No lo fue, pero fue por lo menos sentido de la justicia. En su gran obra I comici italiani. Biografia, bibliografia, iconografia (publicada en Florencia entre 1897 y 1905, 2 vols. en 3 tomos, casi 2.000 páginas, infinitas ilustraciones y facsímiles de documentos antiguos), los actores menores tienen también su sitio junto a los nombres de primera, como si la recapitulación pudiera ser un poquillo menos injusta que la vida, hasta el punto de que el pobre Anzampamber (o Anzempamber o Azampamber o también simplemente Zampamber), prototipo de los cómicos de la legua, de los que no se sabe bien ni el nombre ni la persona, puede estar al lado de la divina Isabella Andreini y el oscuro garibaldino-autor-actor Salvestri duerme pocas líneas antes del gran Tommaso Salvini.
Luigi Rasi murió a los 66 años en 1918, había sido un actor culto, educado, pero probablemente un poco impotente, llegado al teatro desde los estudios clásicos y los teatros de aficionados. En 1881, cuando no tenía todavía 30 años, fue nombrado director de la Regia Escuela de recitación de Florencia entre furibundas disputas con el viejo Ernesto Rossi, quien, junto a Tommaso Salvini, había sido uno de los príncipes del teatro italiano. Se construyó una vida a mitad entre teatro activo y escuela, entre tradición y modernismo. Escribió libros de monólogos y los interpretó. Todas sus obras eruditas, incluidos los preciosos volúmenes de I comici italiani , son como una fluvial y amable conferencia de una vida entera de duración.
Rasi, como hacía en sus verdaderas conferencias, es alguien que cuenta la vida del teatro exhibiendo imágenes, representando fragmentos, mostrando ante el oyente una fascinante documentación-espectáculo. También su libro La Duse (1901), libro agudo, la primera monografía seria sobre la gran artista, tiene la estructura de una conferencia-espectáculo, no distinta, a pesar de las dimensiones, de la que abre Il libro dei monologhi (1888, 1891 –2.ª ed.–), en el que el autor-conferenciante da muestras de los rudimentos del arte escénico y expone retratos de sus protagonistas.
No es fácil formular un juicio histórico sobre la figura de Luigi Rasi, es decir, definirnos ante él. Nos nubla sobre todo la gratitud. Pero no hay duda de que su amor por el teatro, incluso en sus manifestaciones mínimas y humildes, no fue acompañado por una asimismo fuerte reivindicación de dignidad.
Su interés por el mundo de los actores fue literalmente entre ellos ( interesse ), estar entre ellos, pero también lejanía. No la distancia del actor/jefe, sino el sentimiento de lo exótico. Un exotismo familiar.
Esta duplicidad de su amor Rasi no puede transformarla en sentido histórico. Precisamente él, que tuvo el mérito de transformar la memoria de los actores desaparecidos, estuvo también en el origen de la memoria menguada: su cultura distinta está representada con la indulgencia del culto por lo inculto (de la misma manera que hará después Sergio Tòfano con Il teatro all’antica italiana , en 1965).
El anecdotismo tiene su propia ideología y Rasi aisló muchos materiales actorales en ese saco de indulgencia y no cultura que es el anecdotismo: su Libro degli aneddoti fue innumerables veces ampliado y reeditado a partir de 1882 y presenta un teatro infinitamente menos serio del de I comici italiani , pero no muy diferente por el comportamiento del observador.
La diferencia –para decirlo con la brevedad que se usaría en una historia de la etnología– está vista como inferioridad cultural o gozada a través de las escenitas más cómicas (Stefano Geraci: «Per uno studio dei fondamenti dell’aneddotica teatrale», Quaderni di Teatro 21-22, agosto-noviembre de 1983).
Pero no todo se acaba aquí. Rasi asume frente a los cómicos un comportamiento semejante al de los poetas llamados crepusculares frente al mundo que los rodea y se está desvaneciendo. Es extranjero tanto entre los hombres de escena como entre los hombres de libro. Pide a sus ex alumnos que escriban informes sobre las compañías a las que van a trabajar, quiere los diarios de la vida cómica, entiende su importancia, su diferencia. El de los cómicos es ya en su tiempo «un mundo de ayer» que suscita alguna nostalgia y ternura.
Sobre el exotismo, de hecho, aletea siempre un cierto aire de «poesía». Y Rasi la transmite muy bien a sus alumnos y nos la transmite a nosotros en el teatro que nos ha dejado en forma de libro.
Fino recitador de Carducci, íntimo de Edmondo de Amicis y colaborador de Gabriele d’Annunzio, maestro de su hijo Gabriellino, amó sobre todo a los poetas y los escritores. Sus mejores alumnos no fueron en realidad los que llegaron a ser actrices y actores, sino dos poetas y novelistas: Marino Moretti y Aldo Palazzeschi.
Este último, en 1972, después de setenta años de amistad «que no produjeron una sombra» y «no provocaron una mancha», mandó a Moretti una epístola en verso que rememoraba su encuentro en la escuela de Rasi y, en alejandrinos, fijaba el recuerdo de la poesía que Rasi sabía difundir en torno al teatro en los mismos años en los que otros en Europa (Craig estaba en Florencia) buscaban renovar el arte teatral con rigor, amor a la verdad y odio por el teatro corriente. He aquí los versos de Palazzeschi:
Nos encontramos en el mes de febrero de 1903
primerizos en una comedia de Goldoni: el abanico .
¿Quién nos había llevado a aquel lugar?
Parece difícil adivinarlo, en cambio es facilísimo:
la poesía que en aquel tiempo aleteaba sobre el teatro.
2.2 Los libros de Jarro y otros estudios
La escuela florentina de Luigi Rasi estaba en la calle Laura. Después de 1918 y de la muerte de su director, continuó existiendo a través de varias transformaciones (se convirtió en el teatro G.U.F. * y después en teatro universitario) hasta 1950, cuando su teatrillo fue desmantelado y el edificio dedicado a Archivo de los Registros Inmobiliarios. «Pues no está tan mal», comenta Mario Moretti, en una poesía de tres o cuatro años anterior a la de Palazzeschi, en la que él también reevoca la escuela de Rasi imaginando que su calle habla en primera persona:
Calle Laura, antes calle de la Crocetta:
puedes ir, que te espera.
«Ven, hijo mío, ven
aunque falte el teatrillo
por el que dejaste griego y latín
liberándote de lazos y frenos.
Tú, viejo, sabes bien que no te realizaste en la escena
sino que cogiste, vamos, sus restos
en tantos versos acres o serenos,
en tantas criaturas de novelas;
aunque perdón te pida
en este umbral, por la puerta cerrada.
Incluso yo, como pequeña calle
he sufrido por esta clausura,
pero tú excedes la medida
si en enfermedad la conviertes.
Créelo, viejo, no está tan mal,
si el teatrillo era sólo encuentro
de poetas en busca de lo nuevo;
créeme, no está mal, no está mal,
que hoy sea un despacho estatal».
Calle Laura, antes calle de la Crocetta:
puedes volver, te espera.
Es extraño: Rasi, que recopiló tantas biografías de actores y salvó del olvido tantos nombres, quedó durante muchos años reducido casi sólo a un nombre sobre el frontispicio de sus libros divertidos y eruditos, y su memoria de maestro y teatrante se disipó. En noviembre de 1976, por ejemplo, en la apertura de un congreso en Florencia dedicado a «Palazzeschi hoy», Eugenio Montale hablaba del maestro Rasi en tonos nebulosos, embutidos de «se dice» y comparaba los inciertos relatos acerca de la juvenil e interrumpida tournée de Aldo Giurliani, después Palazzeschi, en la compañía Talli, con ciertas leyendas periodísticas que habían circulado sobre él, Montale, que decían que había nacido en Nueva York de padres italianos y le atribuían el honor de haber debutado como barítono en el Metropolitan. 4
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