Vicente Romero - Cafés con el diablo

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"Cafés con el diablo describe algunos abismos del mal entre los que ha transcurrido y aún transcurre nuestra existencia, a los que sólo nos asomamos de forma ocasional y somera en reportajes de televisión y artículos de prensa, cuya brevedad –y, últimamente– escasez no nos permite mantenernos conscientes de su gravedad ni, por tanto, combatirlos. En sus páginas se refleja el horror de los delitos de lesa humanidad de los que Vicente Romero ha sido testigo a lo largo de los años en escenarios tan distintos como las tiranías del Cono Sur americano, la barbarie yanqui en Vietnam, la locura de los Jemeres Rojos en Camboya o las atrocidades de la actual «guerra contra el terrorismo».
Se trata de un libro insólito, fascinante –como afirma Jean Ziegler–, en el que el autor teje sus propias experiencias con entrevistas personales a algunos de los peores administradores del mal de la historia más reciente: criminales de lesa humanidad, genocidas, torturadores y asesinos en masa, diablos que se expresan con escalofriante frialdad ante un periodista que saben enemigo. Y junto a estos arrogantes centuriones, despiadados dirigentes políticos y altos funcionarios, convencidos todos de cumplir una misión histórica…, figuran sicarios obedientes, subalternos amedrentados ysoldados opolicías disciplinados.
Cafés con el diablo ofrece una información movilizadora sobre una realidad que estamos obligados a conocer. Porque traicionar la memoria de las víctimas del horror es traicionarnos a nosotros mismos."

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[7]Publicada por Editorial Novaro (México y Madrid, 1954-1974) bajo la dirección del jesuita José A. Romero.

[8]Entrevista con la periodista Alejandra Matus, publicada en 1991. Recogida en la biografía de Manuel Contreras que se encuentra en memoriaviva.com.

[9]En 1994 afirmó que la Escuela de las Américas había «producido más dictadores y asesinos que ningún otro centro en el mundo».

[10]Relatado en Francisco Martorell, Operación Cóndor. El vuelo de la muerte, Santiago de Chile, LOM, 1999. En 2019, el hijo de Oscar Bonilla pidió a la Justicia que investigara la muerte de su padre, ocurrida 44 años antes, sospechando que hubiera sido asesinado.

[11]Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile (2006-2010 y 2014-2018), fue nombrada en 2018 Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU. Detenida en 1975, fue torturada por Contreras en Villa Grimaldi. Su padre, el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, miembro del Gobierno de Salvador Allende, murió a causa de las torturas de la DINA.

[12]La CNI fue creada el 13 de agosto de 1977 y estuvo operativa hasta el 22 de febrero de 1990, cuando fue disuelta poco antes de la llegada del democristiano Patricio Aylwin a la presidencia chilena.

[13]En 1985, Contreras se separó de su esposa, María Teresa Valdebenito, con la que tuvo cuatro hijos, para irse a vivir con Nélida. Se casó con ella estando ya preso, en 2010. «Cumplimos el sueño de cualquier pareja que se ha amado toda la vida, en las buenas y en las malas», declaró entonces la novia.

[14]Barrios marginales. Su abundancia hizo que se les diera popularmente el nombre de callampas (setas, en lengua quechua).

[15]El predio donde se ubicaban los recintos de Cuatro Álamos y Tres Álamos había pertenecido a la congregación católica de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. El Estado lo había adquirido a finales de los años sesenta para el Consejo Nacional de Menores. La dictadura lo convirtió en uno de los centros principales de la represión. En 2010 fue declarado Monumento Nacional. Actualmente alberga las instalaciones del Servicio Nacional de Menores (SENAME).

[16]La dictadura estaba muy presionada desde distintos sectores –incluso por la Iglesia católica– y tendría que acceder a la liberación de presos políticos. Corvalán saldría de prisión antes de tres meses. El 18 de diciembre de 1976 sería canjeado en Zurich por el disidente soviético Vladimir Bukovski.

[17]Titulado «La memoria de Chile», fue emitido por TVE el 13 de septiembre de 2003. Producido por Fabio Díaz, con imagen y montaje de Juan Pangol.

[18]El predio de Villa Grimaldi fue ocupado por el Ejército en 1973, 24 horas después del golpe, para servir como centro clandestino de detenciones e interrogatorios. En 1988, su propiedad fue transferida al director de la CNI y dividida en lotes, ordenándose la demolición de sus edificaciones excepto el muro perimetral. El Estado lo expropió en 1994 y tres años más tarde se habilitó como Parque por la Paz.

[19]Sobre estos dos personajes, véanse pp. 56-60.

[20]Nubia Becker narró su experiencia como prisionera de la DINA en su libro Una mujer en Villa Grimaldi. Tortura y exterminio en el Chile de Pinochet, Santiago de Chile, Pehuén / Madrid, El Garaje, y otras.

[21]La más renombrada fue Marcia Merino, que llegó a participar en interrogatorios por medio de torturas y en la detención de la cúpula dirigente de su antiguo partido tras un intenso tiroteo. Su transformación personal dentro de Villa Grimaldi incluyó un romance con el capitán del Ejército Manuel Vásquez, simultáneo al de su compañera Luz con el también capitán Rolf Wenderoth. Posteriormente fue también pareja del agente de Investigaciones Eugenio Fieldhouse y de Juan Morales Salgado, jefe de la Brigada Lautaro de la DINA.

[22]Entrevistado por la periodista Mercedes Soler en el canal Univisión el 11 de abril de 1995.

[23]A través de su abogado, el coronel del Ejército Enrique Ibarra, se dirigió sobre todo al también coronel Marcelo Moren Brito, que había sido uno de sus superiores directos en la DINA.

Capítulo II

La sucia guerra de Vietnam

El nombre de Vietnam permanece como símbolo de la capacidad de resistencia popular frente a la más moderna maquinaria bélica, porque el fracaso militar y político de los Estados Unidos supuso la primera renuncia a imponer su voluntad por la fuerza. Los norteamericanos descargaron toda su furia contra el pequeño país asiático, cometiendo incontables crímenes de guerra. Lo bombardearon despiadadamente, utilizaron armas químicas y mantuvieron en el poder a gobiernos obedientes y corruptos, mediante una represión sin límites. Destruyeron 350 hospitales, 1.500 dispensarios y maternidades, 3.000 grupos escolares, un millar de diques y 1.600 instalaciones agrarias, fábricas y pequeñas industrias, almacenes y templos, causando dos millones de muertos civiles y que más de la mitad de la población rural se viera desplazada, con sus hogares arrasados.

Entrevista con Elmo Zumwalt. El atormentado almirante del agente naranja

Todo el patetismo de los efectos de la guerra química en Vietnam se refleja en el personaje contradictorio del almirante Elmo Zumwalt, una de las figuras militares norteamericanas con mayor prestigio profesional. En 1970, la revista Time le dedicó su portada calificándolo como «el líder más popular de la Marina desde la Segunda Guerra Mundial»[1]. Pero dos años antes había firmado, como jefe de las Fuerzas Navales en Vietnam, una orden que mancharía su carrera: el empleo masivo de un poderoso defoliante extremadamente tóxico, denominado agente naranja por las bandas de color que distinguían sus bidones.

Zumwalt repetiría durante toda su vida que no se arrepentía de haber tomado aquella decisión, que causó numerosas muertes y enfermedades, y cuyas consecuencias le perseguirían como una maldición en el terreno personal, afectando gravemente a su propia familia. Porque, cuatro lustros después, su hijo Elmo, que combatió en el Sudeste asiático bajo sus órdenes como teniente de la Armada, fallecería a la edad de 42 años tras sufrir un linfoma y la enfermedad de Hodgkin, dos secuelas del arma química. Y su nieto Russell padecería lacras congénitas del mismo origen, con severos trastornos de aprendizaje.

—No tengo sentimiento alguno de culpa –insistió varias veces durante nuestra entrevista–. Y volvería a utilizar el agente naranja sin dudarlo, en las mismas circunstancias que entonces.

Corría el mes de abril de 1995 cuando nos citó en su despacho de Washington. El encuentro fue breve y tenso. El almirante, que llevaba un año retirado, sabía que la conversación iba a centrarse en los efectos mortíferos del herbicida con que regó grandes extensiones de Vietnam del Sur, donde combatían miles de soldados a sus órdenes. Sin duda, habría preferido que hablásemos de otros hechos destacables en su larga hoja de servicios. Pero era consciente de que su prestigio como impulsor de la modernización de la Marina estadounidense estaba enturbiado por el empleo de un producto con daños de larga duración sobre la población civil. Un crimen de guerra sin más castigo público que la memoria amarga asociada a su nombre y el odio perenne de sus víctimas, incluidas sus propias tropas. El agente naranja envenenó su fama de militar progresista, justamente ganada por las reformas que realizó en el seno de la Marina en favor de la igualdad racial y de género, que supusieron la promoción a puestos de mando de oficiales afroamericanos y de mujeres, a las que autorizó a pilotar aviones navales. Y también por haber permitido que la tropa luciera barbas, patillas, mostachos y melenas.

—¿No conocía usted los efectos del agente naranja cuando decidió usarlo masivamente?

—No. En aquel momento no se informó de que representara ningún riesgo, más allá de algunos problemas ocasionales de cloración. Consultamos con el Ejército y la Fuerza Aérea los posibles daños sobre seres humanos, ya que lo habían utilizado en operaciones de defoliación. Y nos aseguraron que era inocuo. Confié en lo que nos dijeron y ordené el rociamiento. Como resultó efectivo, se utilizó cada vez más.

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