Fiódor Dostoyevski - Crimen y castigo

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En Crimen y castigo el joven estudiante Raskolnikov decide escenificar su nihilismo y hacer de paso un favor a la sociedad asesinado a una vieja usurera, un parasito segun sus propias palabras. Asi se enmarca una novela que expresa la esencia mas profunda de la tragedia, a la que el autor altera la catastrofe final mostrando sobre las tablas la historia el crimen y el castigo esto es el fruto de la catarsis de la piedad y el terror en el alma del protagonista

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Su somnolencia y estupefacción fueron seguidas de una extraordinaria, febril, como distraída, prisa. Pero los preparativos que había que hacer eran pocos. Concentró todas sus energías en pensar en todo y no olvidarse de nada; su corazón seguía latiendo y latiendo de tal manera que apenas podía respirar. Primero tuvo que hacer un lazo y coserlo en su abrigo, un trabajo breve. Rebuscó debajo de la almohada y sacó una camisa vieja y desgastada, sin lavar. De sus trapos arrancó una tira larga, de un par de centímetros de ancho y unos dieciséis de largo. Dobló esta tira en dos, se quitó su amplio y fuerte abrigo de verano (su única prenda exterior) y comenzó a coserla bajo la sisa izquierda. Le temblaban las manos mientras cosía pero lo hizo con éxito para que no se viera nada por fuera cuando se puso de nuevo el abrigo.

La aguja y el hilo los había preparado mucho antes y estaban sobre un papel en su mesa. En cuanto al lazo, era un ingenioso dispositivo propio. El lazo estaba destinado al hacha. Le era imposible llevar el hacha por la calle en sus manos y si la escondía bajo su abrigo habría tenido que sostenerla con la mano, lo que se habría notado. Ahora solo tenía que poner la cabeza del hacha en el lazo y colgarla tranquilamente bajo su brazo, en el interior. Poniendo la mano en el bolsillo de su abrigo, podía sostener el extremo del mango hasta el final, para que no se balanceara. Como el abrigo estaba muy lleno, un abrigo normal, no se podía ver desde fuera que sostenía algo con la mano que estaba en el bolsillo. Este lazo, también, lo había diseñado quince días antes.

Cuando terminó con esto, metió la mano en una pequeña abertura entre el sofá y el suelo, tanteó en la esquina izquierda y sacó la prenda que había escondido y preparado mucho antes. Esta prenda era, sin embargo, solo un trozo de madera suavemente cepillado, del tamaño y el grosor de una pitillera de plata. Recogió este trozo de madera en uno de sus paseos, en un patio donde había una especie de taller. Después añadió a la madera un fino trozo de hierro liso que también había recogido en la calle. Colocando el hierro, que era un poco más pequeño, sobre el trozo de madera, los sujetó con firmeza, cruzando y volviendo a cruzar el hilo alrededor de ellos. Luego los envolvió con cuidado y delicadeza en un papel blanco y limpio y ató el paquete de manera que fuera muy difícil desatarlo.

Este era para distraer la atención de la anciana durante un tiempo mientras trataba de deshacer el nudo y así ganar un momento. La tira de hierro se añadió para dar peso y que la mujer no adivinase en el primer minuto que la “cosa” era de madera. Todo esto había sido guardado de antemano bajo el sofá. Estaba listo para salir cuando escuchó a alguien de repente en el patio decir:

‘Hace mucho tiempo que dieron las seis’.

‘¡Hace mucho tiempo! ¡Dios mío!’.

Escuchó aquello y se precipitó hacia la puerta, cogió su sombrero y comenzó a bajar sus trece escalones con cautela, sin hacer ruido, como un gato. Todavía tenía que hacer lo más importante: robar el hacha de la cocina. Ya había decidido hace tiempo que la hazaña debía hacerse con un hacha específica. También tenía una podadera de bolsillo pero no podía confiar en la navaja y menos aun en su propia fuerza, por lo que se decidió por el hacha. En este punto podemos notar una peculiaridad en lo que respecta a todas sus resoluciones finales, las cuales contenían una extraña característica: cuanto más definitivas eran, más horribles y más absurdas se volvían frente a sus ojos.

A pesar de toda su agonizante lucha interior, no pudo realmente creer en la realización de sus planes ni por un solo instante, en todo ese tiempo. En efecto, si hubiera ocurrido que todo, hasta el más mínimo punto, fuera considerado y no quedara ninguna incertidumbre, parece que él hubiera renunciado a ello, por ser algo absurdo, monstruoso e imposible. Pero quedaba toda una masa de puntos no resueltos e incertidumbres. En cuanto a conseguir el hacha, ese asunto insignificante no le costó ninguna ansiedad, pues nada podía ser más fácil. Nastasya estaba siempre fuera de casa, sobre todo por las tardes. Iba a ver a los vecinos o a la tienda y siempre dejaba la puerta. Era la razón por la que la casera siempre la regañaba. De modo que cuando llegara el momento, solo tenía que ir tranquilo hasta la cocina y coger el hacha y una hora más tarde (cuando todo hubiera terminado) entrar y ponerla de nuevo.

Pero estos eran puntos estaban cargados de incertidumbre. Suponiendo que él llegara una hora más tarde para devolverla y Nastasya ya estuviera en el lugar, él tendría que pasar a su lado y esperar hasta que ella saliera de nuevo. Pero suponiendo que ella, en ese momento, necesitara el hacha, la buscara y diera un grito, eso significaría una sospecha o al menos... motivos para sospechar. Pero todo eso eran nimiedades que ni siquiera había empezado a considerar y no tenía tiempo para ello. Estaba pensando en el punto principal y posponía los detalles insignificantes hasta que tuviera que pensar en ellos, aunque eso parecía, a todas luces, inalcanzable. Al menos para él. No podía imaginar, por ejemplo, que alguna vez dejara de pensar, se levantara y se dirigiera allí... Incluso su último experimento (es decir, su visita con el objeto de hacer un último reconocimiento del lugar) era un simple intento de experimento, lejos de ser el verdadero, como decir ‘listo, vamos a probarlo, ¡por qué quedarme aquí soñar con ello!’ para en seguida derrumbarse y huir maldiciéndose a sí mismo en un frenesí.

Mientras tanto, en lo que respecta a la cuestión moral, parecía que su análisis era completo; su casuística se había vuelto aguda como una navaja y no podía encontrar objeciones racionales en sí mismo. Aunque en última instancia, había dejado de creer en sí mismo. De forma obstinada, buscó argumentos en todas las direcciones, tratando de encontrar cualquier cosa, como si alguien le obligara y le arrastrara a ello.

Al principio (mucho antes de hecho) había estado muy ocupado con una pregunta: ¿Por qué casi todos los crímenes se ocultan tan mal y se detectan tan fácilmente y por qué casi todos los criminales dejan rastros tan evidentes? Había llegado a muchas conclusiones diferentes y curiosas. En su opinión, esto se debía, no tanto a la naturaleza del crimen sino del criminal.

Casi todos los criminales están sujetos a una falta de voluntad y de raciocinio por causa de una imprudencia infantil y esto ocurre en el momento en el que la prudencia y la cautela son más esenciales que nunca. Creía firmemente que este eclipse entre la razón y la falta de voluntad atacaba al hombre como una enfermedad, se desarrollaba de forma gradual y alcanzaba su punto más alto justo antes de la perpetración del delito, luego continuaba con cierto nivel de violencia al momento del crimen, según el caso, más o menos tiempo después y luego desaparece como cualquier otra enfermedad.

La cuestión de si la enfermedad daba pie para el delito o si el delito, por su propia naturaleza, va siempre acompañado de algo parecido a una enfermedad, todavía no lo podía definir. Cuando llegó a estas conclusiones, decidió que en todo caso no podía haber una reacción tan mórbida, que su razón y su voluntad permanecerían intactas en el momento de llevar a cabo su designio, por la sencilla razón de que su designio ‘no era un crimen...’. Omitiremos todos los caminos que lo llevaron a esta conclusión, ya que nos hemos adelantado demasiado... Podemos solo agregar que la vida y las dificultades prácticas, puramente materiales, ocupaban un lugar secundario en su mente. ‘Uno debe mantener la fuerza de voluntad y la razón para hacer frente a ellas y todas serán superadas en el momento en que uno se familiarice con los más mínimos detalles del negocio...’.

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