El método reflexivo hace referencia a lo que menciona Judith Butler sobre el darse la vuelta, y ese darse la vuelta es una apuesta del individuo que todavía no es sujeto. En ese sentido, en el cual el sujeto se agarra de la cultura y de la ley para poder hacer conciencia de sí, en ese darse la vuelta de alguien que no existe simbólicamente, emerge la conciencia de sí y la conciencia del lugar en el que cada uno se posiciona. Solo en la medida en que se es consciente y se da cuenta del lugar en el que se está se puede también hacer el movimiento ecológico desde el propio lugar para aportar a la transformación.
En este contexto se tiene en cuenta la metáfora del atractor de Lorenz —quien quiso medir los cambios climáticos y se encontró con la teoría del caos—, la cual reconoce la sensibilidad a las condiciones iniciales. Es decir, aunque hay un recorrido parecido en el volver a sí mismo y en el darse la vuelta, y pareciera el mismo, nunca es el mismo, y al no ser siempre el mismo hay una sensibilidad en el movimiento. Es, por ejemplo, como el aleteo de una mariposa que produce en las interacciones y retroacciones, según Morin, un huracán al otro lado del planeta. Ese volver a sí mismo que parece ser el mismo movimiento siempre es distinto y aunque parece ser el mismo recorrido tiene unas dimensiones de cambio y transformación que ecológicamente tienen unos impactos grandes que tal vez ni siquiera se puedan ver. Diría Morin, en el momento en el que el estratega despliega su estrategia, que esa estrategia ya no es del estratega, ya no es del interventor: esa estrategia es de la ecología y seguro escapa a la mirada, a la visión y a la posibilidad de comprensión del individuo, pero no escapa a la posibilidad de articulación de la relación. El poder se pone en la relación y en la ecología, y en la sabiduría de esa ecología, para articular lo que los individuos generan; empieza en la posición de cada sujeto en esa ecología, en la posición del consultante que genera el problema por el cual viene, en la posición del terapeuta que lleva su dilema sobre el dilema del consultante a la supervisión y en la posición del supervisor que genera movimientos de cambio incluso antes de que venga el consultante. En ese sentido, la reflexividad como método —el volver a sí mismo— es una apuesta de impacto ecológico. No es solipsista.
Estas teorías han presentado propuestas novedosas y han tenido procesos de cambio de la concepción de la subjetividad. Se trata de una subjetividad creciente en tanto que la reflexividad misma es la posibilidad de estar con el otro y apoyarse en el otro. De allí emerge aquello que la persona no podía conocer de sí misma pero que el otro, al estar en la relación, lo facilita o lo crea conjuntamente. Ahí pueden emerger los sujetos sociales, políticos y psicológicos, todo, porque sin ese método reflexivo no se puede hablar de la posibilidad del sujeto que surge o que emerge. Las medidas de la complejidad son el incremento de las conexiones, el incremento de la capacidad adaptativa de los sistemas y la capacidad de “huir” de la entropía, que es la tendencia a la muerte. Entonces, cuando se logra volver a sí mismo y conectarse consigo mismo, se incrementan las posibilidades de conexión ecológica del sí mismo con el entorno y con los otros. Al aumentar las conexiones se aumentan los movimientos ecológicos para generar una organización distinta de los recursos y se aumentan las posibilidades adaptativas. Al aumentar las posibilidades adaptativas aumentan las posibilidades de creación/invención, y la creación/invención es la brecha del tiempo que tiende a la vida; es la irreversibilidad hecha creación. Estos tres elementos de la complejidad se pueden conectar con el método reflexivo y mirar en qué sentido eso se vuelve acción.
El método reflexivo en sí mismo es generativo, porque construye vida y no podría ir en el orden contrario a la vida misma que se crea ahí. En sí mismo es acción en la medida en que posibilita no seguir estándares, sino que invita a establecer nuevas posturas y por eso es un método que convoca a la ética, a la política y a cómo nos movemos los seres humanos a cuestionar entonces el ser sujeto, el ser en una nacionalidad, el ser familia, o el ser padre; el ser en los roles que se pueden instaurar y repensarse en formas diferentes para establecer adaptaciones o nuevas posibilidades de ser sociedad también; de construir seres humanos con identidades sexuales diversas o de género no binarias, para ampliar la diversidad comprensiva tanto de aquellos que asisten a la intervención como de los modos de ser terapeutas, psicólogos y supervisores en la misma postura.
El cuestionamiento puede hacerse como crítica, lo cual permite reflexionar todo el tiempo en la misma novedad. Es un ejercicio creativo de abrirse a posibilidades en las cuales la terapia no puede ser la misma siempre, ya que siempre hay novedad en el mismo ejercicio de hacer supervisión e intervención.
Estos ejercicios creativos en el método reflexivo permiten la conversación y el encuentro en y con el otro, para la construcción continua de hipótesis y su complejización para evitar el estancamiento (la muerte metafórica) de los grupos de supervisión clínica en el enamoramiento de sus propias hipótesis. La invitación en las supervisiones clínicas trabajadas en el Centro Milanés de Terapia Familiar se centra en repensarse continuamente como sujetos con el otro en la complejización constante de hipótesis; en cuestionarse y no dar por hecho lo que se plantea en un inicio; en amar el ejercicio clínico con todo el ser, sin caer en la trampa de enamorarse de las propias hipótesis y propuestas, pues esto cierra posibilidades de autocrítica y de reinvención en el ejercicio clínico sistémico. Por esta razón, el método reflexivo trasciende en el tiempo y no se queda únicamente en el escenario de supervisión, sino que permite generatividades ecológicas reflexivas —en el sistema terapéutico y en el sistema de supervisión—. De hecho, la importancia que cobra también la metáfora del espejo se encuentra en el método reflexivo, que adquiere relevancia con el recurso del espejo unidireccional —el clínico se reconoce en sí mismo en y con el otro en el ejercicio de la supervisión—.
Esto no implica que, en el escenario de supervisión, quien está detrás del espejo sea la única persona “observada”, ya que una supervisión comprendida como escenario reflexivo implica que el otro también pueda verse reflejado en el proceso de quien pasa al otro lado del espejo. Resulta importante vivir este proceso, con el fin de resignificar el concepto de ser observado y conversar en una congruencia legítima con la propuesta epistemológica que permita romper la comprensión polarizada de “hacer bien o mal” el ejercicio clínico y, por lo tanto, romper el bloqueo que esto suele generar en los terapeutas en formación cuando aún no se ha interiorizado la lógica de un ejercicio de observación de segundo orden.
De igual manera, en los ejercicios de supervisión realizados por Andersen, se menciona cómo surge el uso del espejo para permitir ahí la reflexión. Se habla incluso de la reflexividad en una cultura nórdica, que permite tanta posibilidad de crearse inclusive con el medio ambiente, con lo que se logran las capacidades de hacer preguntas, como propone el autor, no tan inusuales como para que no se puedan comprender, ni tan obvias como para que no activaran el proceso reflexivo. En el espacio de supervisión, se ayuda al proceso de reflexión estética, con lo cual la persona no se siente atropellada, mas sí confrontada, en una relación con el supervisor, en la que se sabe que se está en un momento dado, sintiendo, viviendo con una capacidad muy grande en la comprensión de lo reflexivo.
A la metáfora del espejo se une la de los equipos, en la cual todos participan de acuerdo con sus subjetividades y con la danza que se construya en el ejercicio de supervisión. Frente a esto, Echeverría menciona la importancia de la escucha no para ver qué es lo que se tiene que contestar o cómo se tiene que dar la respuesta tan aguda como fue la pregunta, sino para conversar a partir de lo que surgió. Entonces el método reflexivo, ahí en los equipos, va creando algo que no estaba en una ética relacional que permite en un momento adecuado reflexionar alrededor de qué es lo posible, qué es viable, con el fin de reconocer el dominio estético. Incluso en la reflexividad novedosa de lo que emergerá en cada uno de los capítulos frente al tema de supervisión se posibilitarán valiosos aportes para repensar este escenario formativo clínico.
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