Lo que más llamó la atención fue, escrita de puño y letra de la condesa, la relación de lo que le aconteció, cuando iba de viaje, a un antepasado suyo, el mariscal de Sajonia. De tal noticia he hallado confirmación en Collin de Plancy, el célebre demonólogo, el cual afirma que el mariscal de Sajonia, al traspasar una aldea, acostose en una cabaña infestada de aparecidos que ahogaban a los viajeros; se citan de ello numerosos ejemplos. Mandó, pues, a su criado que velase una mitad de la noche, diciendo que le cedería su cama para dormir la otra mitad y velaría él a su vez. A las dos de la mañana, nada había aún aparecido cuando el criado, sintiéndose los ojos pesados, fue a despertar a su dueño, que no respondió, y creyéndole aletargado por el sueño le sacudió, una y otra vez, inútilmente. Asustado, toma la luz, levanta las sábanas y ve al mariscal bañado en sangre. Una araña monstruosa le chupaba el pecho izquierdo. Cae el criado de rodillas, reza un padrenuestro y ve que la araña disminuye de tamaño progresivamente hasta quedar normal, aunque hinchada y furiosa. Corre entonces, toma unas tenazas para combatir con este enemigo de nueva clase, coge la araña y la arroja al fuego, produciéndose un humo pestilente y grandes y cavernosos gritos. Hasta después de un largo adormecimiento no pudo recobrar sus sentidos el mariscal, y desde entonces no se oyó hablar más de aparecidos en aquel lugar.
Quizás esta historia determinase la extraordinaria locura de la condesa de Clathz, y le viniera de herencia lo de las arañas. Todo era muy raro, y fue prolijamente comentado por la prensa mundial. Lo cierto es que, no habiéndose encontrado explicación plausible al crecimiento inaudito de los repugnantes animales, todo quedó sumido en el más profundo misterio. Recientemente se rodó una película con este argumento.
La bella condesa sanó muy pronto de su enfermedad, y los médicos le dieron de alta. En cambio, el conde se hundió rápidamente en la decrepitud, y babeaba por los rincones. Al salir del manicomio, Karin —que este era el nombre de pila de la condesa— dejó de usar su título y montó una tienda de modas en Carnaby Street.
Ahora, un amigo mío me ha escrito desde Londres contándome que la atractiva y elegante Karin Clathz, habiendo enviudado del conde, se ha casado con un fotógrafo de moda y se ha convertido en una potencia en la edición y lanzamiento de posters. En uno de ellos puede verse a Jane Fonda interpretando el papel de Barbarella, una Barbarella aterrorizada y retenida por algo así como vivientes lianas o finas y largas patas de arácnidos. Es, desde luego, un poster muy bonito, pero que muy bonito y audaz.
El enamorado de Katie King
EL BLUE JAY, pájaro que tiene el vuelo azul, gritó durante toda la mañana emboscado en los matorrales del desierto, corriendo como un loco de uno a otro pedrusco, agazapándose con temor y sin motivo alguno, hasta que felizmente nació Charlie. Abrió este los ojos a la luz en un miserable rancho y berreó en brazos de su padre, el valiente Tom Sanders, quien, antes de cogerlo, escupió cuidadosamente el tabaco que estaba mascando y se limpió los labios con el dorso de la mano. En la cocina hervían, humeantes, unas habichuelas con oreja de cerdo y en el corral escarbaban, como siempre, las gallinas. La señora Sanders, desde la cama, dijo a su marido que le dejara el niño en su cuna y fuera a buscar un balde de agua en la charca.
El padre de Charlie murió peleando contra los indios en 1820 y su esposa tres años más tarde de fiebre tifoidea. Charlie, por consiguiente, quedó huérfano y, a los seis años de edad, fue confiado a la tutela de una tía suya que vivía en Boston. Esta le contó con mucho orgullo que su padre había sido un hombre de gran resistencia física y que, en cierta ocasión, en una feria, compró a un charlatán una botella de líquido crecepelo, pensando que era aguardiente, y se la bebió de un trago. Estuvo varios días entre la vida y la muerte, pero al fin triunfó su vigorosa naturaleza y sobrevivió. Quedó, sin embargo, algo reblandecido del cerebro.
Charlie tuvo una infancia triste y desastrada. Cuando salió de la escuela, trabajó sucesivamente de lampista, droguero, ayudante de un dentista, repartidor de sobres y empleado de oficina. En 1842 hizo amistad con un pintor que había ganado una medalla de oro por un Hércules moribundo, llamado Samuel F. B. Morse, pero que ahora proclamaba que había inventado el telégrafo. Charlie quedó maravillado. Todo se le volvían mensajes rapidísimos, y los veía volar fantásticamente a través de los Estados de la Unión. Se aplicó tanto en el telégrafo que Morse le nombró su ayudante, progresando mucho en el ramo de las telecomunicaciones. Cuando la Western Union y la American Telegraph explotaron el invento de Morse, Charlie fue nombrado, por sus extraordinarios conocimientos, director de esta última, inventando la bomba telegráfica y el telegrama sin fin. Huelga decir que Charlie, súbitamente, trocose en un hombre rico.
Un día, en su despacho, le ocurrió a Charlie una cosa verdaderamente extraña. Estando sumido en una profunda meditación sobre temas telegráficos, vislumbró, de pronto, cómo se alzaba del suelo una mesita que había en un rincón, volaba por el aire a velocidades intermitentes y aterrizaba finalmente con suma elegancia junto a la puerta. Luego observó que, en el lugar que siempre había ocupado la mesita, aparecía una maceta con un lirio dorado y un fresal con fresas maduras. Charlie se restregó los ojos sin creer lo que veía. Probó una fresa y le pareció muy buena y que olía muy bien. El extraordinario acontecimiento lo puso enfermo y tuvo que guardar cama una temporada.
Los hechos se repitieron cuando se reintegró al trabajo. Esto cambió el destino de su vida, pues así que se encerraba en su despacho se olvidaba del telégrafo y aguardaba anhelosamente lo que iba a suceder. Tornose melancólico. Las cosas se complicaron, y empezaron a aparecer objetos desconcertantes, tales como trompetas del modelo que usaba la caballería, almohadones bordados y adornados con cintas, sangrantes hachas de guerra de los sioux, dentaduras rotas y repugnantes, etc. En una ocasión, escribió al gran espiritista Allan Kardec preguntándole si los espíritus que suscitan enredos obran a consecuencia de animosidad personal o bien se fijan en el que se les antoja sin motivo determinado y solo por malicia. La respuesta fue: «Lo uno y lo otro. A veces son enemigos que os habéis creado en esta u otras vidas y que os persiguen, y en otras ocasiones no existe ningún motivo».
En plena turbación de su mente, Charlie fue presentado, al cabo de unos meses de que esto sucediera, al químico William Crookes, recién llegado de Londres. Le presentó Julia Ward Howe, feminista y famosa autora de «The Battle Hymn of the Republic». Crookes, a través de la médium Florence Cook, lograba la materialización de un espíritu femenino distinguido, llamado Katie King. La señorita King se aparecía envuelta en velos blancos, transparentes y perfumados, y era muy lánguida y bella. Charlie, al verla, se enamoró perdidamente. Cesó de preocuparse por las materializaciones que le perseguían y asistía a las sesiones de Crookes con el corazón palpitante y con un hermoso ramo de rosas rojas que ofrecía, emocionada e invariablemente, a la señorita King. Pero esta, de pronto y sin avisar, no volvió a aparecerse.
Se dieron varias versiones del asunto. Fueron desenmascarados muchos médiums falsarios por aquel tiempo, y se dijo que, en las materializaciones, estos expelían el ectoplasma, que llevaban hábilmente escondido en la boca, soplando en la oscuridad con cuidado, y lo recogían oprobiosamente, al terminar la sesión, en salva sea la parte. Este detalle provocó un derrumbamiento moral en Charlie y tuvo que ser internado en un sanatorio del Estado.
Читать дальше