Julio Verne - La vuelta al mundo en 80 días

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Publicada por entregas en el prestigioso diario parisino Le temps durante 1872, se convirtió de inmediato en un éxito, manteniendo expectantes a los lectores del diario para conocer cómo continuaban las aventuras del flemático inglés Phileas Fogg y su ayudante Jean Passepartout alrededor del mundo. Esta es una de las obras que afianzó a Verne como uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Esperamos, querido lector, que la disfrute tanto como los millones de lectores satisfechos que la han recomendado.

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Como es fácil presumirlo, este suceso estaba a la orden del día en Londres y en toda Inglaterra; se discutía de las probabilidades de éxito en atrapar al sospechoso. Nadie extrañará, pues, que los miembros del Reform-Club tratasen la misma cuestión, con tanto más motivo, pues varios de los miembros eran trabajadores del banco.

Ralph no quería dudar del resultado de las investigaciones, creyendo que la prima ofrecida debía avivar extraordinariamente el celo y la inteligencia de los agentes. Pero Stuart distaba mucho de abrigar igual confianza. La discusión continuó, por consiguiente, entre aquellos caballeros que se habían sentado en la mesa de whist , Stuart jugó con Flanagan, mientras que Phileas Fogg tenía a Fallentin de compañero. No se habló durante el juego, pero, entre las partidas, la conversación interrumpida adquiría más animación.

—Sostengo —dijo Stuart— que las probabilidades están a favor del ladrón, que no puede dejar de ser un hombre sagaz.

—Bueno, ¿pero a dónde podría escapar? —respondió Ralph—. No hay país donde esté a salvo.

—¡Pff!

—¿Y adónde quieres que vaya?

—No lo sé la Tierra es muy grande.

—Antes sí lo era —dijo a media voz Phileas Fogg; añadiendo después y presentando las cartas a Tomás Flanagan—. Le toca cortar.

La discusión se suspendió durante el juego. Pero no tardó en proseguirla Stuart, diciendo:

—¿A qué te refieres con ‘antes’? ¿Acaso la Tierra ha disminuido?

—Sin duda —respondió Ralph—. Estoy de acuerdo con el señor Fogg. La Tierra ha disminuido, puesto que se recorre hoy diez veces más aprisa que hace cien años. Y es por eso que la búsqueda de este ladrón será exitosa.

—Y que el ladrón se escape con más facilidad.

—Sea bueno y juegue, señor Stuart —dijo Phileas Fogg. Pero el incrédulo Stuart no estaba convencido, y dijo al concluirse la partida:

—Hay que reconocer que has encontrado un chistoso modo de decir que la Tierra ha empequeñecido. De modo que ahora se le da vuelta en tres meses...

—En ochenta días —dijo Phileas Fogg.

—En efecto, señores —añadió John Sullivan—, ochenta días, desde que la sección entre Rothal y Altahabad ha sido abierta en el Great Indian Peninsular Railway , y he aquí el cálculo establecido por el Daily Telegraph :

De Londres a Suez por el Monte Cenis y Brindisi, ferrocarril y barcos a vapor 7 días
De Suez a Bombay, barco de vapor 13 días
De Bombay a Calcuta, ferrocarril 3 días
De Calcuta a Hong Kong, barco de vapor 13 días
De Hong Kong a Yokohama (Japón), barco de vapor 6 días
De Yokohama a San Francisco, barco de vapor 22 días
De San Francisco a Nueva York, ferrocarril 7 días
De Nueva York a Londres, barco de vapor y ferrocarril 9 días
TOTAL 80 días

—¡Sí, ochenta días! —exclamó Stuart, quien por inadvertencia cortó una carta mayor. —Pero eso sin tener en cuenta el mal tiempo, los vientos contrarios, los naufragios, los descarrilamientos, etcétera.

—Contando con todo —respondió Phileas Fogg siguiendo su juego a pesar de la discusión.

—Pero supongamos que los Hindúes o Indios levanten los rieles —exclamó Stuart—; ¡Supongamos que paren los trenes, saqueen los equipajes y le quiten el cuero cabelludo a las pasajeros!

—Contando con todo —respondió Phileas Fogg, que tendiendo su juego, añadió:— Dos triunfos mayores.

Stuart, a quien tocaba dar, recogió las cartas, diciendo:

—Teóricamente tiene razón, señor Fogg; pero en la práctica...

—En la práctica también, señor Stuart.

—Quisiera ver que lo haga en 80 días.

—Sólo depende de usted.Vamos juntos?

—¡Líbreme Dios! Pero bien, apostaría cuatro mil libras

a que semejante viaje, hecho con esas condiciones, es imposible.

—Muy posible, por el contrario —respondió Fogg. —Pues bien, hagámoslo.

—¿La vuelta al mundo en ochenta días? —Sí.

—Nada me gustaría más.

—¿Cuándo?

—Enseguida. Le prevengo solamente que lo haré a su expensa.

—¡Es absurdo! —exclamó Stuart, quien empezaba a irritarse por la insistencia de su amigo—Mejor sigamos jugando.

—Entonces, vuelve a repartir —dijo Phileas Fogg— porque lo has hecho mal.

Stuart recogió otra vez las cartas con mano febril, y de repente, dejándolas sobre la mesa, dijo:

—Pues bien, señor Fogg, apuesto cuatro mil libras...

—Calma, mi querido Stuart —dijo Fallentin—, es sólo una broma.

—Cuando dije que apuesto —respondió Stuart—: es en formalidad.

—Está bien —dijo Fogg: y luego, volviéndose hacia sus compañeros, añadió—: Tengo veinte mil libras depositadas en casa de Baring hermanos. De buena gana las arriesgaré.

—¡Veinte mil libras! —exclamó Suilivan—. ¡Veinte mil libras, que cualquier tardanza imprevista le puede hacer perder!

—No existe lo imprevisto —respondió sencillamente Phileas Fogg.

—Pero, señor Fogg, 80 días son sólo el estimado del mínimo tiempo posible en que el viaje se puede realizarse. —Un mínimo bien empleado basta para todo.

—¡Pero a fin de aprovecharlo, es necesario saltar matemáticamente de los ferrocarriles a los barcos y de los barcoss a los ferrocarriles!

—Saltaré matemáticamente.

—Está bromeando.

—Un buen inglés no bromea nunca cuando se trata de una cosa tan formal como una apuesta —respondió solemnemente Phileas Fogg—. Apostaré veinte mil libras contra quien desee que dé la vuelta al mundo en ochenta días, o menos, sean mil novecientas veinte horas, o ciento quince mil doscientos minutos. ¿Aceptan?

—Aceptamos —respondieron los señores Stuart, Fallentin, Sullivan, Flanagan y Ralph después de haberse puesto de acuerdo.

—Bien —dijo Fogg. El tren de Dover sale a las ocho y cuarenta y cinco. Lo tomaré.

—¿Esta misma noche? —preguntó Stuart.

—Esta misma noche —respondió Phileas Fogg— Por consiguiente —añadió consultando un calendario del bolsillo— puesto que hoy es miércoles 2 de octubre deberé estar de vuelta en Londres, en este mismo salón del Reform-Club , el sábado 21 de diciembre a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la tarde, sin lo cual las veinte mil libras depositadas a mi nombre en la casa de Baring Hermanos les perteneceran de hecho y de derecho, señores. He aquí un cheque por esa suma.

Se levantó acta de la apuesta, firmando los seis interesados. Phileas Fogg había permanecido sereno. No había ciertamente apostado para ganar, y no había comprometido las veinte mil libras, mitad de su fortuna, sino porque preveía que tendría que gastar la otra mitad para llevar a buen fin ese difícil, por no decir inejecutable, proyecto. En cuanto a sus adversarios, parecían agitados, no por el valor de la apuesta, sino porque tenían reparo en luchar con ventaja.

Daban entonces las siete. Se ofreció al señor Fogg la suspensión del juego para que pudiera hacer sus preparativos de marcha.

—Yo siempre estoy preparado —Respondió el impasible caballero; y dando las cartas, exclamó—: Diamantes son ganadores. Le toca salir, señor Stuart.

IV

A las siete y veinticinco, Phileas Fogg, después de haber ganado unas veinte guineas al whist , se despidió de sus honorables colegas y abandonó el Reform-Club .

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