Ramón Elejalde - Don Mateo Rey

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En este libro se narran hechos reales sufridos por la gente de Frontino, un municipio situado al occidente de Antioquia. La misma terrible realidad que ha venido padeciendo Colombia en la mayoría de su territorio. Historias repetidas en las que basta cambiar los nombres de las víctimas o de los victimarios, establecer las responsabilidades y asignarles su correspondiente grado de impunidad.

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Forastero incómodo

Así como asesinaron a Fabio Arboleda mataron a un vendedor de relojes, navajas y cachivaches que ocasionalmente venía a Frontino a ganarse la vida. Un sábado a las siete de la noche, cuando jugaba cartas en el Parque principal, donde también está la sede del gobierno local y del Comando de Policía, fue sacado por varios hombres que no cubrían sus rostros; lo amarraron por las manos, lo hicieron caminar en medio de gritos de auxilio hacia las afueras del área urbana y lo fusilaron sin fórmula de juicio. Su delito podría ser: “forastero en un pueblo sin autoridades”. O quizá: “vendedor incómodo” para algún comerciante de la localidad que financiaba a la organización ilegal.

A un campesino trabajador lo aprehendieron en el atrio de la catedral, a plena luz del día, le amarraron las manos a la espalda y lo llevaron unos ochenta metros por la vía que del parque principal conduce al cementerio: lo fusilaron sin atender sus gritos de clemencia, le quitaron unas botas marca Brahma que acababa de adquirir y que el sicario se terció al hombro. Regresó al Parque, entró al Bar Olímpico, se quitó sus zapatos y se calzó las botas de su víctima. Con la misma indolencia que procedió el criminal, procedieron las autoridades y la fuerza pública: ni vieron, ni escucharon nada.

“Caminito al cielo”

Así llamaban a los carros empleados por los paramilitares en sus fechorías. El primero fue un campero Willys, con llantas grandes, y engallado con ostentación. Luego llevaron una camioneta Cherokee de color granate, que fue reemplazada por un campero Chevrolet Trooper blanco, repintado de negro para que no lo reconociera el verdadero dueño a quien se lo habían robado; este fue el más tenebroso y en el cual hicieron la mayoría de viajes de la muerte. Era cuatro puertas y circulaba por el poblado sin placas, a ciencia y paciencia de la policía, del ejército y de las autoridades civiles y judiciales. Persona que subiera a este vehículo y no perteneciera a la organización paramilitar, era persona asesinada. Posteriormente utilizaron una camioneta Land Cruiser Toyota de color blanco. Por épocas usaron un Willys J6 y una camioneta Ford 150 color negro. En barrios, corregimientos y veredas, la presencia de cualquier “Caminito al Cielo” era sinónimo de muerte y desolación.

Duelo en Chaquenodá

En el parque principal funcionaba una discoteca denominada Chaquenodá – “Río bonito” en idioma Katío– donde el 7 de junio de 1996 coincidieron libando licor un grupo de autodefensas y un contingente del ejército. Al frente de las fuerzas del orden se encontraba un Mayor de apellido Bermejo, según se dice muy proclive a las autodefensas. A la mesa del oficial se acercó el comandante militar de las AUC en la municipalidad, conocido con el remoquete de Baltasar , quien se quejó del mal comportamiento de algunos de sus hombres y en especial de Ángel María Jiménez, alias San Pedro, quien departía con otros compañeros en la barra. Seguramente azuzado por las historias que contaba el jefe paramilitar, el Mayor Bermejo arrimó donde San Pedro y dijo:

No tolero hombres armados e ilegales en este establecimiento público. Les ordeno que se retiren inmediatamente.

De aquí no nos vamos y no nos saca ni el putas. Respondió San Pedro .

Seguramente herido en su amor propio, el oficial del Ejército se fue a la base militar y le ordenó al Teniente Gabriel Soruco Hans:

Trasládese inmediatamente al parque principal. En el Chaquenodá está el paramilitar San Pedro; lo retiene y me lo trae acá, a él y a todo el que se oponga al procedimiento. Vaya con buenos hombres, que el sujeto es muy peligroso.

Soruco cumplió la orden y al llegar al destino ordenó al personaje que lo acompañara a la Base Militar. Rotundamente, San Pedro se opuso a ser retenido. El Teniente llamó por celular a la base, quizás al comandante. El paramilitar y el oficial del ejército salieron de “Chaquenodá”: aquél se situó en la mitad de la calle y el Teniente se quedó en la acera y desde allí disparó en tres ocasiones sobre la humanidad de Ángel María Jiménez, San Pedro , quien cayendo disparó sobre el Teniente Soruco. Ambos murieron en el acto. Entretanto Baltasar, comandante de los paramilitares en el Municipio y que había abandonado el lugar seguramente presintiendo lo que iba a suceder, llegó en una moto Yamaha D.T. y con sus tropas irregulares se tomó el pueblo disparando al aire como locos. Ya el ejército había retirado a su muerto y por parte alguna se veía la presencia policiva o militar y eso que el ejército contaba con más de cien hombres en sus cuarteles, a un quilómetro del lugar de los hechos, y el Comando de Policía estaba a menos de ochenta metros del lugar del duelo. El pueblo se desocupó rápidamente y en sus solitarias calles solamente se veía la vigilancia y el control intimidante de las autodefensas. Este incidente originó el traslado del comandante ideológico y político paramilitar alias Baltasar, muy adicto al licor y a la buena vida. Fue una historia que pasó de bajo perfil y los medios de comunicación nada dijeron del incidente.

La justicia desplazada

Poco a poco las autoridades pasaron a un segundo o tercer lugar y la justicia se la tomaron los paramilitares para complacencia de sus amigos y el terror de los demás ciudadanos, víctimas potenciales. Mientras las AUC consolidaba el poder paramilitar en Frontino, sus habitantes hablaban de tres fiscalías: La Fiscalía estatal que tenía oficinas en el pueblo y que por sustracción de materia era la que menos trabajo tenía; la Fiscalía de Murrí, un corregimiento en zona selvática del Municipio, que era servida por los subversivos del 34 oFrente de las Farc; y la Fiscalía de Cabritas, instalada en la vereda del mismo nombre, a escasos cuatro quilómetros de la zona urbana, donde los paramilitares impartían justicia: Arreglaban matrimonios, distribuían herencias, mandaban cobrar vacunas, delimitaban propiedades, autorizaban o desautorizaban a vendedores minoristas de droga, robaban carros con mercancías, hurtaban ganado, disponían de la vida de las gentes. La segunda y la tercera fiscalía eran las únicas con jurisdicción y mando: la estatal tenía funcionarios que simplemente se dedicaban a cobrar el sueldo y a dejar que los días pasaran.

Abigeato, narcotráfico, lavado de activos

En un hecho sui géneris con respecto al resto de Colombia, en Frontino la propiedad de la tierra no fue objeto de las preocupaciones de los paramilitares. Mateo Rey, personaje central de este escrito, era propietario de varias haciendas adquiridas lícitamente por él o por su familia y no se involucró con los demás propietarios. Allí los intereses de los irregulares se concentraron en el hurto de ganado vacuno; en la compra del oro que aún se produce en buenas cantidades para lavado de activos; en el tráfico y el micro tráfico de estupefaciente, especialmente la custodia de los laboratorios de drogas ilícitas y la protección del aeropuerto municipal, que les servía para recibir o despachar sus productos de muerte.

Comercio aéreo ilegal

Este aeropuerto tiene una posición geográfica privilegiada ya que no es detectado por los radares, lo que facilita el comercio con el Chocó, con la República de Panamá y con Centroamérica. En este aeropuerto camuflaban las avionetas de la mafia, las repintaban y les ponían escudos y banderas de algunos países centroamericanos.

También en Asidó, vereda de Chontaduro, los paramilitares organizaron un helipuerto para despachar droga, camuflado en una estancia panelera de Conrado Pérez Rivera y sus compañeros reinsertados del EPL Asidó fue un lugar de sacrificio de muchos campesinos que fueron enterrados en algunos de los cañadulzales de la zona. Paradójicamente, allí mismo encontró la muerte Conrado Pérez Rivera a manos de la guerrilla de las Farc, en una muerte muy cruel y violenta, como se narra adelante.

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