—Vete –pronunció casi susurrando y deslizó sus dedos con delicadeza para desprenderse de su “captor”.
Lonkkah se retiró empujando una de las sillas contra el mobiliario de los libros, uno de los ejemplares se había estampado contra el suelo; Yllawie esperó a que él se retirara para acomodar aquél pequeño desorden sin dejar de mirar los libros. Beasilia le había enseñado el contenido de casi todos, su favorito era uno de los más nuevos, uno que no había cruzado los mares como la mayoría sino que había sido escrito en estas tierras, aquél cuyas páginas relataban que desde el comienzo de los tiempos conocidos, había existido una continua y casi interminable beligerancia entre navegantes y sanguinarios, razas que se auto consideraban supremas y que se respetaban como iguales; casi por la mitad, la historia narraba sobre un inesperado suceso que trazaría una nueva línea en sus destinos: una misteriosa “ola fantasma” había arrasado aquellas tierras de mar a mar y a partir de ese fatídico evento, los barcos habían dejado de arribar a sus playas, desabasteciéndolos de hombres y armas, fatal acontecimiento que condujo a los navegantes a una etapa de debilitamiento ante los despiadados ataques de sus enemigos. Ahí comenzaba el capítulo que capturaba su corazón, el que narraba cómo las nuevas generaciones de navegantes advirtieron la posibilidad de forjar coaliciones con los (sorprendentemente organizados) terrinos, precarias alianzas que luego dieron origen a “Los Pactos de Conciliación”, tratados que resultaron una vacilante, pero muy necesaria solución que no solo salvaguardó la supervivencia de los navegantes, sino que trazó un nuevo y fascinante cambio de rumbo en el destino de los terrinos.
El salón ya estaba aseado y los elementos de limpieza continuaban en las manos de Yllawie al igual que las palabras de Lonkkah persistían dañinas e intrusas en su corazón, había logrado acomodar los muebles sin poder ordenar la tempestad en su alma, quizá porque esas palabras contenían destellos de una verdad que se negaba a aceptar. Su sentido de pertenencia había sucumbido en alguna luna brillante, en una de las que traen grandes cambios; miró hacia las habitaciones y recordó sus angustiantes noches cuando de niña maldecía su “desencajado” color de piel. Volteó hacia la cocina al escuchar voces amigables y la nostalgia la condujo a pensar que desde su retorno después del abandono que había mencionado Lonkkah, todo lo que ella había considerado “su vida” parecía haberse esfumado en aquellas turbulentas aguas, como si esa niñez nunca hubiese existido. Lonkkah acababa de retirarse no sin antes haberle arrojado rocas a su pacífico mar en reposo. Beasilia irrumpió en el salón y, como una cachetada en las mejillas, Yllawie regresó a su presente donde el tiempo apremiaba y las tareas aún estaban a medio realizar; observó los gestos de esfuerzo en el rostro de la mujer y dedujo la pesada carga de aquél bolso, por lo que, con gentileza, se lo quitó de las manos obsequiándole una sonrisa.
Chayhton y Wayhkkan se disponían a revisar las cercas de la huerta, pues ya habían limpiado el gallinero; Lonkkah y Regildo cumplían con sus tareas en el corral, en silencio y sin mirarse, cada uno conocía su función, las diferencias quedaban fuera de las cercas cuando de responsabilidades se trataba, respetar el acuerdo para beneficio de todos por igual regía como regla inquebrantable. Serjancio ensillaba los caballos, la carga la habían preparado la noche anterior, la temporada de esquila había sido buena, muy buena. Los productos de la huerta y del pequeño corral ofrecían el sustento diario para los integrantes de la casona, no así el resto de la producción que estaba destinado para el intercambio de las regiones.
La cría de ovejas fue una eventual y muy provechosa consecuencia resultante de la unión de estas dos familias cuando, casi por casualidad, el destino de Xunnel y Kanki terminó desembarcando presuroso y accidentado en las tierras de Serjancio y Beasilia. Lo que debió de ser un refugio temporal para estos terrinos, concluyó en una prolongada y permanente estadía gracias a la intervención de las mujeres que tuvieron la iniciativa de proponer la conformación una “Familia de Conciliación” y así cumplir con la tan exigida ley que obligaba a todo habitante a integrar una. Por aquel entonces, las pertenencias de Xunnel incluían un pequeño rebaño de ovejas cuya raza supo adaptarse al nuevo ambiente. Serjancio sabía de cría, técnicas de esquila, de cuidados y alimentación que Xunnel desconocía, quien solo mantenía a esos animales para los propósitos del consumo leche y carne de cordero. Un par de años bastaron, casi sin proponérselo, para convertirse en excelentes criadores. Sus principales productos para las jornadas de intercambio, eran la carne de cordero, los quesos y diferentes tipos de ahumados, pero una vez al año, terminando el mes de N’ubro, producían la tan preciada lana, considerada excelsa y ávidamente esperada en Refugio del Mar para la elaboración de múltiples y variadas prendas de vestir.
En el patio cercano a la cocina, poco a poco, la caravana comenzaba a completarse con el resto de los integrantes. Chattel, el mayor de los hermanos, acompañado de su mujer y del hermano de ésta, se acercó sonriente al resto de su familia reunida cerca del bebedero de los animales; aceleró sus pasos para ayudar a Yllawie con el pesado bolso de Beasilia, ella se lo cedió aliviada.
—¡Feliz celebración, mi pequeña Lawy! –exclamó él y la sujetó a la altura de sus muslos para hacerla girar. Yllawie extendió sus brazos a más no poder mientras cerraba sus ojos con su rostro al cielo.
—Ya están grandes para esos juegos –escupió Danhola mostrando el malhumor que le provocaba el vínculo entre ellos–, ya no tienen cinco años.
—Te amo, Yllawie –dijo él y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Yo te adoro, hermano, te he extrañado en el desayuno –lo reprendió. Yllawie también había ignorado la presencia de Danhola, no le molestaba que haya ignorado el saludado por su celebración, nunca habían congeniado entre ellas.
—Dana no se sentía bien, pero festejaremos con mamá y papá, te lo prometo. –Trató de excusarse y luego pronunció alegre–: ¡Están bastante retrasados! –Su potente voz predominaba por sobre los demás ruidos mañaneros–. No me sorprende si estás a cargo –dijo empujando el hombro de Lonkkah, aunque intentaba bromear, sus burlas siempre sucumbían ante ese particular y estrepitoso tono de voz.
—¡Buena mañana, mi bella herma’a! –dijo Lonkkah, ignorando de manera divertida y maliciosa, a su hermano mayor; ya le había propinado su habitual golpe de puño en el brazo. Se dirigió hacia Danhola y vociferó–: Todavía no sé qué le has visto a este grandote inútil bueno para nada. –Y repitió el puñetazo en el mismo lugar.
—¿Hay mosquitos aquí? –bromeó Chattel mientras se sacudía a la altura de los golpes como limpiándose una mancha de barro, tomó por la muñeca a su hermano y torció su brazo por detrás de la espalada.
—Niños, niños… ¡esta fruta no madura más…! –exclamó Kanki sonriente.
—¡Voy con los caballos! –dijo Lonkkah trotando de espaldas sin dejar de mirarlos.
—¿No hay abrazo para esta vieja? –preguntó la mujer, Chattel extendió sus brazos, la apretó contra su pecho y la levantó, los pequeños pies de su abuela quedaron colgados al aire y en esa posición la hizo girar al tiempo que ella no cesaba de reír, pero el festejo del encuentro apenas habría de durar un breve instante, ambos enmudecieron al advertir la presencia de Satynka.
—Saty, ¿qué haces? –preguntó preocupada su abuela.
—Yo voy, necesitamos estar todos… y también quiero verlos –respondió casi sin aliento, su aspecto anémico dejaba ver las oscuras aureolas alrededor de sus ojos esmeraldas, apenas podía elevar sus pies para caminar, levantó uno de los bolsones, pero el esfuerzo la obligó a sentarse, aunque intentaba disimular, su respiración era agitada–. Buena mañana para vos, Dana.
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