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1. Así ocurre, por ejemplo, con planteamientos sobre el espacio tan lúcidos como los de Henri Lefebvre ( La producción del espacio , pp. 125-136), quien al hablar de producción del espacio construye ciertamente un espacio complejo conformado por realidades sociales y políticas, pero cuyo último reducto está colocado en el concepto extenso del espacio como lugar. De igual forma ocurre con David Harvey ( Ciudades rebeldes , pp. 5-50), cuya reflexión, en buena medida heredera del de Lefebvre, se ocupa de repensar el derecho a la ciudad a partir de la batalla por su apropiación y construcción desde diferentes formas de lucha por el espacio que, aunque igualmente complejo, es pensado desde nociones comunes como las calles, las plazas y los paisajes; y asimismo ocurre con Manuel Castells (“El espacio de los flujos”, en La era de la información , vol. 1, pp. 409-462) quien, al crear un concepto de notable abstracción como el de espacio de los flujos , no puede evitar vincularlo con lo que él considera “natural” o “físico”, es decir, el espacio en su sentido tradicional que, si bien se construye como espacio social, no es suficiente para salir del concepto de extensión; un último ejemplo que podemos traer a colación es el de Doreen Massey ( Space, Place and Gender , pp. 1-16, 175-272, y “Geometrías del poder y la conceptualización del espacio”), quien crea el concepto geometría del poder y maneja una interesante concepción cultural del espacio pero, con todo, no logra desprenderse, al igual que el resto de los pensadores que hemos mencionado, de la noción extensa del espacio como lugar del ejercicio político.
2. Un esfuerzo notable por pensar el espacio en un sentido ontológico a partir de un problema que, además, es muy cercano al nuestro lo constituye el libro de Arturo Aguirre Nuestro espacio doliente (pp. 57-106), en el que, a lo largo de varias páginas, y con diferentes estrategias, se trazan múltiples horizontes para pensar el espacio más allá de su mera extensión.
3. Esto lo decimos asumiendo las tesis en torno al lenguaje formuladas en algunos textos de juventud de Friedrich Nietzsche ( Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y “Descripción de la retórica antigua”, en Escritos sobre retórica ).
4. Esta tesis, de inspiración kantiana pero con la radicalidad del escepticismo nietzscheano, asume que todo fenómeno y todo concepto son, en su fondo último, una creación humana en sentido ontológico, y no solo en sentido factual o epistémico.
5. Cf. B. López, “Prólogo: pensar el lenguaje”, en Filosofía del lenguaje , pp. 9-23.
6. Se trata, por supuesto, de una forma de la exterioridad construida por la inmanencia de un fenómeno cualquiera en su inmanencia misma. Al evocar esta comprensión de la exterioridad lo hacemos desde el uso hegeliano de la inmanencia que hace en la Enciclopedia (§ 254, pp. 312-313), donde Hegel piensa al espacio, en un primer momento, como “la abstracción de la exterioridad inmediata”, es decir, como una indistinción que es “solo una posibilidad” de algo externo a pensarse como un lugar en el espacio una vez que acontece el fenómeno.
7. Sobre el cuerpo sin órganos, dicen Deleuze y Guattari ( Mil mesetas , pp. 155-158): “De todas maneras tenéis uno (o varios), no tanto porque preexista o venga dado hecho –aunque en cierto sentido preexiste–, sino porque de todas maneras hacéis uno […] El Cuerpo sin Órganos no hay quien lo consiga, no se puede conseguir, nunca se acaba de acceder a él, es un límite. Se dice: ¿qué es el CsO? –pero ya se está en él, arrastrándose como un gusano, tanteando como un ciego o corriendo como un loco, viajero del desierto y nómada de la estepa. En él dormimos, velamos, combatimos, vencemos y somos vencidos, buscamos nuestro sitio, conocemos nuestras dichas más inauditas y nuestras más fabulosas caídas, penetramos y somos penetrados, amamos […] Un CsO está hecho de tal forma que solo puede ser ocupado, poblado por intensidades. Solo las intensidades pasan y circulan. Además, el CsO no es una escena, un lugar, ni tampoco un soporte en el que pasaría algo […] El CsO hace pasar intensidades, las produce y las distribuye en un spatium a su vez intensivo, inextenso”. Se trataría, pues, de un espacio intensivo e inextenso en el que acontecen –en sentido ontológico– los fenómenos de la subjetivación: “El CsO es el campo de inmanencia del deseo, el plan de consistencia propio del deseo” (p. 159).
8. Sobre el maquinismo o el funcionamiento maquínico de “lo real”, es decir, la ontología maquínica, se puede consultar, sobre todo, G. Deleuze y F. Guattari, “Las máquinas deseantes”, en El anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia , pp. 9-54; así como “Introducción: Rizoma”, en Mil mesetas , pp. 9-32. En ambos lugares, los autores insisten en el carácter relacional de lo real, en sus conexiones, en su funcionamiento, en la necesidad de comprender y determinar lo real a partir no de una presunta esencia, naturaleza o mismidad, sino de las relaciones diferenciales y el funcionamiento que establecen las cosas entre sí, tanto en el terreno de lo material corporal como en el terreno de lo inmaterial incorporal.
9. El elemento de lo incorporal aparece en el pensamiento de Deleuze tan temprano como en Diferencia y repetición y Lógica del sentido , y tiene diferentes énfasis, sentidos e interpretaciones a lo largo de su obra, pero en general se coloca siempre en el espacio de la ontología como una manera de salir de la inmediatez, es decir, en el espacio de la necesidad de explicar lo corporal o lo dado a través de algo que, sin ser explícito, se puede considerar como algo que está ahí, operando en lo presente. Toda ontología implica, de alguna manera, este paso: salir de lo corporal y lo dado para explicarlo, de alguna manera, por el orden de lo incorporal o abstracto.
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