien, Lawy, lo entiendo, entiendo que llegamos a tu vida después, pero ¡por favor! ¡Nunca has sido parte de los mugrosos navegantes! Nosotros jamás te hubiéramos abandonado, ellos… ellos…

—Lonkkah, hemos tenido esta conversación miles de veces, es imposible que lleguemos a un acuerdo.

—Les inventas apodos, ¿Reshi… Reshi? ¡Estúpido apodo! ¿Trenzarte tus cabellos de noche y soltarlos por la mañana? ¿Crees que por tener más rizado tu cabello te vas a parecer a ellas? No son tus hermanas ni lo van a ser, ¿qué sigue? –Tomó las manos de la joven con firmeza, pero sin ejercer presión–. ¿Vas a teñir tus manos y tu rostro con carbón?

—Tienes que llevar las ovejas al pastoreo, se hace tarde, déjame terminar aquí –respondió tranquila, sus palabras la lastimaban.

—Lawy, quédate conmigo. La última vez, esa ciudad… la última vez…

—Insistes en involucrarlos, Lonkkah, deberías asumir tu responsabilidad como yo he asumido la mía.

—¿Qué culpa, Lawy? ¡Fueron ellos, lo sabes! –Lonkkah había golpeado la mesa, furioso, impotente–. Colocaron sus pócimas en nuestras bebidas y casi… ¡Quédate, por favor…!

—Lo siento, no soy como vos y no pienso lo mismo que vos, ellos no son lo que crees –insistió ella–, bebimos pencamiel y casi nos ahogamos, acéptalo.

—Está bien… –concedió frustrado, luego miró a su alrededor, pasó sus dedos sucios por el delicado mantel y sujetó las manos de Yllawie–. Adoras este salón y todo esto –dijo mirando en dirección a los libros. Suspiró abatido y después vociferó–: ¡Eso que está ahí no es tu historia!

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