Julio Verne - La vuelta al mundo en 80 días

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Publicada por entregas en el prestigioso diario parisino Le temps durante 1872, se convirtió de inmediato en un éxito, manteniendo expectantes a los lectores del diario para conocer cómo continuaban las aventuras del flemático inglés Phileas Fogg y su ayudante Jean Passepartout alrededor del mundo. Esta es una de las obras que afianzó a Verne como uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Esperamos, querido lector, que la disfrute tanto como los millones de lectores satisfechos que la han recomendado.

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Finalmente, un largo artículo publicado el 7 de octubre en el boletín de la Sociedad de Geografía, trató la cuestión desde todos los aspectos y demostró claramente la locura de la iniciativa. Según este artículo, el viajero lo tenía todo en contra suya, obstáculos humanos y obstáculos naturales. Para que pudiese tener éxito el proyecto, era necesario admitir una concordancia maravillosa en las horas de llegada y de salida en Europa, donde las distancias son relativamente cortas; pero cuando tardan tres días en atravesar la India y siete en cruzar los Estados Unidos, ¿podían fundarse sobre su exactitud los elementos de semejante problema? ¿Y los contratiempos de máquinas, los descarrilamientos, los choques, los temporales, la acumulación de nieves? ¿No parecía presentarse todo contra Phileas Fogg? ¿Acaso en los barcos no podría encontrarse durante el invierno expuesto a los vientos o a las brumas? ¿Es quizá cosa extraña que los más rápidos andadores de las líneas transoceánicas experimenten retrasos de dos y tres días? Y bastaba con un solo retraso, para que la cadena de la comunicación sufriese una ruptura irreparable. Si Phileas Fogg faltaba, aunque tan sólo fuese por algunas horas a la salida de algún vapor, se vería obligado a esperar en el siguiente, y por este solo motivo su viaje se vería irrevocablemente comprometido.

Este artículo tuvo mucho ruido. Casi todos los periódicos lo reprodujeron, y las acciones de Phileas Fogg bajaron considerablemente.

Sabido es que Inglaterra es el mundo de los hombres apostadores, que son de clase mucho más alta que simple jugadores.; el apostar está en el temperamento inglés. Por eso, no sólo fueron los individuos del Reform-Club quienes establecieron apuestas considerables en pro o en contra de Phileas Fogg, sino que también entró en ellas la masa del público. Phileas Fogg fue inscrito, como los caballos de carrera, en los libros de apuesta. Quedó convertido en valor de Bolsa, y se cotizó en la plaza de Londres. Se pedía y se ofrecía el Phileas Fogg en firme o a plazo, y se hacían enormes negocios. Pero cinco días después de su salida, el artículo del boletín de la Sociedad de Geografía hizo crecer las ofertas. El señor Phileas Fogg bajó y llegó a ser ofrecido en paquetes. Tomado primero a cinco, luego a diez, ya no se tomó luego sino a uno por veinte, por cincuenta y aun por cien.

Sólo conservó un partidario, el viejo paralítico lord Albermale. El honorable caballero, clavado en su butaca, hubiera dado su fortuna por poder hacer el mismo viaje aunque fuera de diez años, y apostó cuatro mil libras a favor de Phileas Fogg. Y cuando al propio tiempo le demostraban lo necio y lo inútil del proyecto, se limitaba a responder: “Si la cosa es factible, bueno será que sea inglés quien primero lo haga.”

Entretanto, los partidarios de Phileas Fogg se iban reduciendo en número; todo el mundo, y no sin razón, se volvía contra él; ya no lo tomaban sino a uno por ciento cincuenta, y aun por doscientos, cuando siete días después de su marcha un incidente completamente inesperado hizo que ya no se quisiera a ningún precio.

En efecto, durante aquel día, a las nueve de la noche, el director de la policía metropolitana había recibido un despacho telegráfico así concebido:

Suez a Londres.

Rowan, director policía administración central, Scotland Yard.

Sigo al ladrón del banco, Phileas Fogg. Envíen sin tardanza mandato de prisión a Bombay.

Fix, Detective.

El efecto de este despacho fue inmediato. El honorable caballero desapareció para dejar sitio al ladrón de billetes de banco. Su fotografía, depositada en el Reform-Club junto con las de sus colegas, fue examinada. Reproducía rasgo por rasgo al hombre cuyas señas habían sido determinadas en el expediente de investigación. Todos recordaron lo que tenía de señoriosa la existencia de Phileas Fogg, su aislamiento, su partida repentina, y pareció evidente que este personaje, pretextando un viaje alrededor del mundo y apoyándose en una apuesta insensata, no tenía otro objeto que hacer perder la pista a los agentes de la policía inglesa.

VI

He aquí las circunstancias que ocasionaron el envío del despacho concerniente al señor Phileas Fogg.

El miércoles 9 de octubre se aguardaba, para las once de la mañana, camino a Suez, el barco Mongolia de la Compañía Peninsular y Oriental, vapor de hierro, de hélice y entrepuente, que desplazaba dos mil ochocientas toneladas y poseía una fuerza nominal de quinientos caballos.

El Mongolia hacía sus viajes con regularidad desde Brindisi a Bombay por el canal de Suez. Era uno de los de mayor velocidad de la Compañía, habiendo sobrepujado siempre la marcha reglamentaria de diez millas por hora entre Brindisi y Suez, y de nueve millas cincuenta y tres centésimas entre Suez y Bombay.

Aguardando la llegada del Mongolia , dos hombres se paseaban en el muelle en medio de la multitud de indígenas y de extranjeros que afluyen a aquella ciudad, antes villorrio, y cuyo porvenir ha quedado asegurado por la grandiosa obra del señor Lesseps.

Uno de aquellos hombres era el agente consular del Reino Unido, establecido en Suez, quien, a pesar de los desgraciados pronósticos del gobierno británico y de las siniestras predicciones del ingenioso Stephenson, veía llegar todos los días navíos ingleses que atraviesan el canal, abreviando así en la mitad, el antiguo camino de Inglaterra a las Indias por el Cabo de Buena Esperanza.

El otro era un hombre pequeño, de aspecto medio fornido, nervioso, que contraía con notable persistencia los músculos de sus párpados. A través de estos brillaba una mirada viva. En aquel momento descubría cierta impaciencia, yendo, viniendo y no pudiendo estarse quieto.

Aquel hombre se llamaba Fix, y era uno de los detectives ingleses que habían sido enviados a diferentes puertos después del robo perpetrado en el Banco de Inglaterra. Era su deber vigilar con el mayor cuidado a todos los viajeros que tomasen el camino de Suez, y, si uno de ellos parecía sospechoso o cumplía con las características que le habían enviado desde la oficina de Londres, debía seguirlo.

El detective estaba inspirado por la esperanza de obtener la espléndida recompensa que sería el precio del éxito y aguardaba con impaciencia fácil de comprender, el arribo de del barco Mongolia

—¿Y usted dice, señor cónsul —preguntó por décima vez—, que ese buque no puede tardar?

—No, señor Fix —respondió el cónsul—. Ha sido visto ayer a la altura de Port Said, y los ciento sesenta, kilómetros del canal, no son nada para un andador como ese. Le repito que el Mongolia ha ganado siempre la prima de veinticinco libras que el gobierno concede por cada adelanto de veinticuatro horas sobre el tiempo reglamentario.

—¿Viene directamente de Brindisi?

—Del mismo Brindisi, donde toma el correo de India, y de donde ha salido el sábado a las cinco de la tarde. Tenga paciencia, señor Fix no tarda en llegar. Pero no sé cómo, por la descripción que has recibido, podrás reconocer al sospechoso si está a bordo del Mongolia .

—Señor cónsul —respondió Fix—, un hombre siente la presencia de esas personas. Hay que tener un sentido, y es un sexto sentido, al cual concurren el oído, la vista y el olor. He agarrado durante mi vida a más de uno de esos caballeros, y con tal que mi ladrón esté a bordo, le respondo que no se me irá de las manos.

—Lo espero, señor Fix, porque se trata de un robo importante.

—Un robo soberbio, cónsul. ¡Cincuenta y cinco mil libras!¡No siempre tenemos semejantes golpes! ¡Los ladrones se van haciendo muy mezquinos! ¡Ahora se hacen ahorcar tan sólo por algunos chelines!

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