1 PRÓLOGO
2 Desapariciones forzadas en democracia
3 PREFACIO
4 CAPÍTULO 1
5 Violencia institucional y represión estatal
6 CAPÍTULO 2
7 Raúl (1983-1989)
8 CAPÍTULO 3
9 Carlos (1989-1999)
10 CAPÍTULO 4
11 FERNANDO (1999-2001)
12 CAPÍTULO 5
13 Catorce desaparecidos para cuatro presidentes
14 CAPÍTULO 6
15 NÉSTOR (2003-2007)
16 CAPÍTULO 7
17 CRISTINA (2007-2015)
18 CAPÍTULO 8
19 MAURICIO (2015-2019)
20 CAPÍTULO 9
21 ALBERTO (2019-2021)
22 CAPÍTULO 10
23 Desaparecidos originarios
24 EPÍLOGO
25 Anexo
26 Distintas miradas sobre los desaparecidos en democracia
27 DESAPARECIDOS EN DEMOCRACIA (1983-2021)
28 Informe de Correpi
29 AGRADECIMIENTOS
30 Bibliografía
1 Cover
Meyer, Adriana
Desaparecer en democracia : cuatro décadas de desapariciones forzadas en Argentina / Adriana Meyer ; prólogo de María del Carmen Verdú.
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2021.
Libro digital, EPUB - (Historia urgente / Constanza Brunet ; 88)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-8303-68-0
1. Desaparecidos. 2. Víctimas de Violación de los Derechos Humanos. 3. Democracia. I. Verdú, María del Carmen, prolog. II. Título.
CDD 323.044
Edición: Constanza Brunet
Coordinación editorial: Víctor Sabanes
Corrección: Brenda Wainer
Diseño gráfico de tapa e interiores: Hugo Pérez
Fotografía de tapa: Marcha por la aparición con vida de Facundo Astudillo Castro, en Carmen de Patagones, Buenos Aires, julio de 2020. Foto de Vanesa Schwemmler.
© 2021 Adriana Meyer
© 2021 Editorial Marea SRL
Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina
Tel.: (5411) 4371-1511
marea@editorialmarea.com.ar
www.editorialmarea.com.ar
ISBN 978-987-8303-68-0
Depositado de acuerdo con la Ley 11.723. Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A mis viejos, a mis hijos.
A Ani.
PRÓLOGO
Desapariciones forzadas en democracia
La desaparición forzada es un delito de lesa humanidad, un crimen de Estado imprescriptible que se sigue cometiendo mientras las víctimas no aparecen, y se profundiza cuando la impunidad las vuelve a desaparecer.
El 24 de diciembre de 1983, José Luis Franco, de 23 años, fue visto cuando era detenido, en la ciudad de Rosario, por el comando radioeléctrico que lo trasladó a la comisaría 11ª. Un hábeas corpus que denunció su desaparición tuvo resultado negativo. Tiempo después, su cuerpo masacrado apareció en un descampado y la policía provincial comunicó que fue “muerto en un enfrentamiento”. Apenas catorce días después de la asunción del presidente Alfonsín, se inauguraba así la lista de personas desaparecidas por las fuerzas de seguridad estatales en democracia, que suma más de 200 casos.
En los años siguientes hubo una docena más de situaciones semejantes, es decir, personas que fueron vistas por última vez cuando eran detenidas o estaban bajo el poder de hecho de las fuerzas de seguridad, cuyos cuerpos fueron desaparecidos en la tortura u otra forma de asesinato bajo custodia. Sin embargo, no se hablaría públicamente de “desaparición de personas” hasta mucho tiempo después, y todavía sin admitir algún grado de sistematicidad de esa modalidad represiva en tiempos de gobiernos constitucionales.
Ni siquiera la desaparición, en enero de 1989, de Iván Ruiz, José Díaz, Carlos Samojedny y Pancho Provenzano tras la represión en el Cuartel de La Tablada –cuidadosamente cajoneada por el secretario ad hoc del Juzgado Federal de Morón, un por entonces ignoto Alberto Nisman– logró ser reconocida como tal hasta hace muy poco tiempo, soslayando incluso las recomendaciones emitidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la causa Abella v. Argentina el 18 de noviembre de 1997, que el Estado argentino incumplió. Fue necesario llegar al juicio oral, que tuvo sentencia en abril de 2019, para probar judicialmente que los cuatro fueron capturados con vida, asesinados y sus cuerpos desaparecidos. La condena a prisión perpetua del ex general del Ejército Alfredo Arrillaga, sin embargo, no fue por el delito de desaparición forzada seguida de muerte, sino por homicidio agravado por alevosía, y hasta hoy no se ha condenado a nadie por las otras tres desapariciones acreditadas.
Un puñado de desapariciones a manos de las fuerzas de seguridad empezaron a taladrar el muro de invisibilización en los 90, en algunos casos a nivel nacional, en otros apenas si local, gracias al impulso de sus familias y de la creciente militancia antirrepresiva: Adolfo Garrido, Raúl Baigorria y Paulo Guardati en Mendoza; Héctor Gómez y Martín Basualdo en Entre Ríos; Andrés Núñez y Miguel Bru en La Plata; Diego Rodríguez Laguens en Jujuy; César Mansilla en Tucumán. Para 1997, cuando la policía mendocina desapareció a Sebastián Bordón en El Nihuil, Mendoza, algunos medios empezaron a desempolvar la palabra DESAPARECIDO, y se repitió, ya en el siglo xxi, con Iván Torres y muchos otros. Sin embargo, solo con la segunda desaparición de Jorge Julio López, en septiembre de 2006, y la de Luciano Arruga, en enero de 2009, se empezó a percibir de manera más masiva que también en democracia desaparecen personas, y fue más rápida la reacción popular cuando fueron desaparecidos Santiago Maldonado, Luis Armando Espinosa y Facundo Astudillo Castro.
El recorrido cronológico que propone este libro permite reconstruir no solo la historia de las desapariciones en democracia, sino la lucha por el reconocimiento de esa modalidad como sistemática también en democracia. Claro que, en esta etapa, hay características diferenciales, como la autoría por parte de las fuerzas de seguridad en lugar de las fuerzas armadas, y por supuesto su muy menor incidencia cuantitativa. Pero subsisten en todos estos casos los elementos centrales de la desaparición forzada de personas: la intervención activa del aparato estatal y el ocultamiento de los cuerpos.
De esos más de 200 casos registrados, a veces, sus cuerpos fueron hallados días o años después, pero en muchísimos otros seguimos reclamando saber dónde están. Hay un puñado de casos que sobresalen por sus particulares circunstancias, como Jorge Julio López –testigo y querellante de la emblemática causa Etchecolatz, desaparecido el día de los alegatos–; Daniel Solano –trabajador frutihortícola de Choele Choel que venía impulsando la organización sindical contra las condiciones de trabajo de híper explotación que imponía la empresa Agrocosecha– o Santiago Maldonado –primer desaparecido en el marco de la represión de una fuerza federal por un conflicto de tierras de una comunidad originaria–. Pero la enorme mayoría son jóvenes pobres, con una historia previa de hostigamiento, por denuncias que venían realizando, o personas que se resistían a ser reclutadas como mano de obra para alguna de las muchas variantes de la criminalidad policial que explotan a lxs más vulnerables.
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