Il a l’air à la danse
On juge à son air
L’air qu’il prit à tous.
Odette reía escandalosamente. Había idiotismos en bas. Josefina murió en 1947, en Auberville; Gaston, poco antes. Je lui parle chapeau bas. Todo había sido siempre muy divertido. Las lágrimas acudían a sus ojos. Todo el mundo se había reído cuando Odette dejó a Krosno por las buenas y Gaston volvió a Barcelona. Le bas du ventre. París tiene, sin embargo, un color indefinible y maravilloso. De buena mañana los empleados municipales barren, como en todas las partes del mundo —así se supone— las calles. Mettre bas les armes. Casi rozando la acera, un hilillo de agua cristalina se escurre como en un rumor sobre el empedrado. Naturalmente todos habían muerto. Mais parlons d’ici bas.
Se dejó oír el estrépito de la presión del aire en las tuberías. Se producía a sacudidas y con intensidad ensordecedora, desde la cocina o, quizá, el cuarto de baño. Parecía como si la casa se partiera en sus cimientos por la mitad. Pero inesperadamente cesó la algarada.
Aquel año se le otorgó a Gaston el premio Literatura. Repentinamente y sin que nadie lo pudiera prever, vino el reconocimiento oficial de la valía de Gaston. Las cosas comenzaron entonces a cambiar. Era como si se tratase de otras personas, vistas en la pantalla del cine, muy lejanas, o como si el aroma del aire fuera otro y sorprendiera por su novedad. Insensiblemente se distanciaron. Había algo que se interponía entre ellos. Trató de eliminarlo, de vencerlo. Un día en el Ateneo se encontró haciendo una frase insidiosa que desacreditaba a Gaston. Ocurría esto, naturalmente, ya en Barcelona, cuando ingresó en el Departamento de Propaganda. Una tarde se presentó Gaston con el rostro demudado, pidiéndole cuentas por unos artículos que había publicado en un diario vespertino, del que nada más recordaba. Dios mío, ¡qué ganas de complicar las cosas! Había hablado con toda libertad, sin personalizar, sin hacer la más mínima alusión a nadie. Josefina le observó de forma extraña. Fue inútil. Se separaron fríamente. Después de la ruptura, afirmose más en sus convicciones en que la literatura no era un simple juego para estetas, sino que tenía que servir a los intereses del país. De la parte de acá estaban los patriotas, enfrente aparecía Gaston. Margarita y Josefina continuaron viéndose. Fue entonces, al cabo de unos años, cuando vino la guerra. El ganador del premio Literatura
—Gaston, el formidable— formó en el otro bando, con el adversario. Pudo escapar a Burgos y se alistó en una escuadrilla de aviación. Más tarde encontró la muerte en un accidente en la base de Palma de Mallorca. Desde entonces recordaba continuamente la vida gris del pequeño funcionario intelectual, dando conferencias políticas y mendigando por las noches un poco de té del paquete que la «ayuda pro-guerra» inglesa había remitido al Sindicato de Escritores.
Josefina murió en Auberville, durante el exilio. Ya nada valía la pena. Las cosas son de este modo. Veía el retrato de Margarita y Gaston. Veía también el álbum de homenaje de «Babi», las boquillas de ámbar, el pañuelo de seda que Josefina conservaba de Italia, las postales de cuando se habían prometido, los discos rayados del armario, y mil y una cosas familiares, inútiles y derrotadas. Veía también las frases en francés. Gaston. Je lui parle chapeau bas. París. La vida es inconexa.
Había oscurecido. En la calle se encendieron luces de neón rojas y espectrales. Algo se esforzó por concretarse. Hubo como una crispadura invisible y perniciosa. Duró solamente unos momentos. Después, desapareció.
Carlsbad y los secretos de la Historia
SI MARIENBAD FUE EL LUGAR preferido por la aristocracia europea para curar sus males o su tedio, todavía lo fue más el balneario de Carlsbad (asimismo en Bohemia), hasta el extremo de que casi todos los príncipes de las familias reinantes acudían a tan fastuoso y bello lugar un día u otro de su vida. Generalmente quedaban marcados por el impacto que les producía, y algunos parecían como embrujados por su recuerdo e incluso hubo quienes se suicidaron después de releer perfumados paquetes de cartas de aquellos días felices. Las cartas las había amarilleado el tiempo y las cintas con que se habían atado eran casi inexistentes por su fragilidad y de un desvaído color rosa de té. Inevitablemente, antes de que se produjera el hecho fatal
—casi siempre un pistoletazo en la sien—, las cartas eran quemadas una a una en la chimenea y era triste ver cómo el fuego las convertía en negras mariposas de cenizas.
Algo parecido le ocurrió —aunque sin llegar al suicidio— al príncipe Fernando de Sajonia-Coburgo, regente de Portugal, que se enamoró, en Carlsbad, de la señorita Hensler, cantatriz de belleza extraordinaria. Fue un dúo, tierno y exquisito, amenizado por el fragor de las aguas del Hervidero o Sprudel, fuente que sale a chorro de una cuenca gigantesca a la que los enamorados acudían para, allí, ante fondo tan grandioso, unir sus voces ensimismadas en delicados rizos melódicos. Esto sobrecogió en gran manera a la gente, y los corresponsales de prensa enviaron cables y crónicas detalladas con exceso a sus periódicos que alarmaron penosamente a la corte lusitana. Arrebatado por su locura de amor, el príncipe Fernando invitó a la señorita Hensler a cantar para él en el palacio real de Lisboa, una vez terminada la temporada de baños, cosa que esta efectuó con muchísimo gusto. Indudablemente, nada es más fuerte que el amor, y lo que hubiera podido ser un segundo Mayerling terminó felizmente en matrimonio el año 1869, después de rechazar el príncipe Fernando la Corona de España, que le era ofrecida por el general Prim, y de elevar a la señorita Hensler al rango de condesa de Edla.
Otro asiduo concurrente de Carlsbad fue Lord Stanhope, el célebre aristócrata inglés que terminó sus días devorado por una planta carnívora en su jardín de Londres, mientras aguardaba la llegada del premier británico para tomar juntos el té. Lord Stanhope, en una carta dirigida al naturalista barcelonés Antoni de Montpalau, nos ha dejado una descripción tan exacta del aspecto mundano de Carlsbad que no podemos dejar de transcribir este fragmento:
«Hay en Carlsbad un gran número de establecimientos de primer orden montados con todas las exigencias científicas, y al propio tiempo con grandísimo lujo. Entre ellos, el principal es el Kurhaus, luego hay el Baño Nuevo, la casa de baños del Hervidero, con galería magnífica de vidrios emplomados, y el Baño Elisabeth: mas para las personas de la realeza y alta aristocracia hay el Baño Imperial, de moderna construcción, de estilo Renacimiento y montado con un lujo extraordinario. Posee un espléndido vestíbulo y, al lado de la monumental escalera exterior, hay dos rampas para coches de mano; tiene ascensor hidráulico, ingenioso artefacto que dispensa de subir escaleras; peluquería de alta fantasía y cosmética suprema; salones deslumbrantes para fiestas de alcurnia y otros de descanso para señoras y para caballeros fatigados. Los criados y camareras realizan los servicios con pasos de ballet al son de músicas ejecutadas por una orquesta oculta tras los cortinajes. Hay una serie de cuartos de baño dispuestos en semicírculo, todos ellos provistos de un gabinete para desnudarse, recubiertos de azulejos y con retrete, tocador, calefacción al vapor y estufa para calentar la ropa de baño, siendo de notar que todo ello está perfumado con un perfume distinto cada día de la semana. El primero de estos cuartos está destinado exclusivamente a reyes y emperadores, pues además de estas dependencias tiene un salón ricamente amueblado para, si se tercia, celebrar consejo de ministros. Cada cuarto de baño contiene dos bañeras empotradas en el suelo, una para agua mineral y otra para los lodos, con toda clase de duchas. En este edificio hay una gran sala para ejercicios de gimnasia sueca y una instalación completa de mecanoterapia Zander. Cuenta además con baños de ácido corrosivo para operaciones reservadas».
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