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Sarah MacLean: Once escándalos para enamorar a un duque

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Sarah MacLean Once escándalos para enamorar a un duque
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    Once escándalos para enamorar a un duque
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    Испанский
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Once escándalos para enamorar a un duque: краткое содержание, описание и аннотация

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LA HERMANA PEQUEÑA DE LOS INCORREGIBLES RALSTON PROMETE SER EL ESCÁNDALO DE LA TEMPORADA. Juliana Fiori es un espíritu apasionado. Es impulsiva, valiente, decidida y poco le importa lo que opine el resto de la alta sociedad londinense, lo que la convierte en el blanco favorito de los cotilleos de la ciudad. Es nada más y nada menos el tipo de mujer que el duque de Leighton querría tener lo más lejos posible. El duque tiene una intachable reputación que proteger, pero Juliana está dispuesta a demostrarle que nadie puede resistirse a la pasión, aunque se trate del mismísimo duque de Leighton, y tiene dos semanas para demostrárselo.

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Juliana emitió un pequeño resoplido de indignación. El duque tenía unos pómulos ridículos.

Jamás había conocido a alguien tan atractivo.

—Sí —dijo él arrastrando las palabras—, entiendo que le resulte difícil estar a la altura de su reputación.

La luz desapareció, reemplazada por el aguijonazo de sus palabras.

Y jamás había conocido a alguien tan aborrecible.

Agradecida por la oscuridad de su rincón del carruaje, Juliana retrocedió ante la insinuación de él. Estaba acostumbrada a los insultos, a los ignorantes rumores que acompañaban al hecho de ser la hija de un comerciante italiano y una marquesa inglesa venida a menos que abandonó a su marido e hijos… y que renunció a la élite londinense.

Eso último era la única decisión de su madre por la que Juliana sentía cierta admiración.

A ella le hubiera gustado decir a todos dónde podían meterse sus reglas aristocráticas.

Empezando por el duque de Leighton, el peor de su calaña.

Aunque al principio no lo hubiera sido.

Juliana desechó ese pensamiento.

—Le ruego que detenga el carruaje y me deje bajar.

—Supongo que las cosas no van como había planeado, ¿no es así?

Juliana se detuvo.

—¿Como había… planeado?

—Venga, señorita Fiori. ¿Cree que no sé qué pretendía con su jueguecito? Descubierta en mi carruaje vacío, el lugar ideal para un encuentro clandestino, al pie de las escaleras de la casa ancestral de su hermano, durante uno de los eventos más concurridos de las últimas semanas.

Juliana puso los ojos como platos.

—¿Cree que pretendo…?

—No. Sé que pretende llevarme al altar. Y su pequeña confabulación, que su hermano supongo que ignora, dada su absoluta simpleza, podría haber funcionado con otro hombre de menor valía y título. Pero le aseguro que no funcionará conmigo. Soy un duque. Si nos enfrentáramos en un combate de reputaciones, me alzaría fácilmente con la victoria. De hecho, si en estos momentos no me encontrara desgraciadamente en deuda con su hermano, habría dejado que se hundiera en la miseria a las puertas de Ralston House. Su pequeña farsa no se merecía otro final.

El duque se expresó con calma y frialdad, como si hubiera mantenido aquella misma conversación innumerables veces en el pasado y ella solo fuese un pequeño inconveniente; una mosca en su tibio e insípido consomé, o lo que fuera que comieran con cuchara los esnobs aristócratas británicos.

De entre todos los arrogantes y pomposos…

Juliana notó cómo se acumulaba la rabia en su interior y apretó los dientes con fuerza.

—De haber sabido que este era su vehículo, lo habría evitado a toda costa.

—Entonces resulta todavía más sorprendente que no viera el gran sello ducal grabado en la puerta.

Aquel hombre era exasperante.

—Sí, es realmente sorprendente, ¡porque no me cabe duda de que el sello de su carruaje debe de rivalizar en tamaño con su engreimiento! Le aseguro, su excelencia —escupió el título honorífico como si fuera un insulto—, que si deseara encontrar marido iría tras alguien que tuviera algo más que ofrecer que un extravagante título y un exceso de vanidad. —Pese a ser consciente del temblor de su voz, fue incapaz de detener la perorata—. Está tan encantado con su título y su posición social que me sorprende que no lleve la palabra «duque» bordada con hilo de plata en todas sus capas. Por el modo en que se comporta, cualquiera pensaría que ha hecho algo más para ganarse el respeto de estos incautos ingleses que haber sido engendrado, azarosamente, en el momento adecuado y por el hombre adecuado. Quien, además, imagino que llevó a cabo la proeza exactamente del mismo modo en que lo hace el resto de los hombres: sin el menor refinamiento.

Cuando Juliana se detuvo, con el corazón martilleándole en los oídos, sus palabras quedaron suspendidas entre ambos; su eco pesado, en la oscuridad. Senza finezza . Hasta ese momento no comprendió que en algún punto de su perorata se había puesto a hablar en italiano.

Esperaba que el duque no la hubiera entendido.

Se produjo un largo silencio, un vacío abismal que amenazó su cordura. Y entonces el carruaje se detuvo. Permanecieron sentados un instante interminable, el duque inmóvil como una roca, ella preguntándose si se quedarían en el interior del vehículo para siempre, pero entonces Juliana oyó el sonido de la tela sobre el asiento. El duque abrió la puerta de par en par.

Juliana se asustó al oír su voz: profunda, oscura y más cercana de lo que imaginaba.

—Baje del carruaje.

Hablaba italiano. Perfectamente.

Juliana tragó saliva. Bien, no pensaba disculparse. Sobre todo después de las cosas terribles que le había dicho él. Si iba a echarla del carruaje, que así fuera. Volvería a casa caminando. Con orgullo.

Tal vez alguien le indicara la dirección en la que debía encaminarse. En cuanto hubo descendido del carruaje, se dio la vuelta, esperando ver cómo se cerraba la portezuela tras ella. Pero, en lugar de eso, vio cómo el duque la seguía, ignorando completamente su presencia y dirigiéndose hacia las escaleras del palacete más cercano. La puerta se abrió antes de que llegara al rellano.

Como si las puertas, al igual que todo lo demás, se inclinaran ante su voluntad.

Lo observó entrar en el profusamente iluminado vestíbulo, donde un enorme perro marrón corrió con torpeza para darle la bienvenida con euforia.

Adiós a la teoría según la cual los animales son capaces de presentir la maldad.

Ese pensamiento le arrancó una sonrisa, y el duque se dio la vuelta en aquel mismo instante, como si le leyera los pensamientos. La luz volvía a iluminar sus angelicales rizos cuando dijo:

—Entre o márchese, señorita Fiori. Está agotando mi paciencia.

Juliana hizo ademán de contestar, pero el duque ya había desaparecido, de modo que se decidió por la opción menos problemática.

Lo siguió al interior de la casa.

Cuando la puerta se cerró a su espalda y el lacayo se apresuró a seguir los pasos de su señor adonde fuera que lacayos y señores solieran ir, Juliana se detuvo a contemplar el amplio vestíbulo de mármol y espejos dorados cuyo único propósito debía de ser conseguir que el espacio resultara aún más grande. Había media docena de puertas que conducían a otras tantas estancias, así como un largo y oscuro pasillo que se adentraba aún más en el palacete.

El perro se sentó al pie de la ancha escalera que daba a los pisos superiores de la casa. Bajo el silencioso escrutinio canino, Juliana fue súbita y embarazosamente consciente del hecho de que se encontraba en la morada de un hombre.

Sin escolta.

Con la salvedad de un perro.

Un animal que había demostrado ser bastante mediocre juzgando el carácter de las personas.

Callie no lo aprobaría. Su cuñada le había advertido específicamente que evitara situaciones como aquella, pues temía que los hombres pudieran aprovecharse de una joven italiana apenas familiarizada con la constricción británica.

—Le he enviado una misiva a Ralston para que venga a recogerla. Puede esperar en…

Juliana levantó la cabeza cuando el duque se interrumpió. Al mirarlo a los ojos, vio que estos estaban nublados con algo que, si no lo conociera, podría confundirse con preocupación.

Pero ella lo conocía bien.

—¿Qué pasa…? —preguntó ella mientras intentaba entender qué había provocado que el duque avanzara hacia ella a grandes zancadas.

—Dios mío. ¿Qué le ha sucedido? Alguien la ha atacado.

Juliana observó a Leighton mientras este servía dos dedos de whisky en un vaso de cristal y después se acercaba hasta donde ella se encontraba, sentada en una de las descomunales butacas de piel de su estudio. Cuando le ofreció la bebida, Juliana negó con la cabeza.

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