Agustín Pániker Vilaplana - La sociedad de castas

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India es conocida por haber desarrollado un sistema de estratificación social único en el mundo: la sociedad de castas. No existe otro aspecto sobre el Sur de Asia que despierte opiniones y emociones tan encontradas. Pero, a pesar de la importancia y lo controvertido del asunto, apenas existen textos en lengua española que aborden con seriedad la cuestión.Tras muchos años de investigación, Agustín Pániker nos sumerge en el complejo universo que acompaña a la casta: sus oscuros orígenes; su engranaje en la religión, el ritual y la ideología brahmánica; sus vínculos con el poder político y económico; las grandes transformaciones sociales a lo largo de los siglos (incluidas las críticas del budismo, de los grupos devocionales hindúes, del tantrismo o de B.R. Ambedkar); la existencia de la casta entre grupos no-hindúes (y hasta en el pueblo gitano); la creciente etnicización y politización de la casta (con políticas de discriminación positiva por razón de casta, partidos políticos ligados a castas); sin dejar de abordar las cuestiones más agrias del tema, es decir, el vínculo de la casta con la patriarquía y la práctica de la intocabilidad.Con el rigor que caracteriza sus escritos, Pániker nos ofrece un fascinante cuadro de una sociedad, anclada a la vez en un prodigioso respeto por la diferencia (como muestran sus miles de castas y subcastas), así como en el resiliente poder de la jerarquía (sea esta ritual o política).La sociedad de castas es, en suma, un esclarecedor texto explicativo (con el público no-especializado en mente) y reflexivo (donde se aportan infinidad de novedades para el lector o la lectora ya familiarizados con el mundo índico). Ineludible para aquellos que quieran ahondar en la sociedad, la religión, la política o la historia del Sur de Asia.

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Vamos, que a bastantes de los apólogos del sistema también parece molestarles que desde hace 20 años el PIB de la India crezca al 6 o 7% anual y el país se modernice. Con frecuencia, los simpatizantes del sistema tienden a idealizar una India tradicional y espiritual y hacen oídos sordos a la India de la experiencia vital. La India debería de mantenerse a toda costa en su subdesarrollo y en la injusticia social, como reserva espiritual del planeta. De lo contrario, la gangrena materialista de la modernidad se impondrá.

* * *

Yo presiento que los primeros, los detractores de la casta, que son legión, suelen pecar de eurocentrismo. Los segundos, los partidarios de su formulación clásica, caen en cierto indocentrismo. De una forma bastante perversa, los primeros suelen sacar a relucir conceptos burgueses como la “igualdad” y la “libertad” para realizar su crítica externa a la casta. Con simétrica perversión, los segundos suelen recurrir a supuestos valores índicos como la “espiritualidad” y la “tradición” para una justificación interna de la opresión. En lo que ambas posiciones coinciden es en hacer de la casta el vector esencial de lo bueno o de lo malo de la India. Ambas posiciones pecan, a mi entender, de exceso de culturalismo y realimentan el cliché del exotismo indio y su radical diferencia con otros pueblos.

Para nuestro planteamiento, la dicotomía entre críticos y abanderados podría ser anecdótica, pero no acaba de serlo, en verdad, porque tomaremos muy en serio los pronunciamientos políticos o vitales que se desprenden de cada bando. Por mi parte, intentaré no deslizarme en demasía hacia estos extremos y trataré de recrear un conocimiento algo más cosmopolita, sin privilegiar asunciones ideológicas. No pretendo una visión neutra e imparcial, pero sí un esfuerzo por no enjuiciar permanentemente el asunto. Persigo cierta epojé o suspensión del juicio y adoptar una actitud lo menos apriorística posible.

La casta puede ser sin duda opresiva, como también el vehículo para la mejora social. Veremos casos en ambos sentidos. Pero convendría tratar de trascender falsos binarismos como tradicional/moderno, Oriente/Occidente, jerárquico/igualitario o el más simplón bueno/malo.

No todas las formas de vida contenidas en lo que llamamos “casta” pueden entrar en este tipo de dicotomías. Una de las conclusiones más firmes que he deducido después de tantos años de investigación sobre las castas es que estas no son una reliquia del pasado o un residuo pre- moderno. Por mucho que a algunos –indios o no indios– la institución de la casta les moleste o les avergüence, pienso que la casta ni se opone a la modernidad (como demuestra su sorprendente durabilidad), ni es una lacra que haya que ir capeando como se pueda mientras se va construyendo la nación. Concuerdo con Debjani Ganguly, quien conceptualiza la casta como una constelación de prácticas sociales muy variadas que están en perpetuo flujo y que no pueden ser completamente encapsuladas por la narrativa del progreso y la construcción de la nación.21

Curiosamente, porque las cosas son siempre cromáticas, existen otros dualismos significativos a propósito de esta institución. Por ejemplo, el que divide la cuestión entre aquellos que consideran la casta una estructura esencialmente religiosa frente a los que ven en ella un asunto más prosaico. Otro tipo de enfrentamiento –con frecuencia vinculado al anterior– se da entre historiadores y antropólogos. Y este es el que vamos a despachar ahora, prosiguiendo el hilo introductorio.

HISTORIADORES VERSUS ANTROPÓLOGOS

Se quejan los historiadores –y cierta escuela de indología– del exceso de confianza que los antropólogos otorgan a sus informantes y al testimonio oral. Ello nos hace víctimas de la “tradición inventada” y de la fragilidad de la memoria.22 La tendencia a subsumir y simplificar una sociedad compleja en una diminuta aldea rural nos impide ver las dinámicas, las fuerzas, las ideologías o las estructuras que han dominado y dominan la macrosociedad y sus instituciones. Los árboles no nos dejan ver el bosque. (Suscribo.)

Por su parte, los antropólogos protestan por la dependencia de los historiadores de los documentos escritos; lo que invariablemente nos lega una visión del pasado y del mundo muy elitista. Los textos no son ni fueron nunca descripciones de la realidad, sino convenciones literarias en manos de clérigos, cronistas, monjes…, esto es, de la élite letrada de cada sociedad. Reconstruir la historia a partir de los textos arroja siempre una visión estática, intemporal, aespacial,23 androcéntrica y árida de la sociedad. (Suscribo.)

Los historiadores –e indólogos– tienen una clara tendencia a contemplar la unidad de la India y a trazar modelos holísticos del sistema de castas. Louis Dumont y David Pocock apremiaban a «no olvidar nunca que la India es una ».24 Estudiando los antiguos textos en sánscrito, el indianista tiende a olvidar que los niños y niñas de la India de hoy aprenden geografía, historia o biología según un método, con un propósito y un contenido bien distintos del de los textos clásicos.

Los antropólogos, por su parte, tienden a resaltar la diversidad y la fragmentación y se contentan con describir su pequeña parcela de la realidad. No obstante, su tendencia a entender que cada sociedad posee una cultura “auténtica” puede aproximarlos a la posición de los indólogos. De ahí que cuando el antropólogo sabe de algo que ha sido introducido desde el exterior (una tecnología, un valor, un grupo migrante o un vegetal) cae en la falacia del culturalismo y lo desecha por “inauténtico”.

Por lo general, los indios han sido bastante dados a simultanear ambos enfoques. Es un pueblo que se desenvuelve con naturalidad con esas vagas categorías que llamamos lo “universal” y lo “particular”. Al fin y al cabo, fue con el eslogan “unidad-en-la-diversidad” como Gandhi y Nehru edificaron su proyecto nacional. De forma pareja, pienso que el quid consiste en armonizar estos dos enfoques. El lenguaje de los historiadores tiene que complementarse con el de los antropólogos. El estudio textual es imprescindible para conocer las ideologías , pero suele ser insuficiente para explicar los comportamientos .25 Y viceversa: la historia puede ser de estupenda ayuda al antropólogo.

Expongo todo esto porque en el tema que nos atañe existe una brecha formidable entre la visión del estudio textual y la del trabajo de campo. Simplificando de una manera algo grosera puede decirse que:

1 los historiadores-indólogos aportan una visión ideal de un sistema basado en el concepto de varṇa (clase socioespiritual) según aparece en los textos brahmánicos del pasado;

2 los antropólogos dan una visión empírica de la realidad social de la jāti (grupo endogámico) tal y como la vive la gente de hoy.

A los primeros, sólo parece interesarles las cuatro grandes clases socioespirituales. Para los segundos, lo que cuentan son las miles de subcastas. Los historiadores tienden a ver el sistema en términos religiosos y rituales. Los antropólogos acentúan los aspectos políticos y económicos. A unos sólo interesa lo simbólico y lo ideal. A los otros lo concreto y lo factual. Los indianistas sólo buscan la unidad y la continuidad. Los sociólogos aprecian la diversidad y el cambio. Pero, dado que todos consideran la casta como algo intemporal, unos y otros proyectan audazmente las nociones clásicas para explicar el presente o, a la inversa, utilizan la realidad contemporánea para reconstruir o reinventar la sociedad antigua.

Bien, me excusarán los expertos por plantear la cuestión en estos términos, casi maniqueos, porque la verdad es que hoy ya pocos autores sostienen visiones tan unilaterales. Pero a buen seguro habrán reconocido que estas tendencias han dominado el estudio de la sociedad índica durante mucho tiempo.

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