Un capítulo aparte merecen los padres infantiles. Juegan con sus hijos, se divierten con ellos, son capaces de idear aventuras maravillosas y arriesgadas. Sin embargo, son padres sin ley. Son compañeros de sus hijos, pero no pueden darles el sostén del límite. Son los padres que se pasan el día durmiendo, que se olvidan de las responsabilidades escolares de sus hijos, que los ponen en peligro por el solo hecho de que ellos, como adultos, tampoco tienen límite. Una persona así es capaz de darle de probar alcohol a su hijo de tres años o de ponerlo al volante a los seis para que se divierta.
Los hijos de padres infantiles sienten que tienen que encontrar ellos mismos el freno porque sus padres no pueden hacerlo. Son los que terminan regañando a su mamá o a su papá porque se quedan dormidos para llevarlos a la escuela, mientras que ellos ya hicieron todo solos: se levantaron, se prepararon el desayuno y se vistieron.
Los padres narcisistas también tendrán dificultad para cumplir la función. Cuando alguien se mira a sí mismo en exceso es difícil que pueda amar bien a otro. A estos padres sus hijos los incomodan, los estorban. Y se lo hacen saber. Es muy frecuente en la sociedad de nuestros días en los que el narcisismo y el individualismo parecen ser la norma. Los jóvenes no quieren renunciar a nada y se hartan de posponer sus necesidades en función de sus hijos. Pero seamos sinceros, narcisistas hubo siempre. Solo que estaba más disfrazado porque socialmente no se veía bien que una madre quisiera ocuparse de sí misma aun al precio de descuidar a su prole.
Por el contrario, vemos a muchas mamás modernas haciendo malabares para continuar su carrera, trabajar, mantenerse lindas, ir al gimnasio, ver amigos y, a la vez, cuidar bien de sus hijos. Ellas no tienen dudas de cuál es la prioridad. Pueden estar cansadas o agobiadas, pero no cambiarían ese estado por nada del mundo. Todas las demás cosas que hacen orbitan alrededor de la maternidad, y sus hijos son lo más importante de sus vidas. Se les nota en el discurso, en la preocupación y en el amor con que encaran la tarea.
Si están bien acompañadas por una pareja que sostenga el proceso, sus hijos nunca sentirán la falta por más horas que ella pase fuera de casa. Son madres presentes desde un lugar mucho más interno y más sólido. Si no tienen un padre que acompañe en la función, se las arreglan para que sus hijos se sientan seguros y cuidados en todo momento.
Veamos cómo se repiten algunos modelos al llegar a la vida adulta:
Estoy en pareja con un narcisista. Es muy difícil porque parece que nunca puedes entrar en su mundo. Solo habla de él, de sus logros, de sus proyectos, de su cuerpo, de sus recursos. Es como si quisiera que lo envidien. Te taladra la cabeza con detalles banales que a nadie le importan, pero que él cree que son superimportantes. No tiene registro del otro. No piensa que una está cansada, que no te interesa o que te aburre. Y ni hablar de que se interese por tu mundo. Cuando necesitas de él nunca está. Mi madre era igual, solo existía para sí misma. Siempre pensé que no iba a afectarme, pero busqué una pareja igual a ella.
CUANDO HAY QUE CUIDAR A
LOS QUE NOS TIENEN QUE CUIDAR
Hoy se habla mucho de hogares disfuncionales. La crítica frecuente a este concepto es que no hay familias perfectas: nada más lejos de lo que sería un hogar funcional. La perfección siempre es sospechosa porque no permite el error y enmascara exigencias desmedidas.
Pueden existir variadas maneras de funcionar mal en una familia: distorsiones en la comunicación, alianzas y complicidades dolorosas, violencia, secretos. Pero nos detendremos en un funcionamiento que es el germen de las dependencias afectivas.
Un hogar disfuncional es, entre otras situaciones, aquel en el que la función está alterada. Las jerarquías se han invertido y los niños se han parentificado. Alguno de los hijos ha ocupado el lugar del adulto y siente que tiene que tomar las riendas de la familia.
En estos casos los niños cuidan de sus cuidadores . Muchas veces ocurre con el hijo mayor, a quien se le asigna el rol de el responsable . Otras veces el lugar es ocupado por las hijas mujeres ya que ellas naturalmente se deslizan hacia el rol materno y la función del cuidado , como si estuvieran jugando a la mamá con sus muñecas. El problema de estos niños es que no solo se están ocupando de asumir una responsabilidad que los excede, sino que no hay nadie que se ocupe del cuidado de ellos. Es decir que el problema es de doble vía: sensación de desamparo y peligro por un lado, y responsabilidad excesiva por el otro.
La consecuencia de esta interacción familiar es que estos niños crecen sobrecargados y que no tienen un registro claro del autocuidado.
Sus preocupaciones infantiles dejaron de ser obtener una buena calificación en Matemáticas o que les compren el último juguete de moda. Piensan y sienten como adultos y viven como tales.
Nadie se ocupaba de mis tareas escolares, nunca me ayudaron con los deberes, mi mamá y mi papá estaban demasiado ocupados con sus problemas como para sentarse conmigo un rato. Yo tenía problemas con la comida y empecé a engordar, pero en casa a nadie pareció importarle. Así que sola trataba de ver qué hacer. En la escuela se burlaban de mí, pero no podía hablarlo con nadie. Mamá estaba siempre mal y yo no podía traerle un problema más. Como en casa había remedios y yo veía que ella tomaba laxantes entendí rápidamente que esa podía ser la “solución” a mi problema. Comencé así lentamente con lo que más tarde fue la bulimia.
No se trata de hacerles ver a los niños un jardín de rosas. Los problemas, de diversa índole, existen. Lo importante es que ellos sepan que no tienen que ocuparse de resolverlos. Para eso están los adultos.
Problemas familiares como el alcoholismo o la violencia generan escenas evidentes. Sin embargo, como mencionamos antes, el abandono parental también puede ser mucho más sutil.
Ciertos padres invitan a sus hijos a mediar en las disputas familiares, a tomar partido, a salir en defensa del adulto al que ven más vulnerable. Hijos de padres separados deben lograr que su padre les pase el dinero de la cuota alimentaria. Otros deben convencer a mamá para que desista de un juicio. En estas situaciones, los padres ponen a los niños en la incómoda posición de ser quienes llevan y traen información de un lado y del otro, con los consecuentes conflictos de lealtades.
Siempre fui grande. No recuerdo haber sido niña. La responsabilidad se hizo carne en mí como mi segunda piel. Fue por eso que me resultó tan natural hacerme cargo de otros en mis relaciones adultas. Nunca pude estar con un hombre que se ocupara de mí, pero además nunca pude estar con un hombre que se ocupara de él. Así que siempre me ocupé de ambos y, como es natural y como había aprendido en la infancia, primero me ocupaba del otro. Si me quedaba fuerza, energía, dinero y tiempo me ocupaba de mí.
Las neurociencias han comprobado en investigaciones de laboratorio con roedores que los malos cuidados maternos en las etapas tempranas de la vida generan cambios a nivel neurobiológico y que en la vida adulta tendrán consecuencias sobre la manera de reaccionar frente al estrés y la ansiedad.
En los seres humanos estos cambios en la plasticidad neuronal infantil pueden promover un estado de hiperalerta y vulnerabilidad para padecer trastornos de ansiedad, estrés y depresión en su vida adulta.
El hecho de no haber podido ser niño en la infancia y haber tenido que asumir responsabilidades de adulto va a teñir las relaciones emocionales a lo largo de la vida. El niño crece con la sobrecarga de ocuparse de aquellos que tendrían que cuidarlo, y esto genera un cambio adaptativo a nivel psicológico que se verá reflejado en las variables neurobiológicas de respuesta al peligro, a la amenaza y al daño.
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