Las Siete Copas de la Ira de Dios (Ap.Cap.16): serán derramadas en forma sucesiva y rápida por siete ángeles:
El primero derramará su Copa sobre la Tierra, y una úlcera maligna y dolorosa sobrevendrá sobre los hombres que tienen la marca de la Bestia y que adoran su Imagen;
El segundo derramará su Copa sobre el mar, y éste se convertirá en sangre como de muerto, y todos los seres vivientes que existan en el mar perecerán;
El tercero derramará su Copa sobre los ríos y fuentes de agua, que se convertirán en sangre. Y se oyó al ángel de las aguas decir: “Justo eres, el que Es y el que Será, por haber hecho así justicia. Porque derramaron sangre de santos y de profetas, sangre les ha dado a beber. Bien se lo merecen”;
El cuarto derramará su Copa sobre el Sol y le será concedido abrasar a los hombres con fuego. “Blasfemaron entonces del nombre de Dios, que tiene potestad sobre estas plagas, pero no se convirtieron para darle gloria”;
El quinto derramará su Copa sobre el trono de la Bestia. Su reino se cubrirá de tinieblas y la gente se morderá la lengua de dolor. Blasfemarán entonces del Dios del cielo a causa de sus dolores y de sus úlceras, pero no se convertirán para darle gloria;
El sexto derramará su Copa sobre el río Éufrates, que se secará para dar camino a los reyes, con más de 200 millones de combatientes, que vendrán de Oriente. Declara el profeta que “vio salir de las fauces del Dragón (Satanás), y de la Bestia (el Anticristo) y del Falso Profeta tres espíritus inmundos…que obran señales y visitan a los reyes de la Tierra entera con el objetivo de congregarlos para la batalla del gran día de Dios todopoderoso…y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Harmaguedón” (Ap.16:18). Entonces, el Señor Jesucristo regresará al mundo con sus ángeles para liderar esta batalla contra las fuerzas del mal, a las que derrotará con el poder de su boca.
El séptimo derramará su Copa al aire, y del Santuario saldrá una gran voz que proveniente del trono dirá: ¡Hecho está! , y habrá relámpagos, y voces y truenos, y sobrevendrá un terremoto tan violento como nunca antes. Dios se acordó entonces de Babilonia la grande, para darle a beber la copa del vino de su terrible ira. Desaparecerán entonces las islas y los montes, y una enorme graniza caerá sobre los hombres quienes blasfemarán a Dios, porque la plaga será terrorífica.
La Caída de Babilonia (Ap.Cap.17-18)
Fue ésta una ciudad originada de Babel, a la que el Señor destruyó por el desafío de sus hombres de querer construir una torre que alcanzara el reino de Dios. Para confundirlos, Él creó entonces diversos lenguajes. Babilonia fue demoníaca desde sus orígenes ya que la esposa de Nimrod, su fundador, fue Semiramis, reconocida como la primera gran sacerdotista de la idolatría y la madre de todo sistema pagano en el mundo, cuya influencia ha perdurado a través de los siglos. Espiritualmente, las Escrituras nombran a Babilonia como la “Gran Prostituta”, porque “con ella fornicaron los reyes de la tierra y con el vino de su fornicación se embriagaron los moradores de la Tierra…sus mercaderes eran magnates… y con sus maleficios se extraviaron todas las naciones. Y en ella se encontró sangre de profetas y santos, y cuantos fueron asesinados sobre la Tierra” (Ap.18). Apocalipsis advierte que Babilonia está construida sobre “siete colinas” y por su pasado de gran poder e influencia, así como de persecución al cristianismo, el comentario en la Biblia Católica de España (usada como referencia en este libro) a 1 Pe.5:13, considera que Babilonia representa a Roma.
Sea ésta, u otras metrópolis como Nueva York o Londres, según la opinión de otros estudiosos bíblicos, Dios pondrá en la mente del Anticristo y de los diez reinos ejecutar Su propio plan divino, por lo que ellos mismos destruirán Babilonia y la dejarán despojada y desnuda. Bajó entonces un ángel del cielo y gritó a gran voz: “Cayó Babilonia, la grande”… mientras otro ángel decía: Salid pueblo mío de ella, para que no os hagáis cómplices de sus pecados ni partícipes de sus plagas”. Y aunque la ceguera demoníaca del mundo parezca poco menos que imposible, la Palabra dice que se levantarán contra ella y “será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y no aparecerá nunca más” (Ap.18:21).
La primera venida de Jesucristo, hace algo más de 2.000 años, fue el evento más importante de la historia del mundo, y dividió el tiempo entre “antes” (a.c.) y “después” (d.c.) de Él. Vino primeramente a su pueblo y este no lo recibió, pese que existían 38 profecías explícitas sobre su nacimiento: cuando sería, como sería, donde sería, de que familia, de su linaje, nacido de una virgen, que sería declarado “Hijo de Dios”, que su ministerio sería en Galilea, que sería rechazado por su pueblo, que sería crucificado, etc…, y por cuanto todas y cada una de éstas profecías se han cumplido, la probabilidad de un error estaría en la enésima potencia, o sea, virtualmente imposible. Esta prueba irrefutable de la veracidad de las Escrituras y de lo que éstas declaran sobre el Señor Jesucristo, la analizaremos en detalle en el Capítulo 1º de este libro.
Concerniente a la Segunda Venida de Cristo, el respaldo profético es igualmente abrumador: hay 1.845 profecías en las Escrituras sobre este evento, de las cuales 1.527 están en el Viejo Testamento. La mayoría de ellas ya se han cumplido! Sólo la falta de conocimiento de la Palabra de Dios, y de comunión con el Espíritu Santo que nos ha sido dado para guiarnos a la Verdad, pueden aun someramente explicar la presente falta de fe de Judíos y Cristianos, quienes aún piden una “señal” para creer. Pues aquí la tienen delante de sus ojos, y consideren que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hch.11:6). Por ello, incursionaremos en profundidad sobre estos temas en los capítulos siguientes de este libro.
La Segunda Venida de Cristo no será como la primera, vista por un grupo pequeño de pastores y algunas huestes angelicales. Esta vez la Palabra nos dice: “Inmediatamente después de la Tribulación de aquéllos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará su brillo, las estrellas caerán del cielo y el mundo de los astros se desquiciará. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, se golpearán el pecho todas las tribus de la Tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará a sus ángeles con potente trompeta, para que reúnan a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo al otro de los cielos” (Mt.24:29-31). Cristo montará un caballo blanco, al igual que los ejércitos del cielo que lo siguen, y sobre su manto lleva un nombre: “Rey de Reyes y Señor de Señores”, y frente a Él lo confrontarán todas las naciones de la Tierra con todos sus ejércitos, guiados por la Bestia y por cuantos adoraron su imagen. Pero el Anticristo y el Falso Profeta serán rápidamente tomados prisioneros, y “ambos … arrojados vivos al lago de fuego que arde en azufre. Los demás fueron muertos por la espada que salía de la boca del jinete” (Ap.19:20). Dice la Palabra que después de esto, habrá un gran clamor en el cielo, y se oirá: “¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder de nuestro Dios, porque sus designios son verdaderos y equitativos…”.
Y entonces aparecerán tronos y las almas de los que habían sido decapitados por causa de dar testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios durante la Tribulación, quienes “volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años. Esta es la Primera Resurrección. Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección. Sobre éstos no tiene potestad la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él por mil años” (Ap.20:4-6).
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