Julio Verne - La vuelta al mundo en 80 días

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Publicada por entregas en el prestigioso diario parisino Le temps durante 1872, se convirtió de inmediato en un éxito, manteniendo expectantes a los lectores del diario para conocer cómo continuaban las aventuras del flemático inglés Phileas Fogg y su ayudante Jean Passepartout alrededor del mundo. Esta es una de las obras que afianzó a Verne como uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Esperamos, querido lector, que la disfrute tanto como los millones de lectores satisfechos que la han recomendado.

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Grave e importante asunto es esa alimentación de la hornilla de los vapores a semejantes distancias de los centros de producción. Sólo para la Compañía Peninsular es un gasto anual de 800 mil libras. Ha sido necesario establecer depósitos en varios puertos, saliendo el costo del carbón en tan remotos lugares a tres libras y pico la tonelada.

El Mongolia tenía que recorrer todavía 1650 millas para llegar a Bombay, y debía estar tres horas en “Steamer Point” a fin de llenar sus bodegas.

Pero esta tardanza no podía perjudicar de ningún modo el programa de Phileas Fogg. Estaba prevista. Además, el Mongolia , en lugar de llegar a Adén el 15 de octubre por la mañana, entraba el 14 por la tarde. Era un adelanto de quince horas.

El señor Fogg y su criado bajaron a tierra, porque aquel deseaba visar el pasaporte. Fix los siguió procurando no ser observado. Cumplidas las formalidades Phileas Fogg volvió a bordo a proseguir con sus hábitos.

Pero Passepartout se detuvo, según su costumbre, callejeando en medio de aquella población de somalíes, banianos, parsis, judíos, árabes, europeos, que componen los 25 mil habitantes de Adén. Admiró las fortificaciones que hacen de esa ciudad el Gibraltar del mar de las Indias, y unos magníficos aljibes en que trabajaron ya los ingenieros del rey Salomón.

—Qué curioso es eso, qué curioso —decía Passepartout para sí mismo mientras volvía a bordo—. Me convenzo de que no es inútil viajar si se quieren ver cosas nuevas.

A las seis de la tarde, el Mongolia batía con las alas de su hélice las aguas de la rada de Adén y surcaba poco después el mar de las Indias. Se necesitaban 168 horas para hacer la travesía entre Adén y Bombay. Por lo demás, el mar fue favorable. El viento era Noroeste y las velas pudieron ayudar al vapor.

El buque, mejor sostenido, cabeceó menos, y las pasajeras volvieron a aparecer sobre el puente recién compuestas, comenzando de nuevo los cantos y los bailes.

El viaje se hizo con las mejores condiciones y Passepartout estaba muy gozoso de la amable compañía que la suerte le había deparado en la persona del señor Fix.

El domingo 20 de octubre, a mediodía, se avistó la costa hindú. Dos horas más tarde, el piloto montaba a bordo del Mongolia . En el horizonte, un fondo de colinas se perfilaba armoniosamente sobre la bóveda celeste, y muy luego se destacaron vivamente las filas de palmeras que adornan la ciudad. El barco penetró en la rada formada por las islas Salcette, Elefanta y Butcher, y a las cuatro y media atracaba a los muelles de Bombay.

Phileas Fogg terminaba entonces la trigésima tercera partida del día, y su compañero y él, gracias a un manejo audaz, concluyeron aquella bella travesía haciendo las trece bazas.

El Mongolia no debía llegar a Bombay hasta el 22 de octubre y arribó el 20. Era, por consiguiente, una ventaja de dos días desde la salida de Londres. La cual fue inscrita metódicamente en la columna de beneficios del itinerario de Phileas Fogg.

X

Nadie ignora que la India, ese gran triángulo inverso cuya base está en el Norte y la punta al Sur, comprende una superficie de un millón cuatrocientas mil millas cuadradas, sobre la cual se halla desigualmente esparcida una población de ciento ochenta millones de habitantes. El gobierno británico ejerce un dominio real sobre cierta parte de este inmenso país. Tiene un gobernador general en Calcuta, gobernadores en Madrás, en Bombay, en Bengala, y un teniente gobernador en Agra.

Pero la India inglesa, propiamente dicha, sólo cuenta una superficie de cuatrocientas mil millas cuadradas y una población de ciento a ciento diez millones de habitantes. Mucho decir es que una notable parte del territorio se haya librado hasta hoy de la autoridad de la Reina; y en efecto, entre algunos rajahs del interior, la independencia india es todavía absoluta.

Desde 1756, época en que se fundó el primer establecimiento inglés en el sitio ocupado hoy por la ciudad de Madrás, hasta el año en que estalló la gran insurrección de los cipayos, la célebre Compañía de las Indias fue omnipotente. Iba agregado a sus dominios poco a poco las diversas provincias adictas a los rajahs por medio de rentas que no pagaba o pagaba mal; nombraba un gobernador general y todos los empleados civiles y militares: pero ahora ya no existe, y las posesiones inglesas de la India dependen directamente de la Corona.

Por eso el aspecto, las costumbres, las divisiones etnográficas de la península, tienden a modificarse diariamente.

Antes se viajaba por todos los antiguos medios de transporte, a pie, a caballo, en carro, en carretilla, en litera, a cuestas de otro, en coach, etcétera. Ahora unos barcos de vapor recorren a gran velocidad el Indus y el Ganges, y un ferrocarril, que atraviesa la India en toda su anchura ramificándose en su trayecto, pone a Bombay a tres días tan sólo de Calcuta.

El trazado de este ferrocarril no sigue la línea recta a través de la India. La distancia a vuelo de pájaro, no es más que de mil a mil cien millas, y los trenes, aun con la velocidad media, no emplearían tres días en el trayecto; pero esta distancia está aumentada en una tercera parte al menos, por la curva que describe el camino, elevándose hasta Allahabad, al Norte de la península.

He aquí, en suma, el trazado del Great Indian Peninsular Railway . Partiendo de Bombay atraviesa Salcette, salta al continente enfrente de Tannab, cruza la sierra de los Ghats Occidentales, corre al Noroeste hasta Burhampur, surca el territorio casi independiente de Buidelkund, se eleva hasta Allahabad, se inclina al Este, encuentra al Ganges en Benarés, se desvía ligeramente, y volviendo al Sureste por Burdiván y la ciudad francesa de Chandemagor, va a formar cabeza de línea en Calcuta.

Eran las cuatro y media de la tarde cuando los pasajeros del Mongolia habían desembarcado en Bombay y el tren de Calcuta salía a las ocho en punto.

El señor Fogg se despidió de sus compañeros, salió del vapor, dio a su criado la orden de hacer algunas compras, le recomendó expresamente que estuviera antes de las ocho en la estación, y con su paso regular, que batía como el péndulo de un reloj astronómico, se dirigió a la oficina de pasaportes.

Por consiguiente, nada pensaba ver de las maravillas de Bombay, ni la municipalidad, ni la magnífica biblioteca, ni los fuertes, ni los muelles, ni el mercado de algodones, ni los bazares, ni las mezquitas, ni las sinagogas, ni las iglesias armenias, ni la espléndida pagoda de Malebar Hill, adornada con dos torres poligonales. No contemplaría ni las obras maestras de Elefanta, ni sus señoriosas hipogeas, ocultas al sureste de la rada, ni las grutas kankerias de la isla de Salcette; esos admirables vestigios de la arquitectura budista.

Al salir de la oficina de pasaportes, Phileas Fogg se fue sosegadamente a la estación, y allí se hizo servir la comida. Entre otros manjares, el fondista creyó deber recomendarle cierto guisado de conejo del país, que le ponderó mucho.

Phileas Fogg aceptó el guisado y lo probó concienzudamente, pero, a pesar de la salsa, lo halló detestable.

Llamó al fondista.

—Señor —le dijo mirándole cara a cara—, ¿es esto conejo?

—Sí, milord —respondió descaradamente—, conejo de esta tierra.

—¿Y este conejo no ha maullado cuando lo mataron? —¡Maullado, mi lord! ¡Un conejo! Le juro...

—Señor fondista —replicó con frialdad el señor Fogg—, no jure en vano, y recuerde esto: antiguamente, en la India, los gatos eran animales sagrados. Esos eran buenos tiempos.

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