Patricia Castro
Sueño contigo, una pala y cloroformo
© de la obra: Patricia Castro
© de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU
© de la ilustración de cubierta: Oriol Hernández
© de las fotografías del interior y de la contracubierta: Cesc Sales
Edición: Apostroph
Correcciones: A la bartola
Diseño de cubierta: Apostroph
Diseño de tripa: Mariana Eguaras
Maquetación: Apostroph
Imágenes: Cesc Sales
Impresión: Romanyà Valls
ISBN digital: 978-84-122005-0-8
Primera edición en papel: septiembre de 2019
Primera edición en digital: abril de 2020
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Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.
Pedro Salinas
La voz a ti debida (1933)
I
Todo esto es por tu culpa, puta.
Estoy recomponiendo los trozos de mi corazón roto, amargo y lleno de rabia. Trato de encontrarle sentido a todo esto; cada vez que pienso en lo que nos ha pasado, en lo que me has hecho, me doy cuenta que eres una grandísimahijadeperra.
Sí, tú.
Saber que me leerás es de los pocos placeres que encuentro ahora mismo porque me has vuelto a joder la vida. Juré que no volvería a dejarte entrar y al final cedí, me rendí a ti, a tus ojos azules, a tu voz dulce, a tu piel y a tu suave aroma a melocotón, pero eres una zorra despiadada. Ya no sé si te odio más que te quiero pero si fuese lo suficientemente valiente —o cobarde— te mataría sin pensarlo dos veces, gozaría llevándome a la boca tu sangre para verte morir lentamente; no te mereces una muerte digna y sin dolor, mereces sufrir como el mal bicho que eres. A veces te imagino retorciéndote, pidiendo ayuda y yo sonriendo al ver, por fin, algo de justicia en un mundo en el que la gente como tú queda como la buena y la gente como yo, que escribe de cómo te torturaría y te mataría lentamente —pero que nunca lo hará— se pudre sin remedio.
¿Todavía pensáis que la vida es bonita?
Os podría decir que el día que la conocí el sol brillaba, radiante, como en ninguna otra ocasión y el cielo era de un azul imposible, pero no. No hubo ningún presagio de los dioses; el cielo está vacío y el Olimpo sirve para vender libros a los gilipollas que quieren hacerse los interesantes a costa de la mitología griega. Era invierno y ella me perseguía por las redes sociales. Los millennials somos esos jóvenes de clase trabajadora condenados a no tener futuro, pretenden que seamos cool y nos conocemos a través de Twitter, Instagram y estas aplicaciones de la modernidad líquida.
Jodido Zygmunt Bauman.
Compartí mensajes con ella antes de conocerla en persona; había algo que no me acababa de cuadrar, pasaba bastante de ella, de su palabrería y de sus halagos vacíos; no me sirvió de mucho ignorarla porque al final caí, no una vez, sino dos.
Escribo para expiar mi culpa. No sé qué más hacer. Podría coger una escopeta; no tengo ni idea de dónde conseguir una, aunque viviendo en el extrarradio de Barcelona sería fácil encontrar un arma o un riñón de segunda mano.
Júlia, no puedo dejar de pensar en ti: por eso sueño contigo, una pala y cloroformo.
La vida es una aventura y he visto demasiadas pelis americanas. Podría matarla pero estoy demasiado ocupada escribiendo esto como para vestirme e ir a por ella. Además, ni yo tengo complejo de Raskólnikov ni esto es una novela de Dostoievski, yo solo soy una niñata de barrio perteneciente a la aristocracia filofascista del cinturón rojo rajando de una tía loca que me ha rechazado y que la última vez que hablamos me dejó en visto en Whatsapp; ese es el gran drama moderno.
Estás a tiempo de cerrar este puto libro y seguir con tu vida de mierda pero también te puedes quedar para regodearte con las miserias de aquellos a los que les va peor y están más jodidos y frustrados que tú. Todo son ventajas.
No tengo un buen día y quien dice un día, dice una temporada; más bien esta no es mi época aunque dudo que en alguna hubiera encajado mejor que en este deprimente barroco emocional que está resultando el siglo XXI. Decían en Forrest Gump que la vida era como una caja de bombones y nunca sabías lo que te iba a tocar dentro. Yo solo os digo que la vida es más bien como el Buscaminas, nunca sabes qué hijodeputa —en la historia que nos ocupa, hijadeputa— te va a hacer estallar primero.
Nos conocimos en invierno. Después de conversaciones sin sentido en las que me contaba a qué restaurantes le gustaba llevar a su novio para torturarlo con esa relación de pareja absurda que tenía —con todas sus trampas y toda la buena fe de él— y de compartir alguna que otra intimidad que me la pelaba llegó el día en que nos vimos las caras.
No tenía nada claro qué hacer con mi vida. Vivía atrapada, sin saberlo, en una relación monógama convencional que no me satisfacía, no por monógama y convencional, sino porque yo era como un mueble, adorada por ser guapa y lista —esta no es una historia de humildad sino de odio y venganza— pero sin deseo; solo había adoración por su parte y sacrificio por el mío.
El amor es, en muchas ocasiones, sacrificio y esfuerzo, pero también debe ser felicidad. Conocer a Júlia jodió todos mis planes de buena hija, de esposa fiel, de feminista ética y de buena amiga; se llevó todo mi amor y solo me dejó cuatro recuerdos no del todo buenos y las migajas de una pasión descafeinada.
Así era ella, un torbellino en medio de la calma, un puto diamante manchado de sangre, probando sus mieles no podías sentirte a gusto, sabías que algo iba mal, que nada era lo que parecía. Por aquel entonces yo trabajaba en un medio digital cutre de independentistas liberaloides en el que hacía mi papel preferido, el de la histriónica comunista y feminazi. Júlia me mandó un mensaje:
Júlia
Avui ens veiem, cuca
Ella me hablaba en catalán y yo le respondía en lo que me salía del coño; me encantaban sus aires pretenciosos de wannabe pequeño-burguesa que formaba parte de la izquierda indepe intelectual e iba de teórica feminista. No sabía qué me gustaba más, si su repelencia o esa locura que aprecié en sus ojos nada más verla. Ella era fuego y yo siempre había deseado quemarme.
Recuerdo subir por las escaleras escuchando Nirvana, ese grupo del que solo pueden ser fans y vestir sus camisetas los tíos de treinta años que salen con adolescentes, no como las niñatas de quince, que son todas unas posers por hacer lo mismo que ellos. Me puse nerviosa sin motivo. En realidad, a pesar de haber pasado de ella y sus mensajes plomizos durante meses, algo había captado mi atención.
Esa fue mi maldición, Júlia: hacerte caso.
Cuando la vi a través del cristal de la redacción mi mundo se paró. Es jodidamente cruel que esté escribiendo esto ahora, rota de dolor, en vez de estar comiéndole el coño porque sé, muy en el fondo, que nos hubiera ido muy bien; ella necesitaba —siempre necesitará— a alguien que le dé cariño y yo siempre necesitaré a alguien a quien mimar hasta que me muera.
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