Como era inevitable en la conquista de América, principalmente violenta, fueron los misioneros la otra cara de la moneda. Ellos llegaban atrás de los conquistadores para evitar a toda costa la fuerza de las armas y suavizar hasta donde fuera posible el encontronazo entre Europa y las Indias Occidentales. Los misioneros fueron los primeros pacifistas de América. Sabían que si ellos no buscaban los encuentros pacíficos, nadie más lo haría, ya que una gran mayoría de los conquistadores y colonizadores se dejaba llevar por la ambición desatada. Ambición por el oro y las riquezas. Pero los misioneros no ambicionaban oro, ni poder, ni tesoros. Ellos ambicionaban ganar a los indios para la causa católica, veían en los indios a seres humanos en toda su dignidad de hijos de Dios, y así los defendieron. Lucharon porque la sociedad novohispana les diera ese lugar, no el de esclavos que otros pretendían darles. Buscaban un equilibrio justo para todos. Por eso los misioneros fueron los primeros humanistas de nuestro continente.
La motivación que inspiró y sostuvo a los misioneros fue, sin lugar a dudas, su enorme fe en Jesucristo y la transmisión de su mensaje, darlo a conocer entre los “gentiles”, aun a riesgo de su propia vida y sin importar los trabajos que tuvieran que pasar. Creían profundamente en ese mensaje y su trascendencia. Y no solo creían en él, estaban comprometidos con él. Llegar a esto supone una vocación, y el ser misionero era eso, una vocación. No cualquiera se iba de misionero y no a cualquiera se aceptaba para este trabajo. Se le consideraba un don de Dios y los misioneros sentían que de esta manera daban respuesta a su llamado. Con frecuencia se asocia al misionero con el conquistador, los reyes, los emperadores de su tiempo y sus intereses, a veces no muy santos. Para nosotros, los habitantes del siglo XXI, con justa razón nos parece incomprensible e inaceptable esta relación abierta y diaria entre cruz y espada, progreso y reducción, civilización y sumisión. En los siglos que trabajaron los misioneros los derechos humanos aún no existían y todos los súbditos de un rey tenían que profesar la religión de éste. No se discutía. Los misioneros lo sabían y aceptaban. Pero a pesar de eso, e incluso aunque llegaran a depender económicamente de los poderosos, siempre buscaron vivir de acuerdo al espíritu del Evangelio de Jesucristo. La entrega radical de muchos misioneros nos da testimonio de esto. Amaban a sus indios y buscaban lo mejor para ellos, tanto en lo espiritual como en lo material. Sería muy difícil pensar en otras intenciones.
Mapa 2. La isla de California. Mapa de Johannes Vingboons, 1650. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Imagen predominante que se tenía de California a la llegada de Kino a Nueva España, en 1681. En ese tiempo en la supuesta isla no existían pueblos y se le consideraba “inconquistable” debido a más de siglo y medio de intentos fracasados.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que cuando los misioneros se ponían del lado de los indios era solo para defenderlos contra la explotación física y económica a la que se les sometía, consideraban que la obediencia al Rey de España y a Dios era cosa natural y para cumplir esto los militares apoyaban a los misioneros en las zonas fronterizas. En este sentido, las opiniones de los jesuitas (aún de los más objetivos) eran temporal y socialmente condicionadas y limitadas por la época. También hay que aclarar que no todos los misioneros tuvieron la mística humana hacia los indios. Hubo una minoría que dieron un mal testimonio de su vocación. Eso ocurre en todos los grupos humanos y los misioneros no fueron la excepción.
En esencia los misioneros pidieron venir a estas tierras, aún ignotas y en formación, por amor, solo por amor. Y el amor incluye también una buena dosis de aventura y ventura, correr riesgos inimaginables, soportar jovialmente tribulaciones y adversidades hasta el heroísmo, ser llamado loco y hacer locuras según los hombres cuerdos. Muchos misioneros, incluidos los de Baja California, llamados y ayudados por el amor de Dios y el amor al prójimo tuvieron la motivación suprema para cruzar océanos, explorar caminos, fundar regiones, trazar cartografías, describir costumbres y tradiciones, explorar para encontrar sitios para sus misiones, levantar caminos, traer la agricultura y la ganadería, levantar templos como si fueran grandes arquitectos, hacer presas y acequias, evangelizar y enseñar a los indios otra cultura e idioma, ellos mismos aprender otras lenguas y hacerse lingüistas y etnógrafos, establecer pueblos, hacerla de médicos, consolar en las tristezas, solidarizarse con sus indios y defenderlos cuando y cuanto fuera necesario, traer la civilización occidental a donde tenían que ir. En fin, su pedagogía para ganarse a los indios fue la pedagogía del amor hasta la muerte. Para ellos los indios llegaron a ser como sus hijos.
En nuestros días hay numerosos críticos a la labor de los misioneros, sin embargo, los indigenistas de hoy y los “defensores” de los indios de hoy, se encuentran muy lejos de las posturas comprometidas de los misioneros. Ninguno de estos supuestos “defensores” conoce las lenguas de los indios, como la conocían los misioneros. Ninguno se va a vivir con los indios, como lo hacían los misioneros. Ninguno deja a su familia, su tierra, su patria, títulos y posiciones académicas, para ir a ser parte de las comunidades indias, como lo hicieron los misioneros. Ninguno conoce a los indios con esa profundidad con que los conocían los misioneros, y a ninguno de ellos aman los indios como llegaron estos a amar a sus misioneros. Y, lo más importante, ninguno da su vida por los indios, como lo hicieron no pocos misioneros.
Los misioneros nunca vinieron a América para ser fichas del ajedrez político. Llegaron aquí como parte de una convicción personal religiosa y humana. Sabían que con su labor estaban construyendo un mundo nuevo, estaban fundando y transformando regiones nuevas. Querían sembrar estas nuevas provincias que fundaban con los valores y principios del cristianismo, que para ellos lo eran todo, y era lo que marcaba el sentido de sus vidas. Si no hubieran creído en esto nunca se les hubiera visto por acá. Y lo hacían por amor, por amor al ideal de Jesús y por amor a la humanidad, representada en este caso por sus indios.
Fundadores de la California
En los libros de historia de Baja California nunca se menciona a los misioneros como los fundadores de esta tierra. Si vemos con cuidado el devenir peninsular, nos daremos cuenta de que lo que hoy es, partió precisamente de la llegada de estos hombres. Al ir estableciendo las misiones fueron sentando las bases del actual desarrollo bajacaliforniano. Quien dio inicio a esta fundación fue el misionero jesuita Juan María Salvatierra, gran amigo del padre Kino, al establecer en 1697 la misión de Nuestra Señora de Loreto, la primer misión permanente de las Californias. Le siguieron más de cincuenta misiones a lo largo de casi 140 años, y de este desarrollo surgieron los estados de Baja California y Baja California Sur y California, los dos primeros en México y el último en los Estados Unidos.
El padre Kino fue el protomisionero de la península y cofundador de Baja California, ya que sus dos intentos, aparentemente fracasados, el primero en Nuestra Señora de Guadalupe de Californias y el segundo en San Bruno, fueron un importante antecedente que mucho le sirvió al padre Salvatierra. Por otra parte fue Kino quien convenció a Salvatierra de la necesidad de evangelizar California e insistió en que se les diera el permiso de regresar a la península, el que finalmente les fue concedido. Sin embargo las labores que Kino tenía en Sonora eran tan importantes que no pudo salir para proseguir el proyecto Californiano, por lo que Salvatierra lo inició sin su presencia.
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