Ferdinando Taviani - Hombres de escena, hombres de libro

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Este libro ofrece una visión del teatro italiano del siglo XX, de sus mejores textos y de sus espectáculos, con una abundantísima y rigurosa información, que comprende casi una guía de autores y obras. El autor opera una selección exigente y la expone vinculándola a una teoría interpretativa global, que le permite plantear con originalidad un horizonte articulado del conjunto.

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Memorias rivales no son sólo las que contraponen los «se dice» teatrales a los documentos; o las piezas de teatro que quedan a las que vivieron y se disolvieron; o las que distinguen una historiografía contenta sólo de la literatura dramática de una historiografía que busca las huellas del teatro desaparecido. También son los modos distintos de transmitir la memoria de los teatros. Hay, por ejemplo, un modo divertido que parece decir: «¡Todo esto vale poco, pero es tan amable, es tan curioso y divertido que vale la pena contarlo!». Es el modo, entre otros, de Rasi. Mira a los actores siempre un tanto desde lo alto, como si su muy peculiar cultura fuese incultura, salvando a los actores excelsos como si fueran excepcionalmente cultos. En una nota en el que quizá es el libro más hermoso escrito nunca sobre un actor, el libro de Gordon Craig sobre Henry Irving, publicado por Longmans, Green & C. (Nueva York-Toronto) en 1930, el autor recuerda la impresión que muchos espectadores tenían de Irving como de un actor intelectual y la comenta afirmando que Irving poseía en todos sus aspectos la cultura del actor, nada más ni distinto. A la luz de la cultura de los literatos, sin embargo, habría sido un ignorante.

Con propiedad de términos no deberíamos hablar de «cultura», sino de «subcultura» de los actores. Persistiremos, en cambio, en el error porque «subcultura» en el lenguaje común indica no la variante de un grupo restringido, sino algo inferior, precisamente lo que está sobreentendido en ese modo de hablar sobre los actores con la sonrisita en los labios que acaba por menoscabar su memoria.

En 1896, el mismo año en el que Luigi Rasi publicaba el primer fascículo de I comici italiani , un periodista florentino culto y rico, ocurrente y pantagruélico tragón, cronista de teatros, llamado Jarro (su verdadero nombre era Giulio Piccini), publicó un librito erudito en el que recogía las cartas del que fue tal vez el primer Arlequín de la Comedia del arte, Tristano Martinelli, que vivió entre los siglos XVI y XVII. Es un librito –titulado Epistolario di Arlecchino – fruto de investigaciones de archivo, de documentos todavía hoy preciosos, pero que Jarro enmarca con ocurrencias graciosas y frases periodísticas contra las máscaras cómicas que actúan en el Parlamento en lugar de en los teatros, y que comenta, cada vez que los documentos le dejan espacio para ello, siempre con el tono del cronista de una historia cómica y rebajada. Es un comportamiento muy distante del que él asume en el mismo año en otro opúsculo erudito que trata de episodios teatrales de la vida de Alfieri en Florencia. El comportamiento jocoso es la música de fondo cada vez que Jarro escribe del mundo del teatro en sus numerosos libros y folletos producidos en los primeros años del siglo XX, en los que nos transmite –no se puede olvidar– un precioso patrimonio de noticias.

El comportamiento jocoso o anecdótico (otro importante libro de Jarro es la Vita aneddotica di Tomaso Salvini e ricordi degli attori del suo tempo , publicado en Florencia en 1908) es el resultado de la dificultad de justificar culturalmente el trabajo de investigación y transmisión de la cultura teatral del pasado. Así como Rasi usa la estructura de la conferencia amable y curiosa, Jarro adopta –también para sus libros– la estructura y el tono del feuilleton cultural y también materiales recogidos en los periódicos para divertir y documentar al lector, sorprendiéndolo con pormenores verdaderos.

En los mismos años de Jarro y de Rasi, la historiografía de corte positivista había producido un impetuoso desarrollo de los estudios sobre el teatro, debido, entre otros motivos, al hecho de que para los estudiosos de aquella tendencia era regla suspender el juicio de valor sobre los materiales que afloraban en sus excavaciones. Actores, espectáculos, usos festivos, representaciones de carácter «popular» o de género «bajo» eran catalogados y analizados no porque a los ojos del historiador parecieran tener o haber tenido alguna cualidad intrínseca, sino porque servían para reconstruir el pasado: incluso los objetos devaluados crean paisaje.

Sin esta depauperante premisa ideológica, de la historia del teatro italiano habríamos seguido sabiendo poco o nada. Se produjeron, sin embargo, los estudios de Alessandro d’Ancona, Vincenzo de Amicis, de Lorenzo Stoppato, los libros de Benedetto Croce sobre Polichinela y sobre los teatros de Nápoles, los trabajos de Adolfo Bartoli y Michele Scherillo sobre la Comedia del arte, las investigaciones de Corrado Ricci sobre los teatros boloñeses y de Angelo Solerti y Domenico Lanza sobre el teatro en Ferrara, de Antonio Paglicci Brozzi sobre el de Milán y así sucesivamente.

En esta estela de trabajos, todavía hoy fundamentales, desarrollados en los últimos años del siglo XIX y a principios del XX, encontramos siempre una misma actitud frente a los materiales: un amor sin humildad, un interés o una pasión del historiador que se arma de indulgencia para no tener que repetir a cada momento que se trata de una ganga con apenas algún brillo de pepita.

Para los historiadores positivistas la erudición teatral no proporcionaba sólo teselas para completar las historias de la literatura y de las culturas ciudadanas. A menudo, también había en sus estudios una rabia ideológica contra la historia establecida, un deseo de dar la vuelta a las imágenes y a los paradigmas con la fría fuerza de los documentos. A veces –como sobre todo en el caso de Benedetto Croce (su hermosísimo libro sobre I teatri di Napoli volvió a ser publicado en 1991 por la editorial Adelphi de Milán)–, hay un amor casi inconfeso, casi de tono menor, por la vida de los escenarios, como uno de aquellos amores a la doméstica, de antigua memoria burguesa que, sin embargo, hubiera asumido una inusitada ternura y un inusitado púdico respeto por la amada.

Hay siempre en estos estudios una polémica sobreentendida contra la historia unilateral del teatro, la que toma en consideración únicamente la producción de textos literarios dramáticos. Pero está presente también la dificultad de rastrear el valor desvanecido.

Las dos memorias rivales mantienen una desproporción de nobleza.

2.3 La Enciclopedia dello Spettacolo y el Patalogo. Historiografía teatral del siglo XX

No sorprenderá, en consecuencia, si, después de haber hablado del modo aparentemente aséptico de excavación y del modo jocoso de feuilleton o conferencia-espectáculo de transmitir la memoria del teatro, nos detenemos ahora a observar una enciclopedia y un anuario. En el espacio literario del teatro su lugar no hay que minusvalorarlo. Estos grandes repertorios de informaciones son también la materialización de una actitud, de un modo bien caracterizado, de recordar y transmitir.

Un verdadero teatro-en-forma-de-libro es la Enciclopedia dello Spettacolo , ideada y dirigida por Silvio d’Amico, publicada en 9 volúmenes entre 1954 y 1962, concebida eliminando las fronteras drásticas entre teatro, cine, circo y ballet; concediendo espacio a los teatros asiáticos; insertando un gran número de voces que se refieren a la vida material de los teatros, la jerga y la legislación; prestando a los actores una atención no distinta a la prestada a los escritores y recogiendo una importante documentación iconográfica.

Dado que la Enciclopedia dello Spettacolo ha quedado carente de índices generales (aparte de un décimo volumen de actualización de los años 1955-1965, tiene un volumen en el que han sido recogidos en orden alfabético todos los títulos de las obras teatrales citadas, indicando el autor pero sin indicar los lugares en que aparecen), ofrece todavía muchas sorpresas, incluso a quien es su usuario desde hace años: de hecho, ocurre que uno se encuentra en medio de voces insospechadas.

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