La aniquilación funciona, así, como la extinción física, psíquica, sensorial, social, jurídica e histórica de ese cuerpo autoapropiado en su despliegue existencial con su propia forma de reconocimiento enunciado (un nombre) pero también con sus autodeterminaciones y performatividades en las prácticas espaciales diversas y polivalentes dentro de sus contextos de acción; en suma, “la desaparición de seres humanos, la producción no solo de su muerte, sino de su definitiva «desaparición» material (la de sus huesos, su piel, sus dientes, cualquier rasgo de su existencia)” (236). Esta es la violencia material a cuerpos espaciales de dinámica e imprevisible interacción: el cuerpo humano expuesto, abierto a la relación.
4. Deben enfatizarse los esfuerzos desde la filosofía contemporánea por repensar el cuerpo en esta apertura y exposición, en su vulnerabilidad y su resistencia. Bajo esta clave nos apoyamos en el ya citado Henri Lefebvre (2013: 240-255), quien considera que el cuerpo debe ser pensado como un escape del “pensamiento analítico que desglosa lo cíclico y lo lineal”; puesto que la disociación del cuerpo como totalidad (subjetiva y objetiva) tiene, así, la nominación diferenciada y fragmentada de las partes del cuerpo, de las etapas de su desarrollo; dando una desarticulación de la integridad del cuerpo, y de este con otros cuerpos, así como de las actividades en el mundo. Jean-Luc Nancy es otro autor pertinente en tal horizonte problemático desde la filosofía. Para Nancy (2003: 16):
Los cuerpos no son de lo “pleno”, del espacio lleno (el espacio está por doquier lleno): son el espacio abierto , es decir, el espacio en un sentido propiamente espacioso más que espacial, o lo que se puede llamar todavía el lugar . Los cuerpos son lugares de existencia, y no hay existencia sin lugar, sin ahí , sin un “aquí”, para el éste . El cuerpo-lugar no es ni lleno ni vacío, no tiene ni fuera ni dentro, como tampoco tiene partes, totalidad, funciones o finalidad […] Es, eso sí, una piel diversamente plegada, replegada, desplegada, multiplicada […]. Bajo estos modos y bajo mil otros (aquí no hay “formas a priori de la intuición”, ni “tabla de las categorías”: lo trascendental está en la indefinida modificación y modulación espaciosa de la piel), el cuerpo da lugar a la existencia.
Las consideraciones (críticas y deconstrucciones) sobre el cuerpo, en sus interacciones y despliegues espaciales, al interior de la reflexiones sobre las prácticas de aniquilación en México, vienen a colación porque los márgenes y grados de violencia registrados en el territorio mexicano han requerido un sistema, tanto de eliminación como de ocultamiento de cuerpos (sea con la finalidad de entorpecer posibles investigaciones –aunque ya están superadas las capacidades estatales en investigación o hay una omisión absoluta a investigar–, o para distorsionar y confundir sobre la magnitud del daño, o bien para generar dinámicas de terror en lo singular y pánico en lo colectivo hacia las poblaciones por parte de la delincuencia organizada).
Así, las fosas clandestinas son umbral en la puerta de un acceso intensamente particular: cómo se configuran las relaciones socioespaciales ante las fosas clandestinas y qué disposición a habitar se produce en aquel cuerpo espacial ante la amenaza latente de ser aniquilado. Hablamos de las fosas localizadas y de las otras que permanecen ocultas, incontables e impensables (quizá imaginables y posibles ante un paisaje vulnerado como producción forense, véase el artículo “Paisajes forenses” de Anne Huffschmid en este volumen) que hacen patente la intensificación del conflicto, así como la transformación de la violencia ejecutada, que se gestó en estos años desde la excepcionalidad de su accionar a la sistematización del poder y control del espacio público a través de la muerte en territorios de letalidad (imagen 1) (Schmidt, Cervera y Botello, 2017: 81-95).
Imagen 1. Los cincuenta municipios más letales del país
Fuente: elaborado por Mónica Ayala, México Evalúa, 2017.
5. Los registros de fosas clandestinas en México, como estructura paralegal o ilegal de enterramiento, promovidos por conflictos de control territorial entre la delincuencia organizada (esa complicación y complicidad constituida de bandas delincuenciales fuertemente armadas, cooperación civil, poderes estatales y organizaciones empresariales), han sido una constante fractal en lo que va del siglo XXI.
Pero ¿cómo interactúan y construyen espacio los cuerpos que en su materialidad son aniquilados? ¿El territorio así georreferenciado soporta o respalda la definición tradicional de Estado: la relación entre población, territorio y poder? Aquí Keane (2000: 17), otra vez: “el silencio melancólico sobre la violencia se sostiene sobre una mezcla confusa y desconcertante de prejuicios tácitos y suposiciones significativas. Algunos creen todavía que el problema de la violencia no existe porque se supone que la monopoliza el Estado definido territorialmente”. La presentación didáctica de un mapa de localización de fosas clandestinas en el período 2006-2016 (Guillén, Torres y Turatti, 2018; Universidad Iberoamericana, 2016) visibiliza las magnitudes del daño y la alteración de relaciones que la violencia produce en los individuos, las comunidades y el grueso social en su conjunto. De hecho, en la presentación y los informes de las fosas clandestinas llama la atención no solo la cuantificación, sino la expansión geográfica (imagen 2).
Imagen 2. “A dónde van los desaparecidos” (2016)
Fuente: Guillén, Torres y Turatti (2018).
Atendamos que el espacio construido, formado por estructuras de referencia e interacción, sustenta formas espaciales de correlación construidas para habitar el mundo: casa, territorio, frontera, ciudad, puente, etc. Esta construcción (edificación material y cohabitación existencial), esta forma de tener y ocupar un lugar restituyen y reivindican el espacio: espacio que se construye no solo con la magnitud sino también con lo sensorial, la voz, el quejido, el olor, lo auditivo, así como las proximidades y lejanías de los otros (Lefebvre, 2013: 240-249).
Abierto a la intervención participada por las relaciones y referencialidades que implica (Heidegger, 2003: 199 ss.), entonces, el espacio de cara a las violencias se ve alterado cuando son alteradas frontalmente las formas de habitarlo corporalmente, los cuerpos como lugar y espaciosos en el despliegue, repliegue, pliegue y multiplicación de su práctica vital; pues ningún lugar, ni siquiera el lugar propio, es una construcción simple, sino que es un complejo de vínculos, redes, interacciones, intercambios de prácticas espaciales.
Por sus cantidades y expansión territorial, en las fosas clandestinas se hacen patentes actos de fuerza-daño producidos por acciones colectivas y organizadas en su ejecución, las mismas que modifican el espacio, alterando morfológicamente la cualidad espacial de la vivencia, y por ende de las interacciones. Adviértase el hecho de que las fosas clandestinas no son producción de un individuo aislado, sino –como se ha supuesto anteriormente– parte y secuencia de una práctica eliminacionista.
6. Recordemos que la localización de la mayoría de este tipo de enterramientos ilegales ha sido por información anónima recibida por los familiares e iniciativas ciudadanas con las cuales han dado mayoritariamente con el paradero de las fosas mencionadas anteriormente, evidenciando ya la colusión, ya la limitación, ya la incapacidad de las autoridades en todos los niveles de gobiernos .
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