—¿Cuánto tiempo hace que no sueltas tus certezas?
—¿Cuándo fue la última vez? ¿Recuerdas?
—¿Qué te pierdes al no soltarlas?
—¿Crees que es posible?
—Si es posible, ¿para qué no lo haces?
Te invitamos a anotar en un cuaderno aquello que te gustaría hacer y que no tienes ninguna certeza del resultado. Es escribir algo que represente un desafío.
—¿Puedes ir por ello, aunque no sepas cómo resultará?
—¿Puedes disfrutar de hacerlo más allá del resultado?
—¿Para qué serviría hacerlo?
—¿Crees que desafiaría la incertidumbre que genera en ti?
Hace algunos años una coach venezolana dijo una frase que nos caló muy hondo: “Nuestra oferta siempre tiene que ser mayor a nuestras aparentes posibilidades, porque es lo que nos permite encontrar en nosotros nuevos recursos que tenemos y que ni siquiera sabemos que nos pertenecen” . La reflexión nos invita a buscar en el terreno de lo no obvio. Allí está lo que también tenemos, pero no sabemos que nos pertenece. Muchas veces en una situación inesperada o trágica nos decimos: “¿De dónde saqué esa capacidad de reacción?”, “¡No sabía que era capaz de hacer tal o cual cosa!”. Pues bien, no esperemos que eso pase solo en la excepción que siempre tiene una situación límite. Podemos hacernos un gran regalo saltando ese límite por propia voluntad, con decisión, con asombro para hacer lo que no hemos hecho hasta ahora.
Existen dos tipos de incertidumbre. La que tomamos por propia voluntad, eyectándonos a algo distinto, y la incertidumbre que nos asalta, la que no elegimos y que suele llegar sin aviso previo. Ambas ponen a prueba nuestra confianza y flexibilidad. Un ejemplo del primer caso es el mochilero que sale sin hoja de ruta dejándose llevar por lo que se presenta en el camino, resuelve sobre la marcha, acepta las circunstancias. El segundo caso ocurre –por ejemplo– cuando te dejan sin trabajo de un día para el otro, sin explicaciones y sin que te paguen la indemnización. No lo has elegido y ni siquiera lo tenías previsto. En ambas situaciones, la incertidumbre está presente, pero en la primera hay una elección y en la segunda una decisión que otros toman sobre tu trabajo y sin margen de negociación. En ambos casos surge la misma pregunta: ¿Y ahora qué?
¿EN MOVIMIENTO O ESPERANDO?
¿Qué permisos te estás dando para vivir en este espacio siempre incierto que es la vida?
La vida no te pide permiso para vivir. El mundo sigue su curso y mientras tanto qué vida estás teniendo en ese mundo que sigue “mundeando”.
En la incertidumbre aparecen dos tipos de personas: las que hacen y las que esperan. Las primeras aceptan la incertidumbre y encuentran en ella el motor para tomar nuevas decisiones, para emprender acciones, reforzar vínculos, buscar todos los recursos necesarios que les permitan vivirla plenamente. El escalador de alta montaña encuentra en la incertidumbre la llave para seguir ascendiendo hasta la cumbre sin saber cómo es el tramo que sigue, cuáles son los peligros, qué circunstancias le esperan y qué hay en la cima. Escala a partir de la información previa, pero sabiendo que pueden presentarse situaciones que no están en los libros. Las personas que esperan son las que no buscaron todavía todas las alternativas posibles en ese espacio incierto donde también pueden aparecer la creatividad, la imaginación, la prueba y el error. Son las que se rinden y aguardan pacientes, y a veces no tanto, a que los otros den respuestas que ellas también poseen, pero no usan. Esperar acciones de los otros que yo mismo/a podría haber tomado es quedarme en el círculo de ceguera donde ya estoy inmerso/a.
Mariano recuerda la noche en la que, llegando a Capital Federal, le dijo a los gritos a Miguel, su amigo, que el auto había pasado sin control a otro carril en la autopista Panamericana. Faltaban 42 kilómetros para llegar a su casa y Miguel, que iba al volante, se durmió. El auto chocó contra una loma de burro y se incrustó en la banquina. Miguel y Mariano salieron ilesos, pero Adriana –esposa de Miguel– había golpeado su cabeza con el espejo retrovisor.
Los tres quedaron al costado del camino sin que nadie los asistiera. Adriana, bañada en sangre, lloraba a gritos y rogaba no morirse. Miguel solo atinó a mirar las cubiertas del auto y preguntarse en voz alta si el seguro cubriría semejante siniestro vial. Mariano enseguida llamó a su trabajo y a dos amigos pidiendo ayuda, avisó a la familia, abrazó a Adriana, logró que dos mujeres frenaran para dar auxilio y, luego, recibió a la ambulancia.
—¿Con quién te identificas?
—¿Con Miguel… el que espera?
—¿O con Mariano… el que hace?
—¿Quién crees que hubieras sido tú en una situación como la que contamos?
—¿Qué hubieras hecho?
Si bien se trata de un hecho imprevisto puede ser también un reflejo de lo que habitualmente hacemos en nuestra vida.
Saltar a la incertidumbrees un entrenamiento. Para algunos resulta más fácil que para otros. Hay quienes tienen habilidades innatas y otros que necesitan de mayores prácticas. No queremos plantear en estas páginas una idea romántica de la incertidumbre, pero tampoco quedarnos con la falsa idea de que es el infierno en la Tierra.
La incertidumbre es parte de la naturaleza de nuestras vidas y del mundo que habitamos. Es un hecho real y concreto. Necesitamos creer en la seguridad porque nos permite avanzar con menos miedo, pero nos damos cuenta de que es una falsa idea cuando las cosas nos suceden, nos devastan y nos dejan, como dice la vocecita del gps, “recalculando”. La incertidumbre también nos sorprende cuando creemos que todo puede ser un desastre, que no somos capaces, que estamos condenados/as al fracaso, que vamos a aburrirnos. Sin embargo, llega lo incierto. Salió maravilloso, pudimos hacerlo, fue un éxito, nos divertimos como nunca…
María Eugenia se dio cuenta de que el amor no era para toda la vida cuando Raúl, su marido, le planteó separarse. Ya no la deseaba, quería tomar distancia y rehacer su vida. Ella quedó destruida. Su cabeza se paseó por todos los pensamientos posibles. Pasó de la furia a la resignación con la misma velocidad que un segundo del reloj le sucede a otro.
María Eugenia llegó a uno de nuestros talleres con su amiga Silvia y no entendía por qué estaba allí si ella le había jurado amor eterno a su marido. Después de escucharla le preguntamos:
– María Eugenia, en el arco de posibilidades, ¿nunca consideraste que el desamor era una de tantas opciones? ¿Que tú podrías haberte desenamorado también? ¿Que podría haber sido mutuo?
La mujer bajó su cabeza, hizo un juego desordenado con los dedos y reconoció:
– Yo también me desenamoré, pero me aterra que se vaya de casa porque al menos me mantenía. Ahora voy a tener que salir a buscar trabajo para pagar los gastos.
No la paralizó el desamor de su todavía marido. La abrumó la incertidumbre. Se le había acabado una comodidad incómoda, ahora todo dejaría de ser previsible y automático. Para María Eugenia ya no había puntos suspensivos en la relación de 13 años porque Raúl había puesto el punto y aparte.
Saltar a la incertidumbrees aceptar que puede aparecer el miedo. El miedo como una emoción genuina, que nos avisa si estamos frente a algún peligro, para que nos podamos cuidar. Esa es la noble misión del miedo y escucharlo es una gran oportunidad. ¿Qué tal si escuchas a tu miedo? ¿Qué te está avisando? ¿Qué quieres hacer luego de oírlo? Hay que escuchar lo que el miedo nos dice porque un miedo mal escuchado genera más miedo. Lo vamos cubriendo de capas como la cebolla y se hace grande como una bola de nieve. Eso es lo que nos paraliza. Cuando resisto el miedo lo hago más grande aún, si lo acepto puedo vivir mejor con él.
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