Manuel Délano - Los años que dejamos atrás

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Con excelente formato periodístico, los autores relatan en seis capítulos los episodios clave que marcaron la transición pactada entre la dictadura y los dirigentes de lo que llegó a ser la Concertación. Cada uno se detiene en los hitos fundamentales de ese intenso tiempo 1988-1990. Quien lo lea podrá observar y escudriñar a fondo en los entretelones de cientos de conversaciones, ocultas unas, abiertas otras, entre los «señores políticos» de entonces —como los llamaba Pinochet—, de diferentes lados del abanico. Y percibirá cómo el proceso que había tenido origen en la movilización social impulsada desde principios de los ochenta por trabajadores, estudiantes, mujeres, profesionales, artistas y pobladores a través de las regiones del país, se fue transformando después en episodios de negociaciones y transacciones que culminaron con la llegada de Patricio Aylwin a La Moneda, en marzo de 1990. Mientras, el dictador lograba su objetivo de no cambiar demasiado la Constitución de 1980, y se mantenía como jefe del Ejército, con el poder de las armas.
Al leer estas páginas no he podido dejar de relacionar lo de entonces con lo de ahora. En las fuertes desigualdades generadas por el modelo que fueron acrecentándose en las últimas décadas y que finalmente «estallaron» en octubre de 2019; en las privatizaciones que nunca se revisaron, como lo había anunciado Aylwin cuando era el candidato; en el sistema de AFP y sus promesas incumplidas; en la educación pública desmantelada; en los serios problemas de la salud que han quedado en evidencia con la pandemia; en los agudos conflictos ambientales, en los campamentos que crecen. En tanto abuso que se ha manifestado…
María Olivia Mönckeberg Pardo
Premio Nacional de Periodismo 2009.

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Recibieron apoyo externo. Al salir, en un patio de la Estación Mapocho de Ferrocarriles, muy cerca del cauce del río Mapocho, se cambiaron de ropa. En los alrededores del Parque de los Reyes los esperaba un bus que trasladó a los 24 que salieron primero y habían planificado la evasión. Allí les entregaron un poco de dinero, un pasaje de Metro y los llevaron a distintas casas de seguridad.

Ellos dejaron el túnel abierto. En la cárcel, más de una hora después otros presos políticos se percataron de que 24 de ellos no estaban en sus celdas. En una prisión no hay muchos lugares para ocultarse. Rápidamente comprendieron que se habían fugado. Buscaron el pasadizo y cuando lo encontraron, la decisión que tomaron fue que se evadieran quienes tenían las mayores condenas. Veintiséis lo hicieron en este segundo grupo y el último fue Martínez. Pero otros 25 lograron sumarse a la fuga. Siete fueron recapturados rápidamente.

La evasión fue incruenta.

Carabineros instaló controles en carreteras y helicópteros sobrevolaron Santiago en busca de los fugados.

En el palacio de gobierno fue como un temblor.

–Cuando llegué a La Moneda –rememora Krauss– me di cuenta que estaba vacía. Entré al gabinete de Cáceres y no había nadie. La reunión se suspendió.

Pasaron décadas para que se reconociera la épica y el descomunal esfuerzo que requirió la Operación Éxito , la mayor evasión en la historia del país. Lo hizo el filme Pacto de fuga , del director de cine chileno David Albala, que se estrenó en 2020, inspirada en este episodio. Los actores Benjamín Vicuña y Roberto Farías interpretaron a los líderes, Amparo Noguera a la abogada de los presos y Francisca Gavilán a la esposa de uno de ellos y militante del PC, que los apoyó desde el exterior34.

La fuga trajo al primer lugar de la agenda el tema de los presos políticos en dictadura, casi 500 personas que habían combatido al régimen, algunos con las armas, todos brutalmente torturados después de su detención y víctimas de juicios encabezados por fiscales militares, sin garantías procesales.

¿Qué iba a hacer la democracia con ellos?

Por esos días finales de la dictadura, Krauss se encontró en Antofagasta con Volodia Teitelboim, secretario general del Partido Comunista. Tras el saludo, el líder PC le preguntó:

–¿Cuándo vas a soltar a los presos políticos?

–¿Cómo?

–Pero si tienen que abrir las cárceles...

–Estamos haciendo una recuperación de la institucionalidad democrática. Tenemos que ajustarnos a eso –explicó Krauss.

–Puchas, eras mi esperanza de que podías cambiar el pulso a tu presidente –respondió Teitelboim.

La libertad de los presos políticos tardó años en concretarse. Las “leyes Cumplido”, conocidas así por el apellido del ministro de Justicia de Aylwin, Francisco Cumplido, quien las impulsó a través de una negociación con RN, fueron la llave para abrir las puertas de las cárceles.

A los pocos días de asumido el gobierno concedió la libertad y/o amnistió a 47 de ellos. El proceso completo requirió de tiempo, huelgas de hambre y movilizaciones de los presos políticos, sus familiares y organizaciones defensoras de los derechos humanos. En 1994 salieron en libertad los últimos, conmutando sus penas por extrañamiento o exilio forzoso.

Los presos políticos se quedaron con una sensación amarga.

Habían combatido a la dictadura –algunos de ellos, literalmente– y no tuvieron un reconocimiento de la democracia, ni fueron recibidos como héroes, salvo por algunos de sus más cercanos. Como el fin de la dictadura se produjo sin romper la institucionalidad que esta generó, quienes lucharon con las armas quedaron olvidados. Pasaría más de una década antes que hubiese reparación del Estado para quienes, como ellos, habían sido torturados y encarcelados, y más tiempo todavía para que algunos, una minoría, lograran cierta justicia. Quienes habían realizado acciones armadas estuvieron entre los últimos en recuperar la libertad.

Fue uno de los tantos peajes que pagó la transición chilena a la democracia.

–En los países latinoamericanos –plantea Krauss–, las dictaduras terminan o con una asonada, en que hay derramamiento de sangre, desaparece el dictador, lo cuelgan en la plaza pública o logra arrancar. Aquí lo hicimos al revés. Hicimos una operación que muy pocos países han podido hacer y nos han tratado de imitar... En una transición con quiebre no importa nada. Se tiene al dictador preso y se hace justicia. En una como la nuestra hay que medir las fuerzas. Fuimos capaces de reconocer la realidad.

Aylwin reaccionó en forma pragmática.

En una entrevista al diario español El País reconoció que la fuga de los presos políticos “nos va a aliviar cierta parte de la carga... gracias a Dios se produjo antes”. Si la evasión hubiese ocurrido durante su gobierno, los partidarios de Pinochet los habrían acusado de que era un “signo de complicidad”.

Diferenció entre los presos políticos y los encarcelados por hechos de sangre contra la dictadura. Era una separación que no hacían quienes estaban en las prisiones por haber resistido. Ante la pregunta de si matar a un carabinero en dictadura lo consideraba un asesinato, Aylwin respondió al matutino español:

–Para mí, matar a un hombre es matar a un hombre. Las razones políticas, como las pasionales, pueden ser atenuantes de un crimen, pero matar a un hombre es un crimen35.

Las reuniones de las autoridades salientes y entrantes tuvieron algo de surrealistas. Ambas partes desconfiaban de la otra y de sus intenciones. Todos temían trampas y engaños del adversario. A pesar de esto, en la mayoría de esos encuentros primó cierta cordialidad y formalismo. Pero hubo excepciones.

Una de las reuniones tensas fue la que tuvieron en La Moneda el ministro portavoz del nuevo gobierno, Enrique Correa, y el titular saliente, el coronel Cristián Labbé, que participó en la DINA y casi 30 años después fue condenado por torturas en primera instancia36.

–Él me recibió con particular hostilidad, aunque no peleamos –cuenta Correa–, Labbé me dijo las cosas que iban a hacer de todos modos, sin importar la opinión de nosotros. Que iban a privatizar radio Nacional . Y me hizo una serie de consideraciones que en ese momento me resultaron muy desagradables, pero que francamente olvidé en qué consistían. Debieron ser tonteras, no en el sentido de tonto, sino de maltrato.

Al terminar la reunión, molesto, Correa cruzó dentro de La Moneda hacia la oficina del general Ballerino. “Me recibió y le reclamé por el maltrato del ministro”. Después lo llamó el subsecretario de Labbé, Jaime García Covarrubias –como Cristián Labbé, también perteneció a la DINA, de la que fue jefe de contrainteligencia, y acusado años después por la justicia en casos de atropellos a los derechos humanos37– y le informó bien qué era el ministerio: cómo funcionaba y su estructura. Correa cree hoy que García lo llamó por petición de Ballerino.

Lagos interrumpió sus vacaciones en Tongoy para acudir a mediados de febrero a la reunión que tuvo en Palacio con su antecesor en Educación, en la que estuvieron presentes Ballerino y Cáceres. Le impresionó lo cambiada que estaba La Moneda, a la que no entraba desde el gobierno de Allende. En la cita no le informaron que en pocos días más promulgarían la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE).

Las futuras autoridades de gobierno tenían instrucciones precisas de Edgardo Boeninger de no firmar ningún papel que les entregaran los mandos salientes. En todas las reuniones estaba presente el ministro Carlos Cáceres.

Para muchos de los concertacionistas, sobre todo los más jóvenes, llegar al gobierno era entonces algo completamente nuevo. Nunca habían estado en oficinas de ministerios.

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